M�s all� de las solitarias islas en donde descansan los p�jaros
viajeros, en el reino en que Leviat�n domina, sobre una roca, est�
entronizada la vencedora en la irresistible omnipotencia de su
desnudez.
* * *
En su blanca piel est� la sal, el perfume marino de Anadi�mena, y la
serpiente de las olas hace ver una vez m�s, amorosa y humillada, el
soberano triunfo del encanto femenino: Europa sobre el lomo del toro,
la
Bella y la Fiera, la Mundana del pintor moderno, que, desnuda, corta
las
u�as del le�n.
Un trit�n velludo y escamoso hace cantar su ronco caracol, en tanto
que
el mostruo recibe una caricia de la tentadora de la Mujer, que bajo
el
inmenso cielo ofrece su fatal hermosura en el abandono de su supremo
impudor.
LA CANCI�N DEL INVIERNO
Llueve. Negras nubes cubren el cielo azul y ocultan el sol, la luz,
que,
iluminando y calentando los cuerpos, calienta e ilumina las almas.
Hace fr�o; hay oscuridad. Tambi�n hay fr�o en el coraz�n y nieve en
el alma.
El invierno crudo, con sus nieves y el cierzo que azota, marchita
las
flores.
En invierno, los d�as son oscuros como las noches.
En el sepulcro reina la eterna noche.
Cuando hay dulce tristeza, se duerme, y entonces se sue�a y son
rosados
los sue�os.
En la tumba, donde tambi�n se duerme, �como ser�n, �oh Dios!, los
sue�os? Cuando se despierta, se sonr�e al recuerdo de las delicias
que
vimos en el reposo. Luego, se frunce el ce�o y se nubla la frente,
estamos junto a la realidad, los sue�os fueron sue�os nada m�s.
En la tumba, �no hay despertar? �No vienen tras forjadas ilusiones,
hirientes realidades? �No habr� perfumes de flores, brillo de
estrellas,
luz de aurora, risas ang�licas, calor celestial en el esp�ritu?
�Oh!,
las almas no tienen, de seguro, nieblas invernales, flores marchitas,
nubes que oculten los luceros, borrascas que despedacen las
barquillas,
espinas ni dardos para el coraz�n, ni zarzas que arranquen las
plumas de
sus palomas inocentes.
En el mundo, despu�s de la tibieza del sol en el d�a y los
resplandores
plateados de la luna, los rayos luminosos de las estrellas y los
dulces
rumores en las noches de la primavera y el est�o, viene el invierno.
�El
invierno que da fr�o y que marchita las flores y las ilusiones y con
ellas la vida!
El invierno es triste, es sombr�o para los que no tienen calor que
conforte el cuerpo y alegres ilusiones que animen el alma.
Pero bendito eres, viejo invierno, cuando se oye caer la lluvia con
lentitud, y la niebla densa nos rodea, y el fr�o llega con esa
perezosa
indolencia que nos invade, en tanto que, envueltos en suaves pieles,
sentimos la luz que a la naturaleza falta, en el alma, y la
primavera
que se aleja, en el coraz�n.
O�mos cantar a los p�jaros, zumbar las abejas, mecerse en su tallo,
graciosas, las azucenas, aspiramos el perfume de los heliotropos y
los
jazmines, escuchamos el rumor de la brisa en los altos �rboles y
vemos
el roc�o perlado que humedece la verde grama. Todo eso, dentro del
coraz�n.
�Hay nieve?
�Bien venida! �C�mo se va a blanquear esa lluvia de plumas de cisne!
�Hay fr�o?
No se siente; dentro del pecho hay una hoguera que da vida, calor,
luz.
�Est� todo mustio, marchitas las rosas, sin hojas los �rboles?
El alma est� sonriendo. All� hay flores cuyo perfume embriaga, all�
nacen, crecen y son bellas, divinas plantas, hay all� m�sica,
armon�a,
versos, que animan, mientras con los ojos medio cerrados so�amos y
alcanzamos ver, tras el manto gris del cielo, el rosa y azul de la
aurora, con su sonrisa cepuscular.
Hace fr�o y llueve y nieva. Al teatro, al baile, donde mil y mil
luces
brillan. En las chimeneas arde el fuego; la m�sica vibra triunfante,
y
en medio de las risas juguetonas , se bailan los valses que dan
v�rtigo,
en tanto que las ilusiones vuelan y giran como locas mariposas. Los
ojos
brillan negros y profundos unos, azules y tiernos otros, y los
labios
rosados se agitan murmurando las dulces palabras. Y se oye caer la
lluvia, y a la luz de los faroles se ve la nieve como una s�bana de
plata, y se dice en tanto:
-�Qu� bello! S�, es muy bello as� el invierno.
Qu� horrible cuando se siente en el coraz�n y reina en el alma, y
nos
trae el fr�o que mata. Pasa y vuelve la primavera, y �l a�n no se
aleja.
Pero cuando las rosas no se marchitan y las mariposas no dejan de
volar,
en el jard�n del ensue�o, es hermoso ver blanquear los techos, ver
los
�rboles sin hojas y el cielo plomizo. Alegre, acaricia el o�do el
ruido
acompasado de la lluvia.
�Bendito seas, viejo invierno!
EL IDEAL
Y luego, una torre de marfil, una flor m�stica, una estrella quien
enamorar... Pas�, la vi como quien viera un alba , huyente, r�pida,
implacable.
* * *
Era una estatua antigua con alma que se asomaba a los ojos, ojos
angelicales, todos ternura, todos cielo azul, todos enigma.
* * *
Sinti� que la besaba con mis miradas y me castig� con la majestad de
su
belleza, y me vio como una reina y como una paloma, pero pas�
arrebatadora , triunfante, como una visi�n que deslumbra. Y yo, el
pobre
pintor de la naturaleza y del Psiquis, hacedor de ritmos y castillos
a�reos, vi el vestido luminoso del hada, y la estrella de su diadema,
y
pens� en la promesa ansiada del amor hermoso.
* * *
Mas de aquel rayo supremo y fatal, s�lo qued� en el fondo de mi
cerebro
un rostro de mujer, un sue�o azul.
_IMPRESIONES Y SENSACIONES_
MUSICAS NOCTURNAS
Se nota la falta de espa�oles entre lo emigrantes. No se oyen las
guitarras animadoras, ni las casta�uelas, ni se ve danzar la jota o
la
seguidilla con acompa�amiento de palmadas y jaleos.
-Ciertamente, van gentes de otro esp�ritu y de otras costumbres.
Apenas
, en esta noche en que brilla la luna, se oye un precario acorde�n
que
toca un vals vien�s.
Desde la masa humana de tercera sube esa m�sica como con fatiga, y
parece que todos escuchan en silencio. Arriba- e vidi quatro
stelle-brilla la Cruz del Sur, y un creciente de luna platea la
noche y
pone una luz apacible sobre las aguas. El acorde�n sigue en un
danubio
azul interminable. La orquesta a comenzado sus tocatas al otro lado
del
barco, en la veranda. Luego, hay un silencio, turbado apenas por el
roce
de las olasen el casco del vapor. Y en medio de ese silencio, de la
masa
humana de los emigrantes, brota un coro sonoro grave que se dir�a
religioso en la tranquilidad de la poes�a nocturna. Son los
alemanes.
Cantan,con su amor musical, una canci�n de su pa�s, una de esas
canciones que son propias a los hombres del Norte, hombres
impregnados
de del " vapor del arte" que han vivido cerca de las selvas oscuras
y
han o�do, cerca de las ruinas de los castillos en que habitaron los
viejos margraves, cantar sobre los �rboles de leyenda de ruise�ores,
lanzar sobre el O�ano su canto, hijos de la pensativa y melodiosa
Germania, y no se sabria adonde dirigen el �mpetu ermonioso, si a la
tierra antigua que dejaron , o a la nueva en donde ven surgir una
esperanza.
LOS CAPRICHOS DEL SOL
El prodigio, siempre renovado, es el de la arquitectura de oro, de
las
ciudades fabulosas, de las visiones de encantamiento que forma el
capricho de los ponientes sobre el horizonte oce�nico. Tiros,
Heli�polis
de fuego, Ecbanatas de maravilla, surgen en el decorado de mil
tintes y
matices que el sol extiende sobre el cielo vespertino. No es el
di�logo
entre Hamlet y Polonio; en realidad vemos aparecer fant�sticas
figuras:
monstruos, aves colosales, palacios anaranjados, escalas
firmamentales
como de plata viva,creaciones de un Pivaneso de delirio, de un
Turner
exacerbado, r�os de topacio entre rocas de carm�n y arboledas
brumosas y
azuladas, y cien triunfos de color, y cien rompimientos, y cien
aguas de
perla, de metal de pedrer�a, se presentan a nuestra vista, para
cambiar
en seguida, para transformarse como el capricho de una luminosa
fantas�a. El espect�culo est� en nosotros, y si cada cual lo mira
conforme a su poder ideal y su mayor o menor frecuencia del ensue�o,
la
voluntad inmensa que domina el acaso, y que no cuenta con nosotros,
crea, combina para el instante en lo infinito.
MONOTONIA DEL MAR
� Y otra vez! Momoton�a de las traves�as, de las gentes, siempre las
mismas: hombres de negocios, viajantes de sus aburrimientos,
apacibles
mam�s, inglesas tiesas, coquetas, cocotas; y en los amontonamientos
de
la tercera clase, los reba�os de la inmigraci�n, las almas opacas o
revueltas de la carne de fatiga, los que van so�ando una ilusi�n de
bienestar: Un Brasil, un Uruguay, una argentina de oro. Monoton�a de
la
inmensidad de agua, que cambia a cada instante, permaneciendo la
misma:
los colores de los cristales del Oc�ano son ya m�s oscuros, m�s
brillantes, m�s transparentes; mas siempre es el terno espect�culo
de
esta divinidad visible y m�vil, que llega a fatigar con su aspecto
vasto
e invariable. Apenas las fiestas del sol cambian, con sus
decoraciones
inauditas y sus rompimientos de oro y de piedras preciosas, la
visi�n
fatigante, y el coraz�n de la m�quina ritma, tambi�n monotonamente,
el
paso del barco sobre las olas; y en ninguna parte como en medio de
esta
inmensa monoton�a se despiertan en el esp�ritu dos misteriosos dones
del
alma: El recuerdo y la esperanza.
LOS BOHEMIOS
Son bohemios de verdad los que en la tercera clase manchan con los
vivos
y alegrescolores de sus vestidos vistosos la muchedumbre
aglomeradade
los trabajadores que van en busca de las tierras ping�es y
generosas. Es
una numerosa tribi,que viene qui�n sabe de d�nde y que habla no s�
qu�
lengua �spera y b�rbara: h�ngara, b�lgaro, algo balc�nico. Hay un
anciano, muy anciano, que es el jefe, el patriarca. el y los otros
hombres visten chaquetones oscuros, que tiene por botones profusas y
enormes bellotas de plata. Otros llevan camisas rojas, o de telas
que se
dir�an de cortinajes y tapicer�as,de colores detonantes. Son
fuertes,
morenos y velludos. Uno tiene la cara de un chivo, a otro le forma
el
tupido pelo, recortado en redondo, como un capacete de seda espesa y
renegrida. Son tipos de procreadores. Las mujeres son fuertes,
macizas,
de aspectos variados y de cierta belleza. Una, de perfil cauc�sico,
ya
de alguna edad, lleva al cuello y en las dos gordas trenzas que le
caen
por el pecho como hasta veinte antiguas onzas de oro de Espa�a. hay
otras m�s j�venes, hembras que revelan animalidad libre y larga
fecundidad. Una se creer�a sacada de un bajo relieve, sensual, de
ojos
fogosos;otra es casi rubia; otra se juzgar�a andaluza, y las hay con
algo de razas n�rdicas. Pero todas parecen doradas por el sol, cuyo
retiro van buscando los cosroitas; todos traen a la memoria cuentos
de
mal de ojo y de buenaventura; todos hacen recordar versos de
Richepin
turanio de asta�o; todos tiene la p�tina de azar, el relente de la
vida
errante, el secreto quiz� de la relativa felicidad, parientes de las
bestias de los montes y de los p�jaros del aire, predilectos de la
luz,
confidentes del mono, del perro y del oso, amantes del sol y de la
libertad. Para comer tienen un tapiz en que hay simuladas
admirablemente
hojas de �rbol, y all� toman el te de su samovar, con rajas de lim�n
y
pan que cortan con sus cuchillos y navajas. Y luego fuman, desde el
ni�o
de cuatro a�os, que parece un duende, hasta el viejo curtido por los
vientos y soles, que se asemeja a un brujo.
APUNTE
La sabana es extensa y verde como el pa�o de un billar digno de
Goliath
o de Briareo.
El carruale se desliza sobre la grama, que presenta a las ruedas una
esponjosa suavidad de terciopelo. Arriba manchan de blanco y gris el
cielo azul nubes desgarradasy avellonadas; algunas casi convertidas
en
una disuelta y vaga opacidad brumosa. All�, en el fondo, se destacan
los
cerros sinuosos y ondulados, en los cuales sinfoniza al claro y
dorado
sol toda la gama del verde: verde mar, verde encadrenillado, verde
que
se confunde con una blancura p�lida. Los caballos nos arrastran con
andar acompasado y lento. Pasa un p�jaro. Un poeta alaba a una
diminuta
y humilde flor campestre. Y el esp�ritu, contemplativo y so�ador,
goza
de un misterioso y exquisito deleite, conmovido por la divina
armon�a de
la naturaleza.
CLEOPOMPO Y HELIODEMO
Cleopompo y Heliodemo, cuyo filosof�a es id�ntica, gustan dialogar
bajo
el verde pali del platanar. All� Cleopompo muerde manzanas epic�reas
y
Heliodemo f�a al aire de su confianza en la eterna armon�a:
Mal haya quien las Parcas, inhumano, recuerde;
si una sonora perla de la clepsidra pierde,
no volver� a ofrecerlala mano que la env�a.
Una vaca aparece crepuscular. es la hora en que el grillo, en su
lira,
hace halagos a Flora y en el azul florece un diamante supremo y en
la
pupila enorme de la bestia apacible miran como que rueda en un ritmo
visible de la m�sica del mundo: Cleopompo y Heliodemo.
EN EL MAR
Es un mar de pizarra, con una multitud de florecimientos de nieve,
es un
mar gris oscuro,con mil puntos en donde estallan copos de espuma.
Chente Quir�s me llam� poeta ni�o.�Porn�grafo!
No me subleva el adjetivo.V�ctor Hugo da ese nombre al formidable
anciano Homero.
Pero en el Oc�ano me siento ni�o. Siento siempre aquella primera
impresi�n de las potentes aguas inmensas; siento lo que tan
admirablemnte expres� Pierre Loti. Me miro chico y pobre ante tanta
grandeza y tanta riqueza. Una onda me canta la eterna canci�n de la
esperanza, y otra me repite la salmodia misteriosa de los muertos.
me
acuerdo de los tristes poetas, de los p�lidos so�adores, me acuerdo
de
los que van sobre el mar, de los que tienen un pensamiento y su
coraz�n
expuestos a los golpes del ala de la tempestad.
All� va una nube. �Ad�nde va? Es caprichosa como una mujer. Son tres
hermanas, la mujer, la onda y al nube. A la primera, la increp� el
Padre
Eterno; a la segunda, el poeta Shakespeare, la tercera es la
poliforme
errabunda de la regi�n azul.
Se mueve como un coraz�n esta gran m�quina que arrastra el nav�o. Es
un
organismo esta casa flotante: tiene aorta, nervios, cerebro,
pulmones; y
all� en lo alto del m�stil, la banderade las estrellas: la bandera
de la
Libertad
�Bendito sea el dios de los errantes, la providencia de los
viajeros!
�Bendito sea el que manda a Tob�as el arc�ngel, a Col�n los l�quenes
de
am�rica, a Dante la soberana figura del dulce Virgilio!
ELOGIO DE LOS GORDOS
Viene a bordo un hombre de una gordura dominante y eminente. Este
hombre
gordo es comunicativo, conversador y ocurrente, amable y de humor
risue�o que no var�a, ni aun con los calores ecuatoriales. Lo
acompa�a
una dama grandiosa y capitosa, cuyos appas son de los que siempre
alaban
con preferncia los poetas que cita en sus narraciones la sutil
Scheherezada de La smil y una noches. El gran portugu�s E�a de
Queirozdice en alguna parte, hablando de no recuerdo cu�l de sus
personajes: Era un gordo, e portanto um prudente. Quiz� la prudencia
sea
lo que falte a nuestro robusto compa�ero de navegaci�n, pues a pesar
de
sus ciento cincuenta Kilos, se atreve a danzar sobre cubierta, con
su
alegre dama y otras gentiles pasajeras.
Yo he de decir el eloio de los gordos, porque ellos no dan entrada a
la
mal aconsejadora melancol�a. Casi siempre est�n de buen �nimo y
saben el
precio de la vida. R�en de verdad,con la risa franca y sabrosa.
Gozan de
buen apetitoy digieren en la paz de su completa satisfacci�n. Los
favorece el sentido com�n, la tranquilidad y la feliz armon�a con
los
dem�s hombres . Raro, rar�simo ser� el gordo suicida. Si Bruto
hubiera
sido gordono hubiera asesinado a su bienhechor. No lo dice as�
propiamente Shakespeare, pero recrdad ls versos de Julio C�sar.
Los sue�os y las visiones que perturban el �nimo no frecuentan a los
gordos. Ved el flaco Don Quijote, asaetado de penas y cuidados, y al
gordo Sancho , que sabe aprovechar el paso de la hora y llena el
bandullo. Todo flaco paraen l�vido y todo l�vido maligno, por causa
del
mal funcionamiento corporal: la sana y bienhechora risa huye de los
flacos, gentes a quien meser Goster no es procicio y cuyo h�gado,
�rgano
ilustre para los orietales, les hace malas bilis y peligrosas
c�leras.
Rabelais sab�a bien todo esto, y en ello pudo extenderse M.Bergeret,
maestro de conferencias, cuando su visita a Buenos Aires. El gordo
del
barco es ameno y afectuoso. Cuenta cuentos picantes; trata a los
amigos
ocasionales con regocijada confianza; juega a los juegos ingleses;
como
sandwichs, r�e con convicci�n y salud. Es un ser feliz. Y por su
causa
he escrito estas l�neas , recordando a los abades conventuales, al
noble
rey Gambrinus y a sir John Falstaff, todos ellos de opulenta y
rozagante
memoria.
_LA PROSA EN RUB�N DAR�O_
La grandeza de la poes�a de RUB�N DAR�O, contribuy� parcialmente
a oscurecer la atenci�n prestada a su obra en prosa. Sin
embargo, hay ocho CUENTOS FANT�STICOS -seleccionados y
prologados por Jos� Olivio Jim�nez- que muestran cumplidamente
el talento como fabulador del gran escritor nicarag�ense, que
dio nueva forma est�tica a temas de diversas procedencias
literarias. Los argumentos de las narraciones cubren un amplio
espectro, en el que tienen cabida muy distintos matices de lo
maravilloso y lo extra�o: milagros piadosos que desaf�an las
leyes naturales ("Cuento de Noche Buena"); vampirismo de
car�cter teos�fico ("Thanathopia"); sue�os de vasta proyecci�n
universal ("La pesadilla de Honorio"); la detenci�n del tiempo
("El caso de la se�orita Amelia"); la presencia del diablo
("Ver�nica", "El Salom�n negro"); la reencarnaci�n y la
metempsicosis ("D.Q."); materializaciones sepulcrales ("La
larva"); pesadillas terror�ficas ("Cuento de pascuas"); rescate
del misterio que a�n domina la vida cotidiana en las culturas
primitivas ("Huitzilopoxtli"). Como muestra significativa de los
ensayos que se emparentan tem�ticamente con la narrativa
fant�stica, tambi�n encontramos un trabajo sobre "Edgar Poe y
los sue�os".
Vamos a ver dos de estos cuentos como un vivo ejemplo de la obra en
prosa de
Rub�n Dar�o:
_Cuento de Noche Buena_
El hermano Longinos de Santa Mar�a era la perla del convento. Perla
es
decir poco, para el caso; era un estuche, una riqueza, un algo
incomparable e inencontrable: lo mismo ayudaba al docto fray Benito
en
sus copias, distingui�ndose en ornar de may�sculas los manuscritos,
como
en la cocina hac�a exhalar suaves olores a la fritanga permitida
despu�s
del tiempo de ayuno; as� serv�a de sacrist�n, como cultivaba las
legumbres del huerto; y en maitines o v�speras, su hermosa voz de
sochantre resonaba armoniosamente bajo la techumbre de la capilla.
Mas
su mayor m�rito consist�a en su maravilloso don musical; en sus
manos,
en sus ilustres manos de organista. Ninguno entre toda la comunidad
conoc�a como �l aquel sonoro instrumento del cual hac�a brotar las
notas
como bandadas de aves melodiosas; ninguno como �l acompa�aba, como
pose�do por un celestial esp�ritu, las prosas y los himnos, y las
voces
sagradas del canto llano. Su eminencia el cardenal -que hab�a
visitado
el convento en un d�a inolvidable- hab�a bendecido al hermano,
primero,
abraz�ndole enseguida, y por �ltimo d�chole una elogiosa frase
latina,
despu�s de o�rle tocar. Todo lo que en el hermano Longinos
resaltaba,
estaba iluminado por la m�s amable sencillez y por la m�s inocente
alegr�a. Cuando estaba en alguna labor, ten�a siempre un himno en
los
labios, como sus hermanos los pajaritos de Dios. Y cuando volv�a,
con su
alforja llena de limosnas, taloneando a la borrica, sudoroso bajo el
sol, en su cara se ve�a un tan dulce resplandor de jovialidad, que
los
campesinos sal�an a las puertas de sus casas, salud�ndole,
llam�ndole
hacia ellos: "!Eh! Venid ac�, hermano Longinos, y tomareis un buen
vaso..." Su cara la pod�is ver en una tabla que se conserva en la
abad�a; bajo una frente noble dos ojos humildes y oscuros, la nariz
un
tantico levantada, en una ingenua expresi�n de picard�a infantil, y
en
la boca entreabierta, la m�s bondadosa de las sonrisas.
Avino, pues, que un d�a de Navidad, Longinos fuese a la pr�xima
aldea...; pero �no os he dicho nada del convento? El cual estaba
situado
cerca de una aldea de labradores, no muy distante de una vasta
floresta,
en donde, antes de la fundaci�n del monasterio, hab�a cen�culos de
hechiceros, reuniones de hadas, y de silfos, y otras tantas cosas
que
favorece el poder del Baj�simo, de quien Dios nos guarde. Los
vientos
del cielo llevaban desde el santo edificio monacal, en la quietud de
las
noches o en los serenos crep�sculos, ecos misteriosos, grandes
temblores
sonores..., era el �rgano de Longinos que acompa�ando la voz de sus
hermanos en Cristo, lanzaba sus clamores benditos. Fue, pues, en un
d�a
de Navidad, y en la aldea, cuando el buen hermano se dio una palmada
en
la frente y exclam�, lleno de susto, impulsando a su caballer�a
paciente
y filos�fica:
-!Desgraciado de mi! !Si merecer� triplicar los cilicios y ponerme
por
toda la vida a pan y agua! !C�mo estar�n aguard�ndome en el
monasterio!
Era ya entrada la noche, y el religioso, despu�s de santiguarse, se
encamin� por la v�a de su convento. Las sombras invadieron la
tierra. No
se ve�a ya el villorrio; y la monta�a, negra en medio de la noche,
se
ve�a semejante a una tit�nica fortaleza en que habitasen gigantes y
demonios.
Y fue el caso que Longinos, anda que te anda, pater y ave tras pater
y
ave, advirti� con sorpresa que la senda que segu�a la pollina, no
era la
misma de siempre. Con l�grimas en los ojos alz� �stos al cielo,
pidi�ndole misericordia al Todopoderoso, cuando percibi� en la
oscuridad
del firmamento una hermosa estrella, una hermosa estrella de color
de
oro, que caminaba junto con �l, enviando a la tierra un delicado
chorro
de luz que serv�a de gu�a y de antorcha. Diole gracias al Se�or por
aquella maravilla, y a poco trecho, como en otro tiempo la del
profeta
Balaam, su cabalgadura se resisti� a seguir adelante, y le dijo con
clara voz de hombre mortal: -Consid�rate feliz, hermano Longinos,
pues
por tus virtudes has sido se�alado para un premio portentoso. No
bien
hab�a acabado de o�r esto, cuando sinti� un ruido, y una oleada de
exquisitas aromas. Y vio venir por el mismo camino que �l segu�a, y
guiados por la estrella que �l acababa de admirar, a tres se�ores
espl�ndidamente ataviados. Todos tres ten�an porte e insignias
reales.
El delantero era rubio como el �ngel Azrael; su cabellera larga se
esparc�a sobre sus hombros, bajo una mitra de oro constelada de
piedras
preciosas; su barba entretejida con perlas e hilos de oro
resplandec�a
sobre su pecho; iba cubierto con un manto en donde estaban bordados,
de
riqu�sima manera, aves peregrinas y signos del zod�aco. Era el rey
Gaspar, caballero en un bello caballo blanco. El otro, de cabellera
negra, ojos tambi�n negros y profundamente brillantes, rostro
semejante
a los que se ven en los bajos relieves asirios, ce��a su frente con
una
magn�fica diadema, vest�a vestidos de incalculable precio, era un
tanto
viejo, y hubi�rase dicho de �l, con s�lo mirarle, ser el monarca de
un
pa�s misterioso y opulento, del centro de la tierra de Asia. Era el
rey
Baltasar y llevaba un collar de gemas cabal�stico que terminaba en
un
sol de fuegos de diamantes. Iba sobre un camello caparazonado y
adornado
al modo de Oriente. El tercero era de rostro negro y miraba con
singular
aire de majestad; form�banle un resplandor los rub�es y esmeraldas
de su
turbante. Como el m�s soberbio pr�ncipe de un cuento, iba en una
labrada
silla de marfil y oro sobre un elefante. Era el rey Melchor. Pasaron
sus
majestades y tras el elefante del rey Melchor, con un no usado
trotecito, la borrica del hermano Longinos, quien, lleno de m�stica
complacencia, desgranaba las cuentas de su largo rosario.
Y sucedi� que -tal como en los d�as del cruel Herodes- los tres
coronados magos, guiados por la estrella divina, llegaron a un
pesebre,
en donde, como lo pintan los pintores, estaba la reina Mar�a, el
santo
se�or Jos� y el Dios reci�n nacido. Y cerca, la mula y el buey, que
entibian con el calor sano de su aliento el aire fr�o de la noche.
Baltasar, postrado, descorri� junto al ni�o un saco de perlas y de
piedras preciosas y de polvo de oro; Gaspar en jarras doradas
ofreci�
los m�s raros ung�entos; Melchor hizo su ofrenda de incienso, de
marfiles y de diamantes...
Entonces, desde el fondo de su coraz�n, Longinos, el buen hermano
Longinos, dijo al ni�o que sonre�a:
-Se�or, yo soy un pobre siervo tuyo que en su convento te sirve como
puede. �Qu� te voy a ofrecer yo, triste de mi? �Qu� riquezas tengo,
qu�
perfumes, qu� perlas y qu� diamantes? Toma, se�or, mis l�grimas y
mis
oraciones, que es todo lo que puedo ofrendarte.
Y he aqu� que los reyes de Oriente vieron brotar de los labios de
Longinos las rosas de sus oraciones, cuyo olor superaba a todos los
ung�entos y resinas; y caer de sus ojos copios�simas l�grimas que se
convert�an en los m�s radiosos diamantes por obra de la superior
magia
del amor y de la fe; todo esto en tanto que se o�a el eco de un coro
de
pastores en la tierra y la melod�a de un coro de �ngeles sobre el
techo
del pesebre.
Entre tanto, en el convento hab�a la mayor desolaci�n. Era llegada
la
hora del oficio. La nave de la capilla estaba iluminada por las
llamas
de los cirios. El abad estaba en su sitial, afligido, con su capa de
ceremonia. Los frailes, la comunidad entera, se miraban con
sorprendida
tristeza. �Qu� desgracia habr� acontecido al buen hermano? �Por qu�
no
ha vuelto de la aldea? Y es ya la hora del oficio, y todos est�n en
su
puesto, menos quien es gloria de su monasterio, el sencillo y
sublime
organista... �Qui�n se atreve a ocupar su lugar? Nadie. Ninguno sabe
los
secretos del teclado, ninguno tiene el don armonioso de Longinos. Y
como
ordena el prior que se proceda a la ceremonia, sin m�sica, todos
empiezan el canto dirigi�ndose a Dios llenos de una vaga tristeza...
De
repente, en los momentos del himno, en que el �rgano deb�a
resonar...
reson�, reson� como nunca; sus bajos eran sagrados truenos; sus
trompetas excelsas voces; sus tubos todos estaban como animados por
una
vida incomprensible y celestial. Los monjes cantaron, cantaron,
llenos
del fuego del milagro; y aquella Noche Buena, los campesinos oyeron
que
el viento llevaba desconocidas armon�as del �rgano conventual, de
aquel
�rgano que parec�a tocado por manos ang�licas como las delicadas y
puras
de la gloriosa Cecilia...
El hermano Longinos de Santa Mar�a entreg� su alma a Dios poco
tiempo
despu�s; muri� en olor de santidad. Su cuerpo se conserva a�n
incorrupto, enterrado bajo el coro de la capilla, en una tumba
especial,
labrada en m�rmol.
_Ver�nica_
Fray Tom�s de la Pasi�n era un esp�ritu perturbado por el demonio de
la
ciencia. Flaco, anguloso, nervioso, p�lido, divid�a sus horas del
convento entre la oraci�n, la disciplina y el laboratorio. Hab�a
estudiado las ciencias ocultas antiguas, nombraba con cierto
�nfasis, en
las conversaciones del refectorio, a Paracelso y a Alberto el
Grande, y
admiraba a ese otro fraile Schwartz, que nos hizo el favor de
mezclar el
salitre con el azufre.
Por la ciencia hab�a llegado hasta penetrar en ciertas iniciaciones
astrol�gicas y quirom�nticas; ella le desviaba de la contemplaci�n y
del
esp�ritu de la Escritura; en su alma estaba el mal de la curiosidad,
la
oraci�n misma era olvidada con frecuencia, cuando alg�n experimento
le
manten�a caviloso y febril; lleg� hasta pretender probar sus
facultades
de zahor�, y los efectos de la magia blanca. No hab�a duda de que
estaba
en gran peligro su alma, a causa de su sed de saber y de su olvido
de
que la ciencia constituye sencillamente, en el principio, el arma de
la
Serpiente; en el fin, la esencial potencia del Anticristo.
!Oh, ignorancia feliz, santa ignorancia! Fray Tom�s de la Pasi�n no
comprend�a tu celeste virtud, que pone un especial nimbo a ciertos
m�nimos siervos de Dios, entre los esplendores m�sticos y milagrosos
de
las hagiograf�as. Los doctores explican y comentan altamente, c�mo
ante
los ojos del Esp�ritu Santo, las almas de amor son de modo mayor
glorificadas que las almas de entendimiento. Hello ha pintado, en
los
sublimes vitraux de sus Fisonom�as de santos, a esos benem�ritos de
la
Caridad, a esos favorecidos de la humildad, a esos seres columbinos,
sencillos y blancos como los lirios, limpios de coraz�n, pobres de
esp�ritu, bienaventurados hermanos de los pajaritos del Se�or,
mirados
con ojos cari�osos y sororales por las puras estrellas del
firmamento.
Huysmans en el maravilloso libro en que Durtal se convierte, viste
de
resplandores paradis�acos al lego guardapuercos que hace bajar a la
pocilga la admiraci�n de los coros arcang�licos, el aplauso de las
potestades de los cielos. Y fray Tom�s de la Pasi�n no comprend�a
eso.
�l cre�a, cre�a, con la fe de un verdadero creyente. Mas la
curiosidad
le azuzaba el esp�ritu, le lanzaba a la averiguaci�n de los secretos
de
la naturaleza y de la vida. A tal punto, que no comprend�a c�mo esa
sed
de saber, ese deseo indomable de penetrar en lo velado y en lo
arcano
del universo, era obra del pecado, y a�agaza del Baj�simo para
impedirle
de esa manera su consagraci�n absoluta a la adoraci�n del Eterno
Padre.
Lleg� a manos de fray Tom�s un peri�dico en que se hablaba
detalladamente del descubrimiento del alem�n doctor Roentgen, quien
hab�a encontrado la manera de fotografiar a trav�s de los cuerpos
opacos; supo lo que era el tubo Crookes, la luz cat�dica, el rayo X.
Vio
el facs�mile de una mano cuya anatom�a se transparentaba claramente,
y
la figura patente de objetos retratados entre cajas bien cerradas.
No pudo desde ese instante estar tranquilo. �C�mo podr�a �l
encontrar un
aparato como los aparatos de aquellos sabios? �C�mo podr�a realizar
en
su convento las mil cosas que se amontonaban en su enferma
imaginaci�n?
En las horas de los rezos y de los cantos, not�banle todos los otros
miembros de la comunidad, ya meditabundo, ya agitado como por
s�bitos
sobresaltos, ya con la faz encendida por repentina llama de sangre,
ya
con los ojos como ext�ticos, fijos en el cielo o clavados en la
tierra.
Y era la obra del pecado que se afianzaba en el fondo de aquel
combatido
pecho: el pecado b�blico de la curiosidad, el pecado de Ad�n junto
al
�rbol de la ciencia del bien y del mal.
M�ltiples ideas se agolpaban a la mente del religioso, que no
encontraba
la manera de adquirir los preciosos aparatos. !Cu�nto de su vida no
dar�a �l por ver los peregrinos instrumentos de los sabios nuevos,
en su
pobre laboratorio de fraile aficionado, y sacar las anheladas
pruebas,
hacer los maravillosos ensayos que abr�an una nueva era a la
sabidur�a
humana! Si as� se caminaba, no ser�a imposible llegar a encontrar la
clave del misterio de la vida... Si se fotografiaba ya lo interior
de
nuestro cuerpo, bien pod�a pronto el hombre llegar a descubrir
visiblemente la naturaleza y origen del alma; y, aplicando a la
ciencia
las cosas divinas �por qu� no? Aprisionar en las visiones de los
�xtasis, y en las manifestaciones de los esp�ritus celestiales, sus
formas exactas y verdaderas... !Si en Lourdes hubiese habido una
instant�nea, durante el tiempo de las visiones de Bernadette! Si en
los
momentos en que Jes�s o su Madre Santa favorecen con su presencia
corporal a se�alados fieles, se aplicase la c�mara obscura... !oh,
c�mo
se convencer�an entonces los imp�os! !c�mo triunfar�a la
religi�n!...
As� cavilaba, as� se estrujaba los sesos el pobre fraile, tentado
por
uno de los m�s encarnizados pr�ncipes de las tinieblas.
Y sucedi� que en uno de esos momentos, en uno de los instantes en
que su
deseo era m�s vivo, en hora en que deb�a estar entregado a la
disciplina
y a la oraci�n en la celda, se present� a su vista uno de los
hermanos
de la comunidad, llev�ndole un envoltorio bajo el h�bito.
- Hermano - le dijo -, os he o�do decir que deseabais una m�quina
como
esas con que los sabios est�n maravillando el mundo. Os la he podido
conseguir. Aqu� la ten�is.
Y depositando el envoltorio en manos del asombrado Tom�s,
desapareci�,
sin que este tuviese tiempo de advertir que bajo el h�bito se hab�an
mostrado, en el momento de la desaparici�n, dos patas de chivo. Fray
Tom�s, desde el d�a del misterioso regalo, consagrose a sus
experimentos. Faltaba a maitines, no asist�a a ala misa, excus�ndose
como enfermo. El padre provincial sol�a amonestarle; y todos le
ve�an
pasar, extra�o y misterioso, y tem�an por la salud de su cuerpo y de
su
alma.
Y �l �qu� hac�a?
Fotografi� una mano suya, frutas, estampas dentro de libros, otras
cosas
m�s.
Y una noche, el desgraciado, se atrevi� por fin a realizar su
pensamiento...
Dirigiose al templo, receloso, a pasos callados. Penetr� en la nave
principal, y se dirigi� al altar en que, a la luz de una triste
l�mpara
de aceite, se hallaba expuesto el Sant�simo Sacramento. Abri� el
tabern�culo. Sac� el cop�n. Tom� una sagrada forma. Sali� huyendo
para
su celda.
Al d�a siguiente, en la celda de fray Tom�s de la Pasi�n, se hallaba
el
se�or arzobispo delante del padre provincial.
- Ilustr�simo se�or - dec�a �ste -, a fray Tom�s le hemos encontrado
muerto. No andaba muy bien de la cabeza. Esos sus estudios y
aparatos
creo que le hicieron da�o.
- �Ha visto su reverencia esto? - dijo su se�or�a ilustr�sima,
mostr�ndole una placa fotogr�fica que recogi� del suelo, y en la
cual se
hallaba, con los brazos desclavados y una terrible mirada en los
divinos
ojos, la imagen de Nuestro Se�or Jesucristo.
( Rub�n Dar�o: Cuentos Fant�sticos. Selecci�n y pr�logo de Jos�
Olivio
Jim�nez, Alianza editorial, Madrid 1982. )
_RENOVADOR AMERICANO DE LA PROSA CASTELLANA_
[...] A recientes estudios sobre la evoluci�n de la prosa a fines
del
siglo XIX, se deben importantes rectificaciones sobre criterios que
se
ven�an sosteniendo durante muchos a�os. As�, ahora, debemos
considerar
que Rub�n Dar�o no fue el iniciador del modernismo, pero s� el
exponente
m�s fecundante y decisivo influjo en Am�rica y Espa�a. Encontr�
abiertos
los caminos de la prosa para hallar su ascenso y culminaci�n,
primero,
en esa expresi�n, en seguimiento de los mismos americanos, y, luego,
en
el verso. Asimismo, que Jos� Mart� y Guti�rrez N�jera, no son
precursores, sino aut�nticos modernistas que encabezaron,
respectivamente, las dos corrientes en que se bifurca el empe�o
renovador de la prosa art�stica en Am�rica, una, de ascendencia
hispana,
con ra�ces en los cl�sicos del Siglo de Oro y remozada por influjos
de
las m�s recientes literaturas europeas con primac�a de la francesa,
y
otra, de franca inclinaci�n francesa, seguida con preferencia por
Dar�o,
a la sombra de parnasianos y de simbolistas, aun cuando su amplia
formaci�n castiza y la influencia ejercida sobre �l por Jos� Mart�,
la
matizan y enriquecen, en funci�n integradora. Los dos, el mexicano y
el
nicarag�ense, posteriormente se liberar�n del yugo franc�s.
La revoluci�n est�tica de la prosa, en Am�rica, antecede a la del
verso
casi en diez a�os. Dar�o logra los momentos culminantes, de mayor
irradiaci�n, de las dos, mediante los libros "Azul", en 1888, y
"Prosas
Profanas", en 1896. A partir de esas fechas, se empieza a manifestar
en
Espa�a el modernismo, ya con rasgos definidos en las vertientes de
la
prosa y el verso. [...]
Dar�o luchaba no contra el pasado literario sino contra el presente,
sobre todo contra la actual Espa�a "amurallada de tradici�n, cercada
y
erizada de espa�olismo".
La prosa castellana de la segunda mitad del siglo XIX permanec�a en
lamentable estancamiento, afectada por la influencia del ret�rico y
grandilocuente romanticismo y por el esp�ritu burgu�s del realismo,
carec�a de calidades est�ticas y se contentaba con tratar de
reflejar
fielmente la costumbre local y cotidiana. Dar�o, frente al descuido
imperante de la forma, a la expresi�n fatigante, sin originalidad ni
individualidad, manifiesta la necesidad de que se saquen a la luz
los
escondidos tesoros que se hallan en el idioma de los cl�sicos. [...]
Es cierto, como se ha dicho, que lo verdaderamente revolucionario en
"Azul" est� en la prosa, en los cuentos, y que junto a ella, el
valor de
novedad de los versos es nulo. [...]
Sin negar la importancia de "Azul", consideramos que, no obstante el
�xito y la influencia que ha llegado a tener tal libro, son
numerosos
los cuentos escritos posteriormente que revelan mayor dominio del
g�nero
y menos sujeci�n al gusto de su �poca. Ganan en madurez y en
sobriedad
lo que pierden en brillo y novedad.
No se ha estudiado la unidad de conjunto de la obra narrativa del
autor.
Abundan los ex�menes parciales, en su mayor�a sobre los diez cuentos
de
"Azul", sin tener en cuenta que en total son aproximadamente ochenta
los
escritos a lo largo de los treinta a�os de su ejercicio literario.
Es
muy superior la importancia de Dar�o como poeta que como cuentista,
pero
cada d�a cobra mayor significaci�n su labor narrativa como
incitaci�n y
ejemplo en la evoluci�n general del cuento espa�ol e
hispanoamericano. [...]
Dar�o es un artista consciente y reflexivo. Busca sus propios
caminos.
Sabe d�nde va. Se sit�a donde le corresponde para realizar la tarea
que
se propone. Su arte crece en ciencia y experiencia con un ritmo
acelerado dentro de las circunstancias y las orientaciones de su
tiempo.
Sabe que el signo predominante de su generaci�n es el culto
preciosista
de la forma, el anhelo de trabajar el lenguaje con arte. De ah� su
caracter�stico af�n de una adjetivaci�n ornamental, densa y
sugestiva. [...]
Los estribillos que el poeta utiliza en prosa y cuentos de diversas
�pocas acent�an el procedimiento para lograr un efecto determinado
por
medio de repeticiones. [...]
Como novedad tambi�n emplea los par�ntesis en que un personaje
habla, o
en que se presentan descripciones y narraciones, con amplia
libertad. [...]
Para llegar a la culminaci�n de "Prosas Profanas", el proceso es
minucioso y complejo. Las p�ginas en prosa publicadas en ese lapso
intermedio explican algunas claves de la orientaci�n y del avance
del
autor. Su prosa, en general, no llega a la misma altura de su verso.
No
es una prosa pareja, ni atesora los mismos quilates de las mejores
como
aquellas de Fray Luis de Le�n o de Quevedo. La importancia de Dar�o
prosista estriba en su labor de innovador y renovador del idioma
castellano. Claro est� que es imposible desconocer sus p�ginas
maestras,
sus momentos felices, al lado de sus frecuentes ca�das. No es una
prosa
uniforme, pero logr� llevar adelante la renovaci�n de la pesada
expresi�n literaria del idioma entonces imperante por fuerza de la
tradici�n. [...]
Dar�o fue producto y encarnaci�n de la raza, m�s a�n que la m�s
destacada figura continental de su tiempo y, como tal, en la �rbita
espiritual del arte, su mentor.
Siguiendo huellas americanas fue uno de los precursores y quien
llev�,
luego, a un alto grado de avance y difusi�n la renovaci�n de la
prosa
castellana que, antes, iniciaran especialmente Mart� y Guti�rrez
N�jera.
Tal renovaci�n antecedi� a la efectuada en la Pen�nsula en m�s de
una
d�cada. [...]
Los caminos para la renovaci�n de la poes�a los inici� y practic�
Dar�o
en sus p�ginas en prosa, especialmente en "Azul" y en "Los Raros".
Al lado del aspecto franc�s, que no predomina en toda su obra y
sobre el
cual se ha exagerado con car�cter generalizador, es evidente el
fundamento castizo, su amplio conocimiento de las letras
peninsulares,
especialmente de los siglos de oro.
Los libros de Dar�o, escritos a partir de 1900, desmienten la
enga�osa
creencia de que siempre escribi� una prosa florida, suntuosa y
sensual.
Su expresi�n ya no es la de "Azul", sino m�s period�stica,
autobiogr�fica y cr�tica. Subsiste la elegancia y el cuidado por una
forma est�tica, pero de espaldas a la ret�rica amplificadora. Su
estilo
se torna directo, sencillo, de oraciones coordinadas, que anuncia la
transparencia, la concisi�n y el orden, pregonados por Azor�n.
No es posible separar al prosista del poeta. Aqu�l siempre est�
alentado
por el sentimiento, la riqueza imaginativa y el entusiasmo l�rico,
a�n
en los momentos en que se muestra m�s razonador.
Sus semblanzas se distinguen por el acierto con el que supo elegir a
sus
personajes, entre los cuales se hallan escritores de Am�rica que han
resistido a los vendavales del tiempo y de la cr�tica. [...]
La influencia de Dar�o debe considerarse trascendental para la
comprensi�n del proceso de surgimiento y maduraci�n del noventa y
ocho
espa�ol.
La m�s notable influencia ejercida sobre la prosa de Rub�n Dar�o fue
la
de Jos� Mart�.
( Am�rica en Rub�n Dar�o. Aproximaci�n al concepto de la literatura
hispanoamericana. Carlos Mart�n, Biblioteca Rom�nica Hisp�nica,
Editorial Gredos, Madrid 1972. )
SONATA
�Pasad, pasad, albos sue�os! �Im�genes de dicha que se ha llevado el
tiempo, doradas ilusiones, risue�as esperanzas, recuerdos
perfumados!
�Oh, pasad, pasad, besad mi frente y, luego, hasta ma�ana, volved a
aparecer!...
As�... �Oh, qu� delicia!
�La m�sica que vibra en mis o�dos tiene aquellas notas de arpa, y es
suave y melanc�lica, y es dulce y trae un recuerdo envuelto en su
armon�a! �Si, es la misma! En su onda misteriosa rueda, confundiendo
sus
ecos, las dulces notas de aq8ella voz amorosa.
Las luces que despiertan reflejos amarillentos como las de mil
luceros y
las carcajadas de gentiles parejas; el perfume embriagados de las
flores
que tiemblan voluptuosas en los azules jarrones de cristal de
Bohemia y
los lazos de blanca seda que se mueven con el viento... He ah� el
cuadro.
�Oh, s�! All� veo su figura, que se destaca, temblorosa y
apasionada, en
medio de ese marco del pasado.
Y sus ojos son dulces. Y miran, profundos, miran el fondo de mi alma
desmayada. Y sonr�en sus labios, y oigo sus palabras, que son de
fuego y
abrasan mi coraz�n.
�Pasad, pasad, que os vea yo, im�genes de amor!
�Pasad aun, una vez mas, aunque despu�s os volv�is a hundir en la
sombra!
Refrescando ese polvo vivificador del recuerdo y la visi�n-mi
cabeza,
que tiene fiebre---, aliviad mi coraz�n, que gime de dolor y de
pena.
�Ah! Que os vea yo brillar como veo ese lucero que de destaca p�lido
entre los celajes de la tarde, mezclada de tinte, caricias de sol a
las
blancas nubes, beso de la noche en el espacio.
Pasad, a trav�s del negro velo en que envuelve a mi alma la
tristeza,
como pasa sonriendo la luna, que ilumina y deja su estela brillante,
como �tomos de s� misma, en la enlutada inmensidad.
Y luego, �por qu� no?, C�mo tras la huida de la luna viene el alba
rosada y tras el alba el sol, rojo seno que encarna el d�a, as�,
tras la
languidez de un recuerdo p�lido y dulce, de esos con que se duermen
los
�ngeles, venid, venid, venid y quemad mi coraz�n, quemad mi mente y
hasta mis labios y si sonr�en, �oh!, vosotros, rayos de un sol de
ardiente est�o, que brillo fugaz y que el tiempo y la distancia han
desvanecido.
Adormeced mi alma como esos genios de la noche que arrojan a al
atierra
pu�ados de adormideras para aletargar a la Humanidad.
Dejad que duerma, que duerma siempre, hasta que el tiempo, que me
llevo
mis esperanzas, me venga a despertar a las puertas de mi felicidad
que
de nuevo encontrara y que he perdido al borde de la tumba.
�Ah, no os vay�is aun! �Seguid, seguid desfilando, acariciadores y
sonrientes recuerdos! Tomad la forma que encarnasteis un d�a.
Volad en torno m�o; perfumad mi existencia como las flores al
viento;
dad a mi alma calor como el rayo de sol a la d�bil planta...
As�, as�...
LA CANCION DE LA LUNA DE MIEL
Se�oras: la miel de esa luna la elaboran las abejas del jard�n azul,
que
liban entre los p�talos luminosos de las estrellas. Ellas van, en
enjambres irisados, de los florecimientos de Aldebar�n a las
margaritas
de la Osa, al clavel tr�mulo y cambiante de Sirio. �Pero las m�s
ligeras, las m�s amables, las m�s bellas y paradisiacas van a
posarse en
el c�liz atrayente, sagrado y misterioso de la rosa de oro de Venus!
Se�ora: el pintor Spirid�n ha pintado el venturoso pa�s de la
felicidad:
un lago manso, una barca, ella, el y el amor como remero. �Buena
brisa,
buen tiempo, se�ora!
Hay un lirio divino y delicado, que tiene toda la orgullosa candidez
de
los azahares del desposario, las palideces del cirio que alumbra el
altar, la transparencia del velo de la novia, los perfumes y el
supremo
encanto de los ensue�os de la desposada. Ese lirio es la ilusi�n.
Mil
veces feliz la que puede llegar al fin de la vida llevando consigo
la
celeste flor intacta y fresca. �Es tan �spero a veces el viento!
�Cae
tanta escarcha! Y as� es como de pronto las pobres almas desoladas
alzan
la mirada al gran Dios: cuando ven el sacro lirio ideal marchito,
muerto. �Oh! Que el poderoso, invencible amor os gu�e. �Buena brisa,
buen tiempo, se�ora!
* * *
Adorados ensue�os nupciales que hac�is desfallecer a las prometidas
virginales y pensativas;
Lises castos que sois hechos del sutil polvo de nieve de la m�s alta
cumbre de la monta�a sagrada;
Palomas que anid�is bajo el verdor de los mirtos;
�Serena estrella del amor! �No es verdad que pasa un soplo de la
divinidad, regocijando el alma del mundo, cuando en una noche
callada, en el bosque solemne, canta el ruise�or, con su voz de
cristal, las estrofas melodiosamente adorables de la canci�n de la
luna de mies?
SANGUINEA
Esta tarde ha sido toda de rosa. El cielo ha puesto, en la concha
enorme
de su gran paleta, todas las rosas posibles. Ha sido el rojo el rey
sangriento; un rojo estallante y furioso que desde el foco
agonizante
del sol te��a el mar de sangre. Despu�s que se hubo hundido la rueda
de
fuego p�rpura, de fuego condensado y vibrante, de fuego �nico y
occidental, cayo la fantas�a de los rojos, se alejaron las
claridades de
los candentes y ofensivos amarillos.
Los cardenales poco a poco fueron fundi�ndose en una suave
disoluci�n de
carm�n, que gradualmente llegaba, en tonos desfallecientes y
crom�ticos,
al grano de granada, al ala de flamenco, al rosa de luna, al an�mico
y
dulce rosa de te.
El mar reflejaba la gloria de poniente. En el horizonte la l�nea
curva
que marca a la vista �l limite, no se ve�a inundada en llamas. Una
espesa nube oscura se parti� en dos rotondas, sustentadas por una
arquitectura inaudita y visionaria. Hab�a una balaustrada
gigantesca,
sobre un pavimento manchado como por una luminosa y reciente
degollaci�n.
P�jaros de la hecatombe, una �guila anaranjada, cual si hubiese
pasado
por un iris, extend�a las alas, cuyos extremos parec�an aun h�medos
de
un agua de rub�. En un punto del cielo donde la decadencia del tinte
llegaba al desmayo, el suave color trajo a mi memoria un lejano
recuerdo. Fue el de una hoja de rosa, exang�e y olvidada, entre las
hojas de un libro de horas. Era el libro impreso en Bruselas y de
antigua factura.
La p�gina en donde descasaba aquella reliquia, quiz� de un amor de
romanza, tenia una may�scula roja, de una exquisita belleza arcaica,
a
la manera de las que ornan los misales y los antifonarios. De pronto
el
parpadeo r�pido y blanco de un foco el�ctrico me saco de mi vago
pensamiento. Tras las colinas cercanas, brumas crepusculares
anunciaban
la noche.
La ciudad encend�a sus luces. La ultima vibraci�n de la agon�a de la
tarde fue de un rosa muriente y desolado.
SUE�O DE MISTERIO
Raras may�licas, misteriosas porcelanas, tapizan un fondo de
fotograf�a.
Todo eso en un ambiente inveros�mil. Un pavo real blanco pasa.
* * *
En mi estancia se presenta de pronto un chambel�n muy galoneado que
me
dice: "El general Grant viene a almorzar con usted." Yo no me
asombre;
le recibo y creo reconocer los rasgos reproducidos por el grabado y
por
la fotograf�a... No recuerdo m�s.
* * *
Hay un camino largo por donde va, inexplicablemente, una v�a.
Pasamos
por tierras y por aguas, y reconozco un paisaje que he visto en mi
infancia. Hay otros, como ciudades de cart�n colocadas sobre la
colina.
* * *
Un mariscal con tres colas y un abate que le mira de lejos.
* * *
Es un violento incendio en una ciudad cuyas construcciones recuerdan
a
Peroneso. Y sobre torres gigantescas, que se levantan en los cielos,
resplandece un fulgor de incendio rojo. De pronto, el mar llega y es
una
inundaci�n.
* * *
En lo misterioso del ensue�o, una arquitectura como de creta o
piedra
p�mez, realizada por un lapidario infernal. Los escultores del
ensue�o
saben �nicamente realizar lo que el agua y el viento.
* * *
Una ciudad donde ha habido holocaustos y ceremonias publicas. Todas
las
gentes transitan sin hablar. De pronto, hay una amenaza universal
que
nadie comprende, pero que todos temen. La angustia fue horrible y yo
me
despert�...
POEMITAS DE VERANO
Frutos de verano, los tuyos, Amaranta. �Recuerdas? Era all� lejos,
en la
tierra de Am�rica, en que m�s quemante arde el sol.
Y yo tuve en mis manos, como la mas margarita de las margaritas, tu
coraz�n. El transcend�a a fruta de tr�pico, y al mismo tiempo a flor
tropical, de modo que se dijera una flor viva y con olor al n�spero
moreno, a la pi�a rubia, al "jocote" de sangre, al mel�n de miel y a
la
pulpa de sandia.
* * *
Y ya hab�a yo con mis besos probado otros frutos deliciosos, amados
del
sol que fecunda aquellas tierras fuertes: tus cabellos, que ten�an
el
perfume del oscuro alm�bar del "carao" y al cual acudir�an las
abejas y
las avispas; tus ojos, que eran como dos frutos misteriosos y de
encanto
del jard�n de tu alma; tus orejas, aromadas como las manzanas rosas,
tu
boca, suave, perfumada y dulce como el algod�n de la "guaba" en la
que
hubiesen dejado caer una gota de esencia de Oriente; tu cuello, que
trascend�a a la pluma del p�jaro que anidara entre jazmines, y el
az�car
de la "pi�uela"; tus manos, que siendo como un manojo de azucenas
ten�an
como relentes de la granadilla.
* * *
Y t� eras as� para m�, a un tiempo, Flora y Pomona.
* * *
Pero, como la mas margarita de las margaritas, yo tuve entre mis
manos
tu coraz�n, que trascend�a a fruta del tr�pico al mismo tiempo que a
flor tropical. Y en �l encontr� el sabor del n�spero moreno, de la
pi�a
rubia, del "jocote" de sangre, del mel�n de miel, de la pulpa de la
sandia, del alm�bar del "carao", de los frutos misteriosos, de las
manzanas rosas, del algod�n de la "guaba", del az�car de "pi�uela",
de
la granadilla. Y, sobre todo, el sabor tuyo, reveladora, encantadora
Pomona y Flora, en tu aurora...
LOS PESCADORES DE SIRENAS
P�scame una, �oh egip�n pescador!, que tenga en sus escamas radiante
la
irisada riqueza met�lica que decora los admirables arenques. P�scame
una
cuya cola bifurcada pueda hacer so�ar en el pavo real marino, y
cuyos
costados finos y relucientes tengan aletas semejantes a orientales
abanicos de pedrer�a. P�scame una que tenga verdes los cabellos,
como
debe tenerlos Lorelay, y cuyos ojos tengan gosgorescencias raras y
m�gicas chispas; cuya boca salada bese y muerda cuando no cante las
canciones que pudieran triunfar de la astucia de Ulises; cuyos senos
marm�reos culminen florecidos de rosa, y cuyos brazos, como dos
albos y
divinos pitones, me aten para llevarme a un abismo de ardientes
placeres, en el pa�s rec�ndito en donde los palacios son hechos de
perlas, de coral y de concha de n�car. Mas esos dos s�tiros que se
divierten en la costa de alguna ignorada Lesbos, Temple o Amatunte,
son,
ciertamente, a los pescadores. El uno, viejo y fornido, se apoya en
un
grueso palo nudosos, y mira con c�mica extra�eza la sirena asustada
y
poco apetecible que su compa�ero ha pescado. Este saca la red, y no
parece satisfecho de su pesca. De los cabellos de la sirena chorrea
el
agua, formando en el mar c�rculos conc�ntricos. Sobre las testas
bicornes y peludas se extiende, al beso del d�a, un fresco follaje,
mientras reina en su fiesta de oro, sobre nubes, tierra y olas, la
antorcha del sol.
*CR�TICA LITERARIA*
1
EL MODERNISMO
28 de noviembre
Puede verse constantemente en la prensa de Madrid que se alude al
modernismo, que se ataca a los modernistas, que se habla de
decadentes,
de estetas, de prerrafaelistas con "s" y todo. Es cosa que me ha
llamado
la atenci�n no encontrar desde luego el menor motivo para invectivas
o
elogios, o alusiones que a tales asuntos se refieran. No existe en
Madrid, ni en el resto de Espa�a, con excepci�n de Catalu�a, ninguna
agrupaci�n, brotherhood, en que el arte puro -o impuro, se�ores
preceptistas- se cultive siguiendo el movimiento que en estos
�ltimos
tiempos ha sido tratado con tanta dureza por unos, con tanto
entusiasmo
por otros. El formalismo tradicional, por una parte; la concepci�n
de
una moral y de una est�tica especiales, por otra, han arraigado el
espa�olismo, que, seg�n don Juan Valera, no puede arrancarse "ni
veinticinco tirones". Esto impide la influencia de todo soplo
cosmopolita, como asimismo la expansi�n individual, la libertad,
dig�moslo con la palabra consagrada, el anarquismo en el arte base
de lo
que constituye la evoluci�n moderna o modernista.
Ahora, en la juventud misma que tiende a todo lo nuevo, falta la
virtud
del deseo, o, mejor, del entusiasmo, una pasi�n en arte, y, sobre
todo,
el don de la voluntad. Adem�s, la poca difusi�n de los idiomas
extranjeros, la ninguna atenci�n que, por lo general, dedica la
Prensa a
las manifestaciones de vida mental de otras naciones, como no sean
aquellas que ata�en al gran p�blico; y despu�s de todo, el imperio
de la
pereza y de la burla, hacen que apenas existan se�aladas
individualidades que tomen en el arte en todo su integral valor. En
una
visita que he hecho recientemente al nuevo acad�mico Jacinto Octavio
Pic�n, me dec�a este merit�simo escritor: "Cr�ame usted, en Espa�a
nos
sobran talentos; lo que nos falta son voluntades y caracteres".
El se�or Llanas Aguilaniedo, uno de los escasos esp�ritus que en la
nueva generaci�n espa�ola tomas el estudio y la meditaci�n con la
seriedad debida, dec�a no hace mucho tiempo: "existen, adem�s, en
este
pa�s, cretinizados por el abandono y la pereza, muy pocos esp�ritus
activos; acostumbrados -la generalidad- a las comodidades de una
vida
f�cil, que no exige grandes esfuerzos intelectuales ni f�sicos, ni
comprenden, en su mayor�a, c�mo puede haber individuos que
encuentren en
el trabajo de cualquier orden un reposo, y al propio tiempo un medio
de
tonificarse y de dar expansi�n al esp�ritu; los trabajadores, con
ideas
y con verdadera afici�n a la labor, est�n, puede decirse, confinados
en
la zona norte de la Pen�nsula; el resto de la naci�n, aunque en
estas
cuestiones no puede generalizarse absolutamente, trabaja cuando se
ve
obligado a ello, pero sin ilusi�n ni entusiasmo". En lo que no estoy
de
acuerdo con el se�or Llanas es en que aqu� se conozca todo, se
analice y
se estudie la producci�n extranjera y luego no se la siga. "Sin duda
-dice-, no nos consideramos elevados a una altura superior, y desde
ella
nos damos por satisfechos con observar lo que en el mundo ocurre,
sin
que nos pase por la imaginaci�n secundar el movimiento".
Yo anoto. Dif�cil es encontrar en ninguna librer�a obras de cierto
g�nero, como no las encargue uno mismo. El Ateneo recibe unas
cuantas
revistas del car�cter independiente, y poqu�simos escritores y
aficionados a las letras est�n al tanto de la producci�n extranjera.
He
observado, por ejemplo, en la redacci�n de la Revista Nueva, donde
se
reciben muchas buenas revistas italianas, francesas, inglesas, y
libros
de cierta aristocracia intelectual aqu� desconocida, que aun
compa�eros
m�os de mucho talento miran con indiferencia, con desd�n y sin
siquiera
curiosidad. De m�s decir que en todo c�rculo de j�venes que escriben
todo se disuelve en chiste, ocurrencia de m�s o menos pimienta, o
frase
caricatural, que evita todo pensamiento grave. Los reflexivos o
religiosos de arte no hay duda que padecen en tal promiscuidad.
Los que son tachados de simbolistas no tienen una sola obra
simbolista.
A Valle-Incl�n le llaman decadente porque escribe en una prosa
trabajada
y pulida, de admirable m�rito formal. Y a Jacinto Benavente,
modernista
y esteta, porque si piensa, lo hace bajo el sol de Shakespeare, y si
sonr�e y satiriza, lo hace como ciertos parisienses, que nada tienen
de
estetas ni de modernistas. Luego, todo se toma a guasa. Se habl� por
primera vez de estetismo en Madrid, y dice el citado se�or Llanas
Aguilaniedo: "Funcion� en calidad de or�culo la Cacharrer�a del
Ateneo,
donde se record� a Oscar Wilde... Salieron los peri�dicos y revistas
de
la corte jugando del vocablo y midiendo a todos los id�latras de la
belleza por el patr�n del fundador de la escuela, abus�ndose del
tema en
tales t�rminos, que ya hasta los barberos de L�pez Silva
consideraban
ofensiva la denominaci�n, y se resent�an del ep�teto. Por este
camino no
se va a ninguna parte".
En pintura, el modernismo tampoco tiene representantes, fuera de
algunos
catalanes, como no sean los dibujantes, que creen haberlo hecho todo
con
emplomar sus siluetas como en los vitraux, imitar los cabellos
avirutados de las mujeres de Mucha, o calcar las decoraciones de
revistas alemanas, inglesas o francesas. Los catalanes s� han hecho
lo
posible, con exceso quiz�, por dar su nota en el progreso art�stico
moderno. Desde su literatura, que cuenta, entre otros, con Rusi�ol,
Maragall, Utrillo, hasta su pintura y artes decorativas, que cuentan
con
el mismo Rusi�ol, Casas, de un ingenio digno de todo encomio y
atenci�n;
Pichot y otros que, como Nonell Monturiol, se hacen notar no
solamente
en Barcelona, sino en Par�s y otra ciudades de arte y de ideas.
En Am�rica hemos tenido ese movimiento antes que en la Espa�a
castellana, por razones clar�simas: desde luego, por nuestro
inmediato
comercio material y espiritual con las distintas naciones del mundo,
y
principalmente porque existe en la nueva generaci�n americana un
inmenso
deseo de progreso y un vivo entusiasmo, que constituye su
potencialidad
mayor, con lo cual poco a poco va triunfando de obst�culos
tradicionales, murallas de indiferencia y oc�anos de mediocracia.
Gran
orgullo tengo aqu� de poder mostrar libros como los de Lugones o
Jaimes
Freire, entre los poetas; entre los prosistas, poemas, como esa
vasta,
rara y complicada trilog�a de Sicardi. Y digo: esto no ser�
modernismo,
pero es verdad, es realidad de una vida nueva, certificaci�n de la
viva
fuerza de un continente. Y otras demostraciones de nuestra actividad
mental -no la profusas y raps�dica, la de cantidad, sino la de
calidad,
limitada, muy limitada, pero que bies se presenta y triunfa ante el
criterio de Europa -: estudios de ciencias pol�ticas, sociales.
Siento
igual orgullo. Y recuerdo palabras de don Juan Valera a prop�sito de
Olegario Andrade, en las cuales palabras hay una buena y probable
visi�n
de porvenir. Dec�a don Juan, refiri�ndose a la literatura brasile�a,
sudamericana, espa�ola y norteamericana, que "las literaturas de
estos
pueblos seguir�n siendo tambi�n inglesa, portuguesa y espa�ola, lo
cual
no impide que con el tiempo, o tal vez ma�ana, o ya salgan autores
yanquis que valgan m�s que cuanto ha habido hasta ahora en
Inglaterra,
ni impide tampoco que nazcan en R�o de Janeiro, en Pernambuco o en
Bah�a
escritores que valgan m�s que cuanto Portugal ha producido; o en
Buenos
Aires, en Lima, en M�xico, en Bogot� o en Valpara�so lleguen a
florecer
las ciencias, las letras y las artes con m�s lozan�a y hermosura que
en
Madrid, en Sevilla y en Barcelona".
Nuestro modernismo, si es que as� puede llamarse, nos va dando un
puesto
aparte, independiente de la literatura castellana, como lo dice muy
bien
R�my de Gourmont en carta al director del Mercurio de Am�rica. �Qu�
importa que haya gran n�mero de ingenios, de grotescos si gust�is,
de
dilettanti, de nadameimportistas? Los verdaderos consagrados saben
que
no se tratan ya de asuntos de escuelas, de f�rmulas, de clave.
Los que en Francia, en Inglaterra, en Italia, en Rusia, en B�lgica,
han
triunfado, han sido escritores y poetas, y artistas de energ�a, de
car�cter art�stico y de una cultura enorme. Los flojos se han
hundido,
se han esfumado. Si hay y ha habido en los cen�culos y capillas de
Par�s
algunos rid�culos, han sido, por cierto, "preciosos". A muchos les
perdonar�a si les conociese nuestro caro profesor Calandrelli, pour
l'amour du grec. Hoy no se hace modernismo -ni se ha hecho nunca-
con
simples juegos de palabras y de ritmos. Hoy los ritmos nuevos
implican
nuevas melod�as que cantan en lo �ntimo de cada poeta la palabra del
m�gico Leonardo: Cosa bella mortal passa, e non d'arte. Por m�s que
digan los juguetones ligeros o los ni�os envejecidos y amargos,
fracasa
solamente el que no entra con pie firme en la jaula de ese divino
le�n:
el Arte, que, como aquel que al gran rey Francisco fabricara el
mismo
Vinci, tiene el pecho lleno de lirios.
No hay aqu�, pues, tal modernismo, sino en lo que de reflexi�n puede
traer la vencidad de una moda que no se comprende. Ni el car�cter,
ni la
manera de vivir, ni el ambiente, ayudan a la consagraci�n de un
ideal
art�stico. Se ha hablado de un teatro, que yo cre� factible reci�n
llegado, y hoy juzgo en absoluto imposible.
La �nica brotherhood que advierto es la de los caricaturistas; y si
de
m�sicas po�ticas se trata, los �nicos innovadores son, ciertamente,
los
risue�os rimadores de los peri�dicos de caricaturas.
Caso muy distinto sucede en la capital del principado catal�n. Desde
L'Aven� hasta el P�l y Plom, que hoy sostiene Utrillo y Casas, se ha
visto que existen elementos para publicaciones exclusivamente
"modernas", de una �lite art�stica y literaria. P�l y Plom es una
hoja
semejante al Gil Blas Illustr�, de car�cter popular, mas sin perder
lo
arisco; y siempre en su primera plana hay un dibujo de Casas, que
aplauden l�pices de Munich, Londres o Par�s. El mismo Pere Romeu, de
quien os he hablado a prop�sito de su famoso cabaret de los Quatre
Gats,
ha estado publicando una hoja semejante, con ayuda de Casas, y de un
valor art�stico notable.
En esta capital no hay sino tentativas graciosas y elegantes del
dibujante Mar�n -que logr� elogios del gran Puvis- y las de alg�n
otro.
En la literatura, repito, nada que justifique ataque, ni siquiera
alusiones. La procesi�n fastuosa del combatido arte moderno ha
tenido
apenas algunas vagas parodias... �Record�is en Apuleyo la pintura de
la
proced�a la entrada de la primavera en las fiestas de Isis? (M�t.,
XI,
8). Pues confrontad.
/Espa�a contempor�nea (1901)/
2
EL PERIODISTA Y SU M�RITO LITERARIO
Ya he dicho en otra ocasi�n mi pensar respecto a eso del periodismo.
Hoy, y siempre, un periodista y un escritor se han de confundir. La
mayor parte de los fragmentarios son periodistas. Montaigne y de
Maistre
son periodistas, en un amplio sentido de la palabra. Todos los
observadores y comentadores de la vida han sido periodistas. Ahora,
si
os refer�s simplemente a la parte mec�nica del oficio moderno,
quedar�amos en que tan solo merecer�an el nombre de periodistas los
reporters comerciales, los de los sucesos diarios y hasta �stos
pueden
ser muy bien escritores que hagan sobre un asunto �rido una p�gina
interesante, con su gracia de estilo y su buen porqu� de filosof�a.
Hay
editoriales pol�ticos escritos por hombres de reflexi�n y de vuelo,
que
son verdaderos cap�tulos de libros fundamentales, y eso pasa. Hay
cr�nicas, descripciones de fiesta o ceremoniales escritas por
reporters
que son artistas, las cuales, aisladamente, tendr�an cabida en obras
antol�gicas, y eso pasa. El periodista que escribe con amor lo que
escribe, no es sino un escritor como otro cualquiera.
Solamente merece la indiferencia y el olvido aquel que,
premeditadamente, se propone escribir, para el instante, palabras
sin
lastre e ideas sin sangre.
Muy hermosos, muy �tiles y muy valiosos vol�menes podr�an formarse
con
entresacar de las colecciones de los peri�dicos la producci�n,
escogida
y selecta, de muchos, considerados como simples periodistas.
/Impresiones y sensaciones (1925)/
*CR�NICAS DE VIAJES*
3
EL VIEJO PAR�S
Viejo Par�s, 30 de abril de 1900
Estoy en el viejo Par�s, la curiosa reconstrucci�n de Robida.
Aunque,
como todo, no est� todav�a completamente concluido, la impresi�n es
agradable. Desde el r�o, la vista de los antiguos edificios se
asemeja a
una decoraci�n teatral. Casas, torrecillas, techos, barrios enteros
evocados por el talento de un artista ingenioso y erudito halagan al
contemplador con su pintoresca perspectiva.
Al entrar ya se ve uno que otro travesti, desde el arcabucero o el
lancero que se pasean ante los portales hasta las vendedoras de
chucher�as que tras los mostradores y las mesitas erigen en las
graciosas cabezas el alto forro picudo, cuyo nombre, en viejo
franc�s,
se me traspapela en la memoria. El sol se cuela por los armazones de
madera, se quiebra en las joyas y dorados de las ventas y en las
brigandinas de los soldados; y el aire de vida circula, el mismo que
la
primavera sopla sobre la exposici�n enorme y fastuosa, sobre el
glorioso
Par�s. Como la imaginaci�n contribuye con la generosidad de su
poder, no
puede uno menos que encontrar chocante en medio de tal escenario la
aparici�n de una levita, de unos prosaicos pantalones modern�simos y
del
odioso sombrero de copa, justicieramente bautizado gakra, que llegan
a
causar un grave desperfecto a la p�gina de vieja vida que uno se
haya en
el deseo de animar as� sea por cortos instantes. Si las cosas
actuales
anduvieran de otro modo, all� se deber�a entrar con traje antiguo y
hablando en franc�s arcaico. Entretanto, conform�monos.
La puerta de Saint-Michel alza sus techos coronados de banderolas y
abre
la ancha ojiva de su entrada hacia el Sena. La calle Vielles-�coles
presenta su barriada pintoresca, sus fachadas angulares, balcones y
ventanales; por los pasajes anchos se oyen risas alegres de
visitantes;
en una calle de �mulo de Nostradamus, por unos cuantos c�ntimos dice
el
hor�scopo a quien lo solicita; y hay badauds que se hacen decir el
hor�scopo y dan los c�ntimos.
Creo que hace falta la figura de Sarrazin-el-de-las-aceitunas,
circulando por estos lugares, repartiendo como en Montmartre sus
anuncios rabelesianos y vendiendo su sabroso art�culo.
Robida, el reconstructor, es, como sab�is, h�bil dibujante y
escritor de
chispa. Su erudici�n art�stica y arqueol�gica se demuestra en esta
tentativa, como su talento picaresco y previsor ha podido, en amenos
rasgos, imaginar costumbres, arquitecturas y adelantos cient�ficos
de lo
porvenir. En esta obra que ha visitado y que ser� de seguro uno de
los
principales atractivos de la exposici�n, quiso hacer algo variado,
aunque reducido. Hay edificio que se compone de varias
construcciones y
que restituye as�, en una sola pieza, distintos motivos que
recuerdan
tales o cuales tipos a los arque�logos.
Las diversiones del Viejo Par�s no est�n a�n abiertas, con excepci�n
de
un teatro en donde nos hemos llevado algunos un soberano chasco.
�Imaginaos que no es poco venir a encontrar en el Viejo Par�s, en
vez de
recitaciones de trovadores o juegos de juglares, una zarzuela
infantil
que est� dando La viejecita, del maestro Caballero! Faltan a�n los
lugares en donde se pueda comer platos antiguos en su
correspondiente
vajilla, y las tabernas con sus mozas hermosas que sirvan la
cerveza.
Falta el pasado Par�s de las Escuelas, que hiciese ver un poco de la
vida que llevaban los cl�sicos escholiers, y que cuando vinieran sus
colegas de Salamanca o de Oviedo con sus bandurrias y sus guitarras
les
saludasen en lat�n y renovasen en cada cual un Juan Frollo de
Notre-Dame
de Par�s. Falta que no se mezclen en los puestos de bisuter�a y
bebidas
los disfraces medievales con los tocados modernos; pues ahora se
suelen
ver unos pasos anacr�nicos que ponen involuntariamente la sonrisa en
los
labios. Falta asimismo presentar la secci�n de los oficios y
resucitar
los gritos de Par�s con se�alados vendedores ambulantes. La
animaci�n
falta al barrio de la Edad Media, al barrio de los Mercados, en que
ha
de revivir el siglo XVII; las instalaciones completas de la calle
Foir
Saint-Laurent, Ch�telet y Pontau-Change. Cuando todo est� abierto y
dispuesto, el aspecto no podr� menos que ser un extremo atrayente.
Lo
que no juzgo propio es la concesi�n que se har� al progreso y a la
comodidad, con sacrificio de la propiedad. Por la noche, en vez de
multiplicar las linternas de la �poca, se ver�n brillar en los
renovados
barrios l�mparas el�ctricas.
Se anuncian para dentro de poco festivales, justas y torneos, y no
s� si
cortes de amor. Es una l�stima que no se haya tenido todo lo preciso
preparado para que no saliese el visitante algo descontento despu�s
de
una vuelta por esta obra inconclusa. Entre lo que llama la atenci�n
ahora est�n las distintas ense�as de las tiendas y los puestos,
copiados
de viejas colecciones. Al pasar se evocan nombres que constituyen
�poca:
Villon, Flamel, Renaudot, Etienne Marcel. Quiz� dentro de pocos d�as
se
vean ya con un alma estas cosas; y al pasar por la casa de Moli�re
creamos ver al gran c�mico, y en otro lugar sospechemos encontrarnos
con
el redactor de la Gazette, y al cruzar frente a la iglesia de
Saint-Julien-des-M�n�triers oigamos sones de viola y gritos de
saltimbanquis.
No me perdonar�ais que pusiese c�tedra de arquitectura y comenzase
en
estas l�neas una explicaci�n y nomenclatura t�cnicas de edificios,
calles y barrios. Mas permitidme que os env�e la impresi�n del golpe
de
vista, en una tarde apacible y dorada, en que he mirado deslizarse a
mis
ojos el ameno y arcaico panorama.
Desde lejos, suavizados los colores de la vasta decoraci�n, la
visi�n es
deliciosa sobre el puente de l'Alma y el palacio de los Ej�rcitos de
mar
y tierra. Al paso que avanza el bateaumouche, se reconoce, en el oro
del
sol que se pone, la torre del Arzobispado y las dos naves de la
Santa
Capilla, la construcci�n pintoresca de Palais, con su Grande Salle;
el
Molino, el Gran Ch�telet, con su aguda torrecilla; la fonda Cour de
Par�s y cerca del hotel de los Ursinos, el de Coligny; la gran
Chambre
del Comptes de Louis XII; la iglesia de Saint-Juilen-des-M�n�triers,
y
buena cantidad de edificios m�s que os hab�is acostumbrado a ver en
los
grabados y a distinguir en los planos, hasta la puerta de
Saint-Michel y
el portal de la Cartuja de Luxemburgo.
Y como el esp�ritu tiende a la amable regresi�n a lo pasado,
aparecen en
la memoria las mil cosas de la historia y de la leyenda que se
relacionan con todos esos nombres y esos lugares. Asuntos de amor,
actos
de guerra, belleza de tiempos en que la existencia no estaba a�n
fatigada de prosa y de progreso pr�cticos cual hoy en d�a. Los layes
y
villanelas, los decires y rondeles y baladas que los poetas
compon�an a
las bellas y honestas damas que ten�an por el amor y la poes�a otra
idea
que la actual, no eran apagados por el ruido de las industrias y de
los
tr�ficos modernos.
Por las noches ser� �se un refugio grato para los amantes del
ensue�o.
Ignoro si los paseantes caros a Baedeker, los ingleses angulares y
los
que de todas partes del globo vienen a divertirse en el sentido m�s
swell de la palabra gozar�n con la renovaci�n imaginaria de tantas
escenas y cuadros que el arte prefiere. En cuanto a los poetas, a
los
artistas, estoy seguro que hallar�n all� campo libre para m�s de un
dulce r�verie. Tanto peor para los que, entre las agitaciones de la
vida
turbulenta y aplastante, no pueden tener alguna vez siquiera el
consuelo
de sacar de la propia mina el oro de una hermosa ilusi�n.
/Peregrinaciones (1901) /
*CUENTOS*
4
EL VUELO DE LA REINA MAB
La reina Mab, en su carro hecho de una sola perla, tirado por cuatro
cole�pteros de petos dorados y alas de pedrer�a, caminando sobre una
rayo de sol, se coloc� por la ventana de una buhardilla donde
estaban
cuatro hombres flacos, barbudos e impertinentes, lament�ndose como
unos
desdichados.
Por aquel tiempo las hadas hab�an repartido sus dones a los
mortales. A
unos hab�an dado las varitas misteriosas que llenan de oro las
pesadas
cajas del comercio; a otros, unas espigas maravillosas que al
desgranarlas colmaban las trojes de riqueza; a otros, unos cristales
que
hac�an ver en el ri��n de la madre tierra, oro y piedras preciosas;
a
qui�nes, cabelleras espesas y m�sculos de Goliat y mazas enormes
para
machacar el hierro encendido, y a qui�nes, talones fuertes y piernas
�giles para montar en las r�pidas caballer�as que se beben el viento
y
que tienden las crines en la carrera.
Los cuatro hombres se quejaban. Al uno le hab�a tocado en suerte una
cantera, al otro el iris, al otro el ritmo, al otro el cielo azul.
La reina Mab oy� sus palabras. Dec�a el primero:
-�Y bien! �Heme aqu� en la gran lucha de mis sue�os de m�rmol! Yo he
arrancado el bloque y tengo el cincel. Todos ten�is, unos el oro,
otros
la armon�a, otros la luz; yo pienso en la blanca y divina Venus, que
muestra su desnudez bajo el plaf�n color del cielo. Yo quiero dar a
la
masa la l�nea y la hermosura pl�stica, y que circule por las venas
de
las estatuas una sangre incolora como la de los dioses. Yo tengo el
esp�ritu de Grecia en el cerebro, y amo los desnudos en que la ninfa
huye y el fauno tiende los brazos. �Oh Fidias! T� eres para m�
soberbio
y augusto como un semidi�s, en el recinto de la eterna belleza, rey
ante
un ej�rcito de hermosuras que a tus ojos arrojan el magn�fico
Klit�n,
mostrando la esplendidez de la forma en sus cuerpos de rosa y de
nieve.
T� golpeas, hieres y domas el m�rmol, y suena el golpe arm�nico como
un
verso, y te adula la cigarra, amante del sol, oculta entre los
p�mpanos
de la vi�a virgen. Para ti son los Apolos rubios y luminosos, las
Minervas severas y soberanas. T�, como un mago, conviertes la roca
en
simulacro y el colmillo del elefante en copa del fest�n. Y al ver tu
grandeza siento el martirio de mi peque�ez. Porque pasaron los
tiempos
gloriosos. Porque tiemblo ante las miradas de hoy. Porque contemplo
el
ideal inmenso y las fuerzas exhaustas. Porque a medida que cincelo
el
bloque me ataraza el desaliento.
Y dec�a el otro:
-Lo que es hoy romper� mis pinceles. �Para qu� quiero el iris y esta
gran paleta de campo florido, si a la postre mi cuadro no ser�
admitido
en el sal�n? �Qu� abordar�? He recorrido todas las escuelas, todas
las
inspiraciones art�sticas. He pedido a las campi�as sus colores, sus
matices; he adulado a la luz como a una amada, y la he abrazado como
a
una querida. He sido adorador del desnudo con sus magnificiencias,
con
los tonos de sus carnaciones y con sus fugaces medias tintas. He
trazado
en mis lienzos los nimbos de los santos y las alas de los
querubines.
�Ah!, pero siempre el terrible desencanto. �El porvenir! �Vender una
Cleopatra en dos pesetas para poder almorzar!
Y yo, �que podr�a en el estremecimiento de mi inspiraci�n trazar el
gran
cuadro que tengo aqu� dentro!
Y dec�a el otro:
-Perdida mi alma en la gran ilusi�n de mis sinfon�as, temo todas las
decepciones. Yo escucho todas las armon�as, desde la lira de
Terpandro
hasta las fantas�as orquestales de Wagner. Mis ideales brillan en
medio
de mis audacias de inspirado. Yo tengo la percepci�n del fil�sofo
que
oy� la m�sica de los astros. Todos los ruidos pueden aprisionarse,
todos
los ecos son susceptibles de combinaciones. Todo cabe en la l�nea de
mis
escalas crom�ticas.
La luz vibrante se himno, y la melod�a de la selva halla un eco en
mi
coraz�n. Desde el ruido de la tempestad hasta el canto del p�jaro,
todo
se confunde y enlaza en la infinita cadencia.
Entretanto, no diviso sino la muchedumbre que befa, y la celda del
manicomio.
Y el �ltimo:
-Todos bebemos del agua clara de la fuente de Jonia. Pero el ideal
flora
en el azul; y para que los esp�ritus gocen de la luz suprema es
preciso
que asciendan. Yo tengo el verso que es de miel, y el que es de oro,
y
el que es de hierro candente.
Yo soy el �nfora del celeste perfume; tengo el amor. Paloma,
estrella,
nido, lirio, vosotros conoc�is mi morada. Para los vuelos
inconmensurables tengo alas de �guila que parten a golpes m�gicos el
hurac�n. Y para hallar el beso, y escribo la estrofa, y entonces, si
veis mi alma, conocer�is a mi musa. Amo las epopeyas, porque de
ellas
brota el soplo heroico que agita las banderas que ondean sobre las
lanzas y los penachos que tiemblan sobre los cascos; los cantos
l�ricos,
porque hablan de las diosas y de los amores; y las �glogas, porque
son
olorosas a verbena y tomillo, y el santo aliento del buey coronado
de
rosas. Yo escribir�a algo inmortal; mas me abruma un porvenir de
miseria
y de hambre.
Entonces, la reina Mab, del fondo de su carro hecho de una sola
perla,
tom� un velo azul, casi impalpable, como formado de suspiros, o de
miradas de �ngeles rubios y pensativos. Y aquel velo era el velo de
los
sue�os, de los dulces sue�os, que hacen ver la vida del color de
rosa. Y
con �l envolvi� a los cuatro hombres flacos, barbudos e
impertinentes.
Los cuales cesaron de estar tristes, porque penetr� en su pecho la
esperanza, y en su cabeza el sol alegre, con el diablillo de la
vanidad,
que consuela en sus profundas decepciones a los pobres artistas.
Y desde entonces, en las buhardillas de los brillantes infelices,
donde
flota el sue�o azul, se piensa en el porvenir como en la aurora, y
se
oyen risas que quitan la tristeza, y se bailan extra�as far�ndulas
alrededor de un blanco Apolo, de un lindo paisaje, de un viol�n
viejo,
de un amarillento manuscrito.
/Azul... (1888)/
5
EL CASO DE LA SE�ORITA AMELIA
Que el doctor Z es ilustre, elocuente, conquistador; que su voz es
profunda y vibrante al mismo tiempo, y su gesto avasallador y
misterioso, sobre todo despu�s de la publicaci�n de su obra sobre
/La
pl�stica de ensue�o/, quiz�s podr�ais neg�rmelo o acept�rmelo con
restricci�n; pero que su calva es �nica, insigne, hermosa, solemne,
l�rica si gust�is, �oh, eso nunca, estoy seguro! �C�mo negar�ais la
luz
del sol, el aroma de las rosas y las propiedades narc�ticas de
ciertos
versos? Pues bien; esta noche pasada, poco despu�s que saludamos el
toque de las doce con una salva de doce taponazos del m�s leg�timo
Roeder, en el precioso comedor rococ� de ese sibarita de jud�o que
se
llama Lowensteinger, la calva del doctor alzaba, aureolada de
orgullo,
su bru�ido orbe de marfil, sobre el cual, por un capricho de la luz,
se
ve�an sobre el cristal de un espejo las llamas de dos buj�as que
formaban, no s� c�mo, algo as� como los cuernos luminosos de Mois�s.
El
doctor enderezaba hacia m� sus grandes gestos y sus sabias palabras.
Yo
hab�a soltado de mis labios, casi siempre silenciosos, una frase
banal
cualquiera. Por ejemplo, �sta:
-�Oh, si el tiempo pudiera detenerse!
La mirada que el doctor me dirigi� y la clase de sonrisa que decor�
su
boca despu�s de o�r mi exclamaci�n, confieso que hubiera turbado a
cualquiera.
-Caballero- me dijo saboreando su campa�a -; si yo no estuviese
completamente desilusionado de la juventud; si no supiese que todos
los
que hoy empez�is a vivir est�is ya muertos, es decir, muertos del
alma,
sin fe, sin entusiasmo, sin ideales, canosos por dentro; que no sois
sino m�scaras de vida, nada m�s. s�, si no supiese eso, si viese en
vos
algo m�s que un hombre de fin de siglo, os dir�a que esa frase que
acab�is de pronunciar: "�Oh, si el tiempo pudiera detenerse!", tiene
en
m� la respuesta m�s satisfactoria.
-�Doctor!
-S�, os repito que vuestro escepticismo me impide hablar, como
hubiera
hecho en otra ocasi�n.
-Creo -contest� con voz firme y serena- en Dios y su Iglesia. Creo
en
los milagros. Creo en lo sobrenatural.
-En ese caso, voy a contaros algo que os har� sonre�r. Mi narraci�n
espero que os har� pensar.
En el comedor hab�amos quedado cuatro convidados, a m�s de Minna, la
hija del due�o de casa; el periodista Riquet, el abate Pureau,
reci�n
enviado por Hirch, el doctor y yo. A lo lejos o�amos en la alegr�a
de
los salones la palabrer�a usual de la hora primera del a�o nuevo:
Happy
new year! Happy new year! �Feliz a�o nuevo!
El doctor continu�:
-�Qui�n es el sabio que se atreve a decir esto es as�? Nada se sabe.
Ignoramus et ignorabimus. �Qui�n conoce a punto fijo la noci�n del
tiempo? �Qui�n sabe con seguridad lo que es el espacio? Va la
ciencia a
tanteo, caminando como una ciega, y juzga a veces cuando logra
advertir
un vago reflejo de la luz verdadera. Nadie ha podido desprender de
su
c�rculo uniforme la culebra simb�lica. Desde el tres veces m�s
grande,
el Hermes, hasta nuestros d�as, la mano humana ha podido apenas
alzar
una l�nea del manto que cubre a la eterna Isis. Nada ha logrado
saberse
con absoluta seguridad en las tres grandes expresiones de la
Naturaleza:
hechos, leyes, principios. Yo he intentado profundizar en el inmenso
campo del misterio, he perdido casi todas mis ilusiones.
Yo he sido llamado sabio en Academias ilustres y libros voluminosos;
yo
que he consagrado toda mi vida al estudio de la humanidad, sus
or�genes
y sus fines; yo que he penetrado en la c�bala, en el ocultismo y en
la
teosof�a, que he pasado del plano material del sabio al plano astral
del
m�gico y al plano espiritual del mago, que s� c�mo obraba Apolonio
el
Thianense y Paracelso, y al ingl�s Crookes; yo que ahond� en el
Karma
b�dhico y en el misticismo cristiano, y s� al mismo tiempo la
ciencia
desconocida de los fakires y la teolog�a de los sacerdotes romanos,
yo
os digo que no hemos visto los sabios ni un solo rayo de la luz
suprema,
y que la inmensidad y la eternidad del misterio forman la �nica y
pavorosa verdad.
Y dirigi�ndose a m�:
-�Sab�is cu�les son los principios del hombre? Grupa, jilba, linga,
sahrira, kama, rupa, manas, buddhi, atma, es decir: el cuerpo, la
fuerza
vital y la esencia espiritual.
Viendo a Minna poner una cara un tanto desolada, me atrev� a
interrumpir
al doctor:
-Me parece que ibais a demostrarnos que el tiempo.
-Y bien -dijo-, puesto que no os placen las disertaciones por
pr�logo,
vamos al cuento que debo contaros, y es el siguiente:
Hace veintitr�s a�os, conoc� en Buenos Aires a la familia Revall,
cuyo
fundador, un excelente caballero franc�s, ejerci� un cargo consular
en
tiempo de Rosas. Nuestras casas eran vecinas, era yo joven y
entusiasta,
y las tres se�oritas Revall hubieran podido hacer competencia a las
tres
Gracias. De m�s est� decir que muy pocas chispas fueron necesarias
para
encender una hoguera de amor.
Amooor, pronunciaba el sabio obeso, con el pulgar de la diestra
metido
en la bolsa del chaleco, y tamborileando sobre su potente abdomen
con
los dedos �giles y regordetes, y continu�:
-Puedo confesar francamente que no ten�a predilecci�n por ninguna, y
que
Luz, Josefina y Amelia ocupaban en mi coraz�n el mismo lugar. El
mismo,
tal vez no; pues los dulces al par que ardientes ojos de Amelia, su
alegre y roja risa, su picard�a infantil.dir� que era ella mi
preferida.
Era la menor; ten�a doce a�os apenas, y yo ya hab�a pasado de los
treinta. Por tal motivo, y por ser la chicuela de car�cter travieso
y
jovial, trat�bala yo como ni�a que era, y entre las otras dos
repart�a
mis miradas incendiarias, mis suspiros, mis apretones de manos y
hasta
mis serias promesas de matrimonio, en una, os lo confieso, atroz y
culpable bigamia de pasi�n. �Pero la chiquilla Amelia!. Suced�a que,
cuando yo llegaba a casa, era ella quien primero corr�a a recibirme,
llena de sonrisas y zalamer�as: "�Y mis bombones?" He aqu� la
pregunta
sacramental. Yo me sentaba regocijado, despu�s de mis correctos
saludos,
y colmaba las manos de la ni�a de ricos caramelos de rosas y de
deliciosas grajeas de chocolate, los cuales, ella, a plena boca,
saboreaba con una sonora m�sica palatinal, lingual y dental. El
porqu�
de mi apego a aquella muchachita de vestido a media pierna y de ojos
lindos, no os lo podr� explicar; pero es el caso que, cuando por
causa
de mis estudios tuve que dejar Buenos Aires, fing� alguna emoci�n al
despedirme de Luz, que me miraba con anchos ojos doloridos y
sentimentales; di un falso apret�n de manos a Josefina, que ten�a
entre
los dientes, por no llorar, y en la frente de Amelia incrust� un
beso,
el m�s puro y el m�s encendido, el m�s casto y el m�s ardiente �qu�
s�
yo! de todos los que he dado en mi vida. Y sal� en barco para
Calcuta,
ni m�s ni menos que como vuestro querido y admirado general Mansilla
cuando fue a Oriente, lleno de juventud y de sonoras flamantes
esterlinas de oro. Iba yo, sediento ya de las ciencias ocultas, a
estudiar entre los mahatmas de la India lo que la pobre ciencia
occidental no puede ense�arnos todav�a. La amistad epistolar que
manten�a con madame Blavatsky, hab�ame abierto ancho campo en el
pa�s de
los fakires, y m�s de un gur�, que conoc�a mi sed de saber, se
encontraba dispuesto a conducirme por buen camino a la fuente
sagrada de
la verdad, y si es cierto que mis labios creyeron saciarse en sus
frescas aguas diamantinas, mi sed no se pudo aplacar. Busqu�, busqu�
con
tes�n lo que mis ojos ansiaban contemplar, el Keherpas de Zoroastro,
el
Kalep persa, el Kovei-Khan de la filosof�a india, el archoeno de
Paracelso, el limbuz de Swedenborg, o� la palabra de los monjes
budhistas en medio de las florestas del Thibet; estudi� los diez
sephiroth de la Kabala, desde el que simboliza el espacio sin
l�mites
hasta el que, llamado Malkuth, encierra el principio de la vida.
Estudi�
el esp�ritu, el aire, el agua, el fuego, la altura, la profundidad,
el
Oriente, el Occidente, el Norte y el Mediod�a; y llegue casi a
comprender y aun a conocer �ntimamente a Sat�n, Lucifer, Astharot,
Beelzebutt, Asmodeo, Belphegor, Mabema, Lilith, Adrameleh y Baal. En
mis
ansias de compresi�n; en mi insaciable deseo de sabidur�a; cuando
juzgaba haber llegado al logro de mis ambiciones, encontraba los
signos
de mi debilidad y las manifestaciones de mi pobreza, y estas ideas,
Dios, el espacio, el tiempo, formaban las m�s impenetrable bruma
delante
de mis pupilas. Viaj� por Asia, �frica, Europa y Am�rica. Ayud� al
coronel Olcott a fundar la rama teos�fica de New York. Y a todo esto
-recalc� de s�bito el doctor, mirando fijamente a la rubia Minna-
�sab�is lo que es la ciencia y la inmortalidad de todo? �Un par de
ojos
azules. o negros!
-�Y el fin del cuento?- gimi� dulcemente la se�orita.
-Juro, se�ores, que lo que estoy refiriendo es de una absoluta
verdad.
�El fin del cuento? Hace apenas una semana he vuelto a la Argentina;
despu�s de veintitr�s a�os de ausencia. He vuelto gordo, bastante
gordo,
y calvo como una rodilla; pero en mi coraz�n he mantenido ardiente
el
fuego del amor, la vestal de los solterones. Y como por tanto, lo
primero que hice fue indagar el paradero de la familia Revall. "�Las
Revall -me dijeron-, las del caso de Amelia Revall", y estas
palabras
acompa�adas con una especial sonrisa. Llegu� a sospechar que la
pobre
Amelia, la pobre chiquilla. Y buscando, buscando, di con la casa. Al
entrar, fui recibido por un criado negro y viejo, que llev� mi
tarjeta,
y me hizo pasar a una sala donde todo ten�a un vago tinte de
tristeza.
El paredes, los espejos estaban cubiertos con velos de luto, y dos
grandes retratos, en los cuales reconoc�a a las dos hermanas
mayores, se
miraban melanc�licos y oscuros sobre el piano. A poco, Luz y
Josefina:
-�Oh amigo m�o, o amigo m�o!
Nada m�s. Luego, una conversaci�n llena de reticencias y de
timideces,
de palabras entrecortadas y de sonrisas de inteligencia tristes, muy
tristes. Por todo lo que logr� entender, vine a quedar en que ambas
no
se hab�an casado. En cuanto a Amelia, no me atrev�a a preguntar
nada.
Quiz� mi pregunta llegar�a a aquellos pobres seres, como una amarga
iron�a, a recordar tal vez una irremediable desgracia y una
deshonra..
En esto vi llegar saltando a una ni�a, cuyo cuerpo y rostro eran
iguales
en todo a los de mi pobre Amelia. Se dirigi� a m�, y con su misma
voz
exclam�:
-�Y mis bombones?
Yo no hall� qu� decir.
Las dos hermanas se miraban p�lidas, p�lidas, y mov�an la cabeza
desoladamente.
Mascullando una despedida y haciendo una zurda genuflexi�n, sal�a a
la
calle, como perseguido por alg�n soplo extra�o. Luego lo he sabido
todo.
La ni�a que yo cre�a fruto de un amor culpable es Amelia, la misma
que
yo dej� hace veintitr�s a�os, la cual se ha quedado en la infancia,
ha
contenido su carrera vital. Se ha detenido para ella el reloj del
Tiempo, en una hora se�alada �qui�n sabe con qu� designio del
desconocido Dios!
El doctor Z era en este momento todo calvo.
/Publicado en La Naci�n (Buenos Aires), 1894/
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