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Rub�n Dar�o |
El Rey burgu�s
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�Amigo! El cielo est� opaco, el aire fr�o, el d�a triste. Un cuento alegre... as� como para distraer las brumosas y grises melancol�as, helo aqu�: ** * ** Hab�a en una ciudad inmensa y brillante un rey muy poderoso, que ten�a trajes caprichosos y ricos, esclavas desnudas, blancas y negras, caballos de largas crines, armas flamant�simas, galgos r�pidos, y monteros con cuernos de bronce que llenaban el viento con sus fanfarrias. �Era un rey poeta? No, amigo m�o: era el Rey Burgu�s. ** * ** Era muy aficionado a las artes el soberano, y favorec�a con gran largueza a sus m�sicos, a sus hacedores de ditirambos, pintores, escultores, boticarios, barberos y maestros de esgrima. Cuando iba a la floresta, junto al corzo o jabal� herido y sangriento, hac�a improvisar a sus profesores de ret�rica canciones alusivas; los criados llenaban las copas del vino de oro que hierve, y las mujeres bat�an palmas con movimientos r�tmicos y gallardos. Era un rey sol, en su Babilonia llena de m�sicas, de carcajadas y de ruido de fest�n. Cuando se hastiaba de la ciudad bullente, iba de caza atronando el bosque con sus tropeles; y hac�a salir de sus nidos a las aves asustadas, y el vocer�o repercut�a en lo m�s escondido de las cavernas. Los perros de patas el�sticas iban rompiendo la maleza en la carrera, y los cazadores, inclinados sobre el pescuezo de los caballos, hac�an ondear los mantos purp�reos y llevaban las caras encendidas y las cabelleras al viento. ** * ** El rey ten�a un palacio soberbio donde hab�a acumulado riquezas y objetos de arte maravillosos. Llegaba a �l por entre grupos de lilas y extensos estanques, siendo saludado por los cisnes de cuellos blancos, antes que por los lacayos estirados. Buen gusto. Sub�a por una escalera llena de columnas de alabastro y de esmaragdita, que ten�a a los lados leones de m�rmol como los de los tronos salom�nicos. Refinamiento. A m�s de los cisnes, ten�a una vasta pajarera, como amante de la armon�a del arrullo, del trino; y cerca de ella iba a ensanchar su esp�ritu, leyendo novelas de M. Ohnet, o bellos libros sobre cuestiones gramaticales, o cr�ticas hermosillescas. Eso s�: defensor ac�rrimo de la correcci�n acad�mica en letras, y del modo lamido en arte; alma sublime amante de la lija y de la ortograf�a. ** * ** �Japoner�as! �Chiner�as! Por moda y nada m�s. Bien pod�a darse el placer de un sal�n digno del gusto de un Goncourt y de los millones de un Creso: quimeras de bronce con las fauces abiertas y las colas enroscadas, en grupos fant�sticos y maravillosos; lacas de Kioto con incrustaciones de hojas y ramas de una flora monstruosa, y animales de una fauna desconocida; mariposas de raros abanicos junto a las paredes; peces y gallos de colores; m�scaras de gestos infernales y con ojos como s� fuesen vivos; partesanas de hojas antiqu�simas y empu�aduras con dragones devorando flores de loto; y en conchas de huevo, t�nicas de seda amarilla, como tejidas con hilos de ara�a, sembradas de garzas rojas y de verdes matas de arroz; y tibores, porcelanas de muchos siglos, de aquellas en que hay guerreros t�rtaros con una piel que les cubre hasta los ri�ones, y que llevan arcos estirados y manojos de flechas. Por lo dem�s, hab�a el sal�n griego, lleno de m�rmoles: diosas, musas, ninfas y s�tiros; el sal�n de los tiempos galantes, con cuadros del gran Watteau y de Chardin; dos, tres, cuatro, �cu�ntos salones? Y Mecenas se paseaba por todos, con la cara inundada de cierta majestad, el vientre feliz y la corona en la cabeza, como un rey de naipe. ** * ** Un d�a le llevaron una rara especie de hombre ante su trono, donde se hallaba rodeado de cortesanos, de ret�ricos y de maestros de equitaci�n y de baile. -�Qu� es eso?- pregunt�. -Se�or, es un poeta. El rey ten�a cisnes en el estanque, canarios, gorriones, senzontles en la pajarera: un poeta era algo nuevo y extra�o. -Dejadle aqu�. Y el poeta: -Se�or, no he comido. Y el rey: -Habla y comer�s. Comenz�: ** * ** -Se�or, ha tiempo que yo canto el verbo del porvenir. He tenido mis alas al hurac�n; he nacido en el tiempo de la aurora; busco la raza escogida que debe esperar con el himno en la boca y la lira en la mano la salida del gran sol. He abandonado la inspiraci�n de la ciudad malsana, la alcoba llena de perfumes, la musa de carne que llena el alma de peque�ez y el rostro de polvos de arroz. He roto el arpa adulona de las cuerdas d�biles; contra las copas de Bohemia y las jarras donde espumea el vino que embriaga sin dar fortaleza; he arrojado el manto que me hac�a parecer histri�n o mujer, y he vestido de modo salvaje y espl�ndido: mi harapo es de p�rpura. He ido a la selva, donde he quedado vigoroso y ah�to de leche fecunda y licor de nueva vida; y en la ribera del mar �spero, sacudiendo la cabeza bajo la fuerte y negra tempestad, como un �ngel soberbio, o como un semidi�s ol�mpico, he ensayado el yamdo dando al olvido el madrigal. �He acariciado a la gran naturaleza, y he buscado al calor del ideal, el verso que est� en el astro en el fondo del cielo, y el que est� en la perla en lo profundo del oc�ano. �He querido ser pujante! Porque viene el tiempo de las grandes revoluciones, con un Mes�as todo luz, todo agitaci�n y potencia, y es preciso recibir su esp�ritu con el poema que sea arco triunfal, de estrofas de acero, de estrofas de oro, de estrofas de amor. �Se�or, el arte no est� en los fr�os envoltorios de m�rmol, ni en los cuadros lamidos, ni en el excelente se�or Ohnet. �Se�or! El arte no viste pantalones, ni habla en burgu�s, ni pone los puntos en todas las �es. �l es augusto, tiene mantos de oro o de llamas, o anda desnudo, y amasa la greda con fiebre, y pinta con luz, y es opulento, y da golpes de ala como las �guilas, o zarpazos como los leones. Se�or, entre un Apolo y un ganso, preferid el Apolo, aunque el uno sea de tierra cocida y el otro de marfil. ��Oh, la Poes�a! ��Y bien! Los ritmos se prostituyen, se cantan los lunares de las mujeres, y se fabrican jarabes po�ticos. Adem�s, se�or, el zapatero critica mis endecas�labos, y el se�or profesor de farmacia pone puntos y comas a mi inspiraci�n. Se�or, �y vos lo autoriz�is todo esto!... El ideal, el ideal... El rey interrumpi�: -Ya hab�is o�do. �Qu� hacer? Y un fil�sofo al uso: -Si lo permit�s, se�or, puede ganarse la comida con una caja de m�sica; podemos colocarle en el jard�n, cerca de los cisnes, para cuando os pase�is. -S�- dijo el rey, y dirigi�ndose al poeta: -Dar�is vueltas a un manubrio. Cerrar�is la boca. Har�is sonar una caja de m�sica que toca valses, cuadrillas y galopas, como no prefir�is moriros de hambre. Pieza de m�sica por pedazo de pan. Nada de jerigonzas, ni de ideales. Id. Y desde aquel d�a pudo verse a la orilla del estanque de los cisnes, al poeta hambriento que daba vueltas al manubrio: tiririr�n, tiririr�n... �avergonzado a las miradas del gran sol! �Pasaba el rey por las cercan�as? �Tiririr�n, tiririr�n!... �Hab�a que llenar el est�mago? �Tiririr�n! Todo entre la burla de los p�jaros libres, que llegaban a beber roc�o en las lilas floridas; entre el zumbido de las abejas, que le picaban el rostro y le llenaban los ojos de l�grimas; �tiririr�n!... �l�grimas amargas que rodaban por sus mejillas y que ca�an a la tierra negra! Y lleg� el invierno, y el pobre sinti� fr�o en el cuerpo y en el alma. Y su cerebro estaba como petrificado, y los grandes himnos estaban en el olvido, y el poeta de la monta�a coronada de �guilas, no era sino un pobre diablo daba vueltas al manubrio, tiririr�n. Y cuando cay� la nieve se olvidaron de �l el rey y sus vasallos; a los p�jaros se les abrig�, y a �l se le dej� al aire glacial que le mord�a las carnes y le azotaba el rostro, tiriririn! Y una noche en que ca�a de lo alto la lluvia blanca de plumillas cristalizadas, en el palacio hab�a fest�n, y la luz de las ara�as re�a alegre sobre los m�rmoles, sobre el oro y sobre las t�nicas de los mandarines de las viejas porcelanas. Y se aplaud�an hasta la locura los brindis del se�or profesor de ret�rica, cuajados de d�ctilos, de anapestos y de piriquios, mientras en las copas cristalinas herv�a el champa�a con su burbujeo luminoso y fugaz. �Noche de invierno, noche de fiesta! Y el infeliz cubierto de nieve, cerca del estanque, daba vueltas al manubrio para calentarse �tirir�n, tirir�n! Tembloroso y aterido, insultado por el cierzo, bajo la blancura implacable y helada, en la noche sombr�a, haciendo resonar entre los �rboles sin hojas la m�sica loca de las galopas y cuadrillas; y se qued� muerto, tiririr�n... pensando en que nacer�a el sol del d�a venidero, y con �l el ideal, tiririr�n..., y en el que el arte no vestir�a pantalones sino manto de llamas, o de oro... Hasta que al d�a siguiente, lo hallaron el rey y sus cortesanos al pobre diablo de poeta, como gorri�n que mata el hielo, con una sonrisa amarga en los labios, y todav�a con la mano en el manubrio. ** * ** �Oh, mi amigo! el cielo est� opaco, el aire fr�o, el d�a triste. Flotan brumosas y grises melancol�as... �Pero cu�nto calienta el alma una frase, un apret�n de manos a tiempo! �Hasta la vista! |
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El rey burgues , cuento corto, Ruben Dario Derechos Reservados 1976-2010 © Dr. Gloria M. Sánchez Zeledón de Norris, Yoyita. Presione aquí para comunicarse con la artista