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Rub�n Dar�o |
El rub� | |
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A aquellos resplandores, pod�a verse la maravillosa mansi�n en todo su
-Me habe�s pedido que os trajese una muestra de la nueva falsificaci�n
-�Se�ores- dijo, -que no sab�is lo que habl�is!
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Puck sonre�a curioso. Todos los gnomos rodearon al anciano cuyas canas
-Un d�a, nosotros, los escuadrones que tenemos a nuestro cargo las minas
�El mundo estaba alegre, todo era vigor y juventud; y las rosas, y las �Estaba el monte arm�nico y florido, lleno de trinos y de abejas; era una grande y santa nupcia la que celebraba la luz; y en el �rbol la savia ard�a profundamente, y en el animal todo era estremecimiento o balido o c�ntico, y en el gnomo hab�a risa y placer. Yo hab�a salido por un cr�ter apagado. Ante mis ojos hab�a un campo extenso. De un salto me puse sobre un gran �rbol, una encina a�eja. Luego, baj� el tronco, y me hall� cerca de un arroyo, un r�o peque�o y claro donde las aguas charlaban, dici�ndose bromas cristalinas. Yo ten�a sed. Quise beber ah�... Ahora, o�d mejor. Brazos, espaldas, senos desnudos, azucenas, rosas, panecillos de marfil coronados de cerezas; ecos de risas �ureas, festivas; y all�, entre las espumas, entre las linfas rotas, bajo las verdes ramas... -�Ninfas? -No, mujeres. ** * **-Yo sab�a cu�l era mi gruta. Con dar una patada en el suelo, abr�a la arena negra y llegaba a mi dominio. Vosotros, pobrecillos,gnomos j�venes, ten�is mucho que aprender. Bajo los reto�os de unos helechos nuevos me escurr�, sobre unas piedras deslavadas por la corriente espumosa y parlante; y a ella, a la hermosa, a la mujer, la agarr� de la cintura, con este brazo antes tan musculoso; grit�, golpe� el suelo; descendimos. Arriba qued� el asombro; abajo el gnomo soberbio y vencedor. Un d�a yo martillaba un trozo de diamante inmenso que brillaba como un astro y que al golpe de mi maza se hac�a pedazos. El pavimento de mi taller se asemejaba a los restos de un sol hecho trizas. La mujer amada descansaba a un lado, rosa de carne entre maceteros de zafir, emperatriz del oro, en un lecho de cristal de roca, toda desnuda y espl�ndida como una diosa. Pero en el fondo de mis dominios, mi reina, mi querida, mi bella, me enga�aba. Cuando el hombre ama de veras, su pasi�n lo penetra todo y es capaz de traspasar la tierra. Ella amaba a un hombre, y desde su prisi�n le enviaba sus suspiros. �stos pasaban los poros de la corteza terrestre y llegaban a �l; y �l, am�ndola tambi�n, besaba las rosas de cierto jard�n; y ella, la enamorada, ten�a - yo lo notaba - convulsiones s�bitas en que estiraba sus labios rosados y frescos como p�talos de centifolia �C�mo ambos as� se sent�an? Con ser quien soy, no lo s�. ** * **Hab�a acabado yo mi trabajo: un gran mont�n de diamantes hechos en un d�a; la tierra abr�a sus grietas de granito como labios con sed, esperando el brillante despedazamiento del rico cristal. Al fin de la faena, cansado, di un martillazo que rompi� una roca y me dorm�. Despert� al rato al o�r algo como un gemido. De su lecho, de su mansi�n m�s luminosa y rica que las de todas las reinas de Oriente, hab�a volado fugitiva, desesperada, la amada m�a, la mujer robada. �Ay!, y queriendo huir por el agujero abierto por mi maza de granito, desnuda y bella, destroz� su cuerpo blanco y suave como de azahar y m�rmol y rosa, en los filos de los diamantes rotos. Heridos sus costados, chorreaba la sangre; los quejidos eran conmovedores hasta las l�grimas. �Oh, dolor! Yo despert�, la tom� en mis brazos, le di mis besos m�s ardientes; mas la sangre corr�a inundando el recinto, y la gran masa diamantina se te��a de grana. Me pareci� que sent�a, al darle un beso, un perfume salido de aquella boca encendida: el alma; el cuerpo qued� inerte. Cuando el gran patriarca nuestro, el centenario semidi�s de las entra�as terrestres pas� por all�, encontr� aquella muchedumbre de diamantes rojos... ** * **Pausa. -�Hab�is comprendido? Los gnomos muy graves se levantaron. Examinaron m�s de cerca la piedra falsa, hechura del sabio. -�Mirad, no tiene facetas! -�Brilla p�lidamente! -�Impostura! -�Es redonda como la coraza de un escarabajo! Y en ronda, uno por aqu�, otro por all� fueron a arrancar de los muros pedazos de arabescos, rub�es grandes como una naranja, rojos y chispeantes como un diamante hecho sangre, y dec�an: -�He aqu�! �He aqu� lo nuestro, oh madre Tierra! Aquella era una org�a de brillo y de color. Y lanzaban al aire las gigantescas piedras luminosas y re�an. De pronto con toda la dignidad de un gnomo: -�Y bien! �El desprecio! Se comprendieron todos. Tomaron el rub� falso, lo despedazaron y arrojaron los fragmentos - con desd�n terrible - a un hoyo que abajo daba a una antiqu�sima selva carbonizada. Despu�s sobre sus rub�es, sobre sus �palos, entre aquellas paredes resplandecientes, empezaron a bailar asidos de las manos una far�ndula loca y sonora. �Y celebraban con risas el verse grandes en la sombra! ** * **Ya Puck volaba afuera, en el abejeo del alba, reci�n nacida, camino de una pradera en flor. Y murmuraba -�siempre con una sonrisa sonrosada! - Tierra... Mujer... �Por que t�, oh madre Tierra, eres grande, fecunda, de seno inextinguible y sacro!; y de tu vientre moreno brota la savia de los troncos robustos y el oro y el agua diamantina y la casta flor de lis. �Lo puro, lo fuerte, lo infalsificable! �Y t�, Mujer, eres - esp�ritu y carne - toda Amor!
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El rubí, cuento corto, Ruben Dario Derechos Reservados 1976-2010 © Dr. Gloria M. Sánchez Zeledón de Norris, Yoyita. Presione aquí para comunicarse con la artista