Nicaragua sabe a nacatamal, huele a sacuanjoche y suena a marimba.
Nicaragua tiene sabor a agua de coco, a tierra mojada y a carnita asada de la esquina.
En la mañana, gallopinto con tortilla y una taza de café con leche
y en la noche a atol con guirila.
Es un buen pedazo de queso ahumado con tortilla,
es una taza de leche agria de donde los Narvaez. v
Nicaragua tiene sabor a jocote tronador, a pelusita de tamarindo, a guayaba madura.
A cajeta de leche de Diriomo,
a raspado Loly que cuando metemos el dedo para que el hielo nade mejor en el sirope nos queda manchado y no podemos negar que comimos raspado.
Para el hambre que quema las tripas, no basta con una carne en baho,
se requiere una orden de carne asada, maduro frito con queso y un buen vaso de chicha,
quien sabe si un vigorón también.
Nicaragua es el peso de las flores que adorna la cabeza de la monimboseña,
el zensontle que cruza los montes, el guardabarranco sobre la rama.
Es el meneo sensual del la costeña y su palo de mayo
y la tristeza norteña del violín de talalate.
Tanto rogar por alcanzar el paraíso, y lo tenemos a la vuelta: las isletas de Granada sin tráfico, ni vidrios ahumados, ni televisión.
En Corn Island, es fácil encontrar nuestra soñada isla desierta y percibir los olores de este hueco del planeta.
Huele a pescado, a aceite de coco, a cuerpo al sol, a agua salada.
Nicaragua sabe a naranjada, a limonada, a pozol con leche.
Es tiste envuelto en hojas de chaguite, es maiz pujagua, es yoltamal y revuelta.
Suena a “me lo das con ipegue”, a “aquí va el chancho con yuca”,
a “viva el Boer”,
sabe también a un cumbo de atol caliente en una tarde de lluvia,
a cajeta de purísima en diciembre,
huele a madroño y a reseda.
Nicaragua, como dijo Rubén, es pequeña pero uno grande la sueña,
grande para los que se quedaron, grande para los que nos fuimos y grande para los que sólo están de paso.
Es el calor que te despierta sudando de la siesta
y el aguacero que te arruina el uniforme del 15 de septiembre.
Nicaragua es vivir con la danza de los lagos bajo tus pies y con el olor del fogón llamándote cual canto de sirena.
Nicaragua es temblor, es lagos, es lagunas, es volcanes
“Alabado sea el santísimo sacramento del altar…”,
el tum tum de los chicheros en la procesión, los negritos y las “vacas”
anunciando a Santo Dominguito.
Es San Jerónimo Doctor con su pito y su tambor en Masaya,
el San Sebastián en Diriamba.
Es el promesante, el eterno penitente, donde caminando curamos las penas,
damos las gracias y pedimos lo que creemos que nos falta.
Nicaragua suena a cigarras anunciando lluvia, a pocoyos al amanecer y a monos congos en la noche de la selva atlántica.
Nicaragua es un triángulo en donde se conjugan perfectamente el Cocibolca y el Xolotlán.
Que linda es Nicaragua bendita de mi corazón.
No hay una tierra en todo el continente tan hermosa y tan valiente como mi nación.
Nicaragua tiene el ardor de una raja de canela, el picorcito del clavo de olor,
y el tinte del achote.
Huele a gallina de patio, al almendro de´onde la Tere, a níspero y a marañón.
En Navidad sabe a chompipe relleno, en Semana Santa a curbasá y a cuznaca
y en las fiestas patronales a chancho con yuca, a indio viejo, a masa de cazuela.
Nicaragua, Nicaraguita la flor más linda de mi querer.
Salve azucena divina, cantamos los fieles marianos en las purísimas.
Otros preferimos el caballito chontaleño, la queja india, el solar de Monimbo,
algunos no tan viejos recordamos a los Pancasán de épocas pasadas y a Panchito Cedeño.
A mí, la patria me sabe, me huele y me suena a sacuanjoche,
es azul y blanca, es huele de noche, es jazmin recien cortado
y parafraseando a uno de nuestros grandes compositores, Erwin Krüger
“quiero tener el consuelo de quedar cuando me muera cerca
del fresco arroyuelo en cuyas aguas bebiera
y así mi alma por los montes cuando esté clareando el día
convertida en un zensontle cantará estás melodías”.
Así es Nicaragua, así es mi país, la tierra mía donde yo nací
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