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Idilio Marino Ruben Dario

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    Rub�n Dar�o


    Idilio marino


    M�s all� de las solitarias islas en donde descansan los p�jaros
    viajeros, en el reino en que Leviat�n domina, sobre una roca, est�
    entronizada la vencedora en la irresistible omnipotencia de su desnudez.

    * * *

    En su blanca piel est� la sal, el perfume marino de Anadi�mena, y la
    serpiente de las olas hace ver una vez m�s, amorosa y humillada, el
    soberano triunfo del encanto femenino: Europa sobre el lomo del toro, la
    Bella y la Fiera, la Mundana del pintor moderno, que, desnuda, corta las
    u�as del le�n.

    Un trit�n velludo y escamoso hace cantar su ronco caracol, en tanto que
    el mostruo recibe una caricia de la tentadora de la Mujer, que bajo el
    inmenso cielo ofrece su fatal hermosura en el abandono de su supremo
    impudor.

    LA CANCI�N DEL INVIERNO

    Llueve. Negras nubes cubren el cielo azul y ocultan el sol, la luz, que,
    iluminando y calentando los cuerpos, calienta e ilumina las almas.

    Hace fr�o; hay oscuridad. Tambi�n hay fr�o en el coraz�n y nieve en el alma.

    El invierno crudo, con sus nieves y el cierzo que azota, marchita las
    flores.

    En invierno, los d�as son oscuros como las noches.

    En el sepulcro reina la eterna noche.

    Cuando hay dulce tristeza, se duerme, y entonces se sue�a y son rosados
    los sue�os.

    En la tumba, donde tambi�n se duerme, �como ser�n, �oh Dios!, los
    sue�os? Cuando se despierta, se sonr�e al recuerdo de las delicias que
    vimos en el reposo. Luego, se frunce el ce�o y se nubla la frente,
    estamos junto a la realidad, los sue�os fueron sue�os nada m�s.

    En la tumba, �no hay despertar? �No vienen tras forjadas ilusiones,
    hirientes realidades? �No habr� perfumes de flores, brillo de estrellas,
    luz de aurora, risas ang�licas, calor celestial en el esp�ritu? �Oh!,
    las almas no tienen, de seguro, nieblas invernales, flores marchitas,
    nubes que oculten los luceros, borrascas que despedacen las barquillas,
    espinas ni dardos para el coraz�n, ni zarzas que arranquen las plumas de
    sus palomas inocentes.

    En el mundo, despu�s de la tibieza del sol en el d�a y los resplandores
    plateados de la luna, los rayos luminosos de las estrellas y los dulces
    rumores en las noches de la primavera y el est�o, viene el invierno. �El
    invierno que da fr�o y que marchita las flores y las ilusiones y con
    ellas la vida!

    El invierno es triste, es sombr�o para los que no tienen calor que
    conforte el cuerpo y alegres ilusiones que animen el alma.

    Pero bendito eres, viejo invierno, cuando se oye caer la lluvia con
    lentitud, y la niebla densa nos rodea, y el fr�o llega con esa perezosa
    indolencia que nos invade, en tanto que, envueltos en suaves pieles,
    sentimos la luz que a la naturaleza falta, en el alma, y la primavera
    que se aleja, en el coraz�n.

    O�mos cantar a los p�jaros, zumbar las abejas, mecerse en su tallo,
    graciosas, las azucenas, aspiramos el perfume de los heliotropos y los
    jazmines, escuchamos el rumor de la brisa en los altos �rboles y vemos
    el roc�o perlado que humedece la verde grama. Todo eso, dentro del coraz�n.

    �Hay nieve?

    �Bien venida! �C�mo se va a blanquear esa lluvia de plumas de cisne!

    �Hay fr�o?

    No se siente; dentro del pecho hay una hoguera que da vida, calor, luz.

    �Est� todo mustio, marchitas las rosas, sin hojas los �rboles?

    El alma est� sonriendo. All� hay flores cuyo perfume embriaga, all�
    nacen, crecen y son bellas, divinas plantas, hay all� m�sica, armon�a,
    versos, que animan, mientras con los ojos medio cerrados so�amos y
    alcanzamos ver, tras el manto gris del cielo, el rosa y azul de la
    aurora, con su sonrisa cepuscular.

    Hace fr�o y llueve y nieva. Al teatro, al baile, donde mil y mil luces
    brillan. En las chimeneas arde el fuego; la m�sica vibra triunfante, y
    en medio de las risas juguetonas , se bailan los valses que dan v�rtigo,
    en tanto que las ilusiones vuelan y giran como locas mariposas. Los ojos
    brillan negros y profundos unos, azules y tiernos otros, y los labios
    rosados se agitan murmurando las dulces palabras. Y se oye caer la
    lluvia, y a la luz de los faroles se ve la nieve como una s�bana de
    plata, y se dice en tanto:

    -�Qu� bello! S�, es muy bello as� el invierno.

    Qu� horrible cuando se siente en el coraz�n y reina en el alma, y nos
    trae el fr�o que mata. Pasa y vuelve la primavera, y �l a�n no se aleja.

    Pero cuando las rosas no se marchitan y las mariposas no dejan de volar,
    en el jard�n del ensue�o, es hermoso ver blanquear los techos, ver los
    �rboles sin hojas y el cielo plomizo. Alegre, acaricia el o�do el ruido
    acompasado de la lluvia.

    �Bendito seas, viejo invierno!

    EL IDEAL

    Y luego, una torre de marfil, una flor m�stica, una estrella quien
    enamorar... Pas�, la vi como quien viera un alba , huyente, r�pida,
    implacable.

    * * *

    Era una estatua antigua con alma que se asomaba a los ojos, ojos
    angelicales, todos ternura, todos cielo azul, todos enigma.

    * * *

    Sinti� que la besaba con mis miradas y me castig� con la majestad de su
    belleza, y me vio como una reina y como una paloma, pero pas�
    arrebatadora , triunfante, como una visi�n que deslumbra. Y yo, el pobre
    pintor de la naturaleza y del Psiquis, hacedor de ritmos y castillos
    a�reos, vi el vestido luminoso del hada, y la estrella de su diadema, y
    pens� en la promesa ansiada del amor hermoso.

    * * *

    Mas de aquel rayo supremo y fatal, s�lo qued� en el fondo de mi cerebro
    un rostro de mujer, un sue�o azul.

    _IMPRESIONES Y SENSACIONES_

    MUSICAS NOCTURNAS

    Se nota la falta de espa�oles entre lo emigrantes. No se oyen las
    guitarras animadoras, ni las casta�uelas, ni se ve danzar la jota o la
    seguidilla con acompa�amiento de palmadas y jaleos.

    -Ciertamente, van gentes de otro esp�ritu y de otras costumbres. Apenas
    , en esta noche en que brilla la luna, se oye un precario acorde�n que
    toca un vals vien�s.

    Desde la masa humana de tercera sube esa m�sica como con fatiga, y
    parece que todos escuchan en silencio. Arriba- e vidi quatro
    stelle-brilla la Cruz del Sur, y un creciente de luna platea la noche y
    pone una luz apacible sobre las aguas. El acorde�n sigue en un danubio
    azul interminable. La orquesta a comenzado sus tocatas al otro lado del
    barco, en la veranda. Luego, hay un silencio, turbado apenas por el roce
    de las olasen el casco del vapor. Y en medio de ese silencio, de la masa
    humana de los emigrantes, brota un coro sonoro grave que se dir�a
    religioso en la tranquilidad de la poes�a nocturna. Son los alemanes.
    Cantan,con su amor musical, una canci�n de su pa�s, una de esas
    canciones que son propias a los hombres del Norte, hombres impregnados
    de del " vapor del arte" que han vivido cerca de las selvas oscuras y
    han o�do, cerca de las ruinas de los castillos en que habitaron los
    viejos margraves, cantar sobre los �rboles de leyenda de ruise�ores,
    lanzar sobre el O�ano su canto, hijos de la pensativa y melodiosa
    Germania, y no se sabria adonde dirigen el �mpetu ermonioso, si a la
    tierra antigua que dejaron , o a la nueva en donde ven surgir una esperanza.

    LOS CAPRICHOS DEL SOL

    El prodigio, siempre renovado, es el de la arquitectura de oro, de las
    ciudades fabulosas, de las visiones de encantamiento que forma el
    capricho de los ponientes sobre el horizonte oce�nico. Tiros, Heli�polis
    de fuego, Ecbanatas de maravilla, surgen en el decorado de mil tintes y
    matices que el sol extiende sobre el cielo vespertino. No es el di�logo
    entre Hamlet y Polonio; en realidad vemos aparecer fant�sticas figuras:
    monstruos, aves colosales, palacios anaranjados, escalas firmamentales
    como de plata viva,creaciones de un Pivaneso de delirio, de un Turner
    exacerbado, r�os de topacio entre rocas de carm�n y arboledas brumosas y
    azuladas, y cien triunfos de color, y cien rompimientos, y cien aguas de
    perla, de metal de pedrer�a, se presentan a nuestra vista, para cambiar
    en seguida, para transformarse como el capricho de una luminosa
    fantas�a. El espect�culo est� en nosotros, y si cada cual lo mira
    conforme a su poder ideal y su mayor o menor frecuencia del ensue�o, la
    voluntad inmensa que domina el acaso, y que no cuenta con nosotros,
    crea, combina para el instante en lo infinito.

    MONOTONIA DEL MAR

    � Y otra vez! Momoton�a de las traves�as, de las gentes, siempre las
    mismas: hombres de negocios, viajantes de sus aburrimientos, apacibles
    mam�s, inglesas tiesas, coquetas, cocotas; y en los amontonamientos de
    la tercera clase, los reba�os de la inmigraci�n, las almas opacas o
    revueltas de la carne de fatiga, los que van so�ando una ilusi�n de
    bienestar: Un Brasil, un Uruguay, una argentina de oro. Monoton�a de la
    inmensidad de agua, que cambia a cada instante, permaneciendo la misma:
    los colores de los cristales del Oc�ano son ya m�s oscuros, m�s
    brillantes, m�s transparentes; mas siempre es el terno espect�culo de
    esta divinidad visible y m�vil, que llega a fatigar con su aspecto vasto
    e invariable. Apenas las fiestas del sol cambian, con sus decoraciones
    inauditas y sus rompimientos de oro y de piedras preciosas, la visi�n
    fatigante, y el coraz�n de la m�quina ritma, tambi�n monotonamente, el
    paso del barco sobre las olas; y en ninguna parte como en medio de esta
    inmensa monoton�a se despiertan en el esp�ritu dos misteriosos dones del
    alma: El recuerdo y la esperanza.

    LOS BOHEMIOS

    Son bohemios de verdad los que en la tercera clase manchan con los vivos
    y alegrescolores de sus vestidos vistosos la muchedumbre aglomeradade
    los trabajadores que van en busca de las tierras ping�es y generosas. Es
    una numerosa tribi,que viene qui�n sabe de d�nde y que habla no s� qu�
    lengua �spera y b�rbara: h�ngara, b�lgaro, algo balc�nico. Hay un
    anciano, muy anciano, que es el jefe, el patriarca. el y los otros
    hombres visten chaquetones oscuros, que tiene por botones profusas y
    enormes bellotas de plata. Otros llevan camisas rojas, o de telas que se
    dir�an de cortinajes y tapicer�as,de colores detonantes. Son fuertes,
    morenos y velludos. Uno tiene la cara de un chivo, a otro le forma el
    tupido pelo, recortado en redondo, como un capacete de seda espesa y
    renegrida. Son tipos de procreadores. Las mujeres son fuertes, macizas,
    de aspectos variados y de cierta belleza. Una, de perfil cauc�sico, ya
    de alguna edad, lleva al cuello y en las dos gordas trenzas que le caen
    por el pecho como hasta veinte antiguas onzas de oro de Espa�a. hay
    otras m�s j�venes, hembras que revelan animalidad libre y larga
    fecundidad. Una se creer�a sacada de un bajo relieve, sensual, de ojos
    fogosos;otra es casi rubia; otra se juzgar�a andaluza, y las hay con
    algo de razas n�rdicas. Pero todas parecen doradas por el sol, cuyo
    retiro van buscando los cosroitas; todos traen a la memoria cuentos de
    mal de ojo y de buenaventura; todos hacen recordar versos de Richepin
    turanio de asta�o; todos tiene la p�tina de azar, el relente de la vida
    errante, el secreto quiz� de la relativa felicidad, parientes de las
    bestias de los montes y de los p�jaros del aire, predilectos de la luz,
    confidentes del mono, del perro y del oso, amantes del sol y de la
    libertad. Para comer tienen un tapiz en que hay simuladas admirablemente
    hojas de �rbol, y all� toman el te de su samovar, con rajas de lim�n y
    pan que cortan con sus cuchillos y navajas. Y luego fuman, desde el ni�o
    de cuatro a�os, que parece un duende, hasta el viejo curtido por los
    vientos y soles, que se asemeja a un brujo.

    APUNTE

    La sabana es extensa y verde como el pa�o de un billar digno de Goliath
    o de Briareo.

    El carruale se desliza sobre la grama, que presenta a las ruedas una
    esponjosa suavidad de terciopelo. Arriba manchan de blanco y gris el
    cielo azul nubes desgarradasy avellonadas; algunas casi convertidas en
    una disuelta y vaga opacidad brumosa. All�, en el fondo, se destacan los
    cerros sinuosos y ondulados, en los cuales sinfoniza al claro y dorado
    sol toda la gama del verde: verde mar, verde encadrenillado, verde que
    se confunde con una blancura p�lida. Los caballos nos arrastran con
    andar acompasado y lento. Pasa un p�jaro. Un poeta alaba a una diminuta
    y humilde flor campestre. Y el esp�ritu, contemplativo y so�ador, goza
    de un misterioso y exquisito deleite, conmovido por la divina armon�a de
    la naturaleza.

    CLEOPOMPO Y HELIODEMO

    Cleopompo y Heliodemo, cuyo filosof�a es id�ntica, gustan dialogar bajo
    el verde pali del platanar. All� Cleopompo muerde manzanas epic�reas y
    Heliodemo f�a al aire de su confianza en la eterna armon�a:

    Mal haya quien las Parcas, inhumano, recuerde;

    si una sonora perla de la clepsidra pierde,

    no volver� a ofrecerlala mano que la env�a.

    Una vaca aparece crepuscular. es la hora en que el grillo, en su lira,
    hace halagos a Flora y en el azul florece un diamante supremo y en la
    pupila enorme de la bestia apacible miran como que rueda en un ritmo
    visible de la m�sica del mundo: Cleopompo y Heliodemo.

    EN EL MAR

    Es un mar de pizarra, con una multitud de florecimientos de nieve, es un
    mar gris oscuro,con mil puntos en donde estallan copos de espuma.

    Chente Quir�s me llam� poeta ni�o.�Porn�grafo!

    No me subleva el adjetivo.V�ctor Hugo da ese nombre al formidable
    anciano Homero.

    Pero en el Oc�ano me siento ni�o. Siento siempre aquella primera
    impresi�n de las potentes aguas inmensas; siento lo que tan
    admirablemnte expres� Pierre Loti. Me miro chico y pobre ante tanta
    grandeza y tanta riqueza. Una onda me canta la eterna canci�n de la
    esperanza, y otra me repite la salmodia misteriosa de los muertos. me
    acuerdo de los tristes poetas, de los p�lidos so�adores, me acuerdo de
    los que van sobre el mar, de los que tienen un pensamiento y su coraz�n
    expuestos a los golpes del ala de la tempestad.

    All� va una nube. �Ad�nde va? Es caprichosa como una mujer. Son tres
    hermanas, la mujer, la onda y al nube. A la primera, la increp� el Padre
    Eterno; a la segunda, el poeta Shakespeare, la tercera es la poliforme
    errabunda de la regi�n azul.

    Se mueve como un coraz�n esta gran m�quina que arrastra el nav�o. Es un
    organismo esta casa flotante: tiene aorta, nervios, cerebro, pulmones; y
    all� en lo alto del m�stil, la banderade las estrellas: la bandera de la
    Libertad

    �Bendito sea el dios de los errantes, la providencia de los viajeros!

    �Bendito sea el que manda a Tob�as el arc�ngel, a Col�n los l�quenes de
    am�rica, a Dante la soberana figura del dulce Virgilio!

    ELOGIO DE LOS GORDOS

    Viene a bordo un hombre de una gordura dominante y eminente. Este hombre
    gordo es comunicativo, conversador y ocurrente, amable y de humor
    risue�o que no var�a, ni aun con los calores ecuatoriales. Lo acompa�a
    una dama grandiosa y capitosa, cuyos appas son de los que siempre alaban
    con preferncia los poetas que cita en sus narraciones la sutil
    Scheherezada de La smil y una noches. El gran portugu�s E�a de
    Queirozdice en alguna parte, hablando de no recuerdo cu�l de sus
    personajes: Era un gordo, e portanto um prudente. Quiz� la prudencia sea
    lo que falte a nuestro robusto compa�ero de navegaci�n, pues a pesar de
    sus ciento cincuenta Kilos, se atreve a danzar sobre cubierta, con su
    alegre dama y otras gentiles pasajeras.

    Yo he de decir el eloio de los gordos, porque ellos no dan entrada a la
    mal aconsejadora melancol�a. Casi siempre est�n de buen �nimo y saben el
    precio de la vida. R�en de verdad,con la risa franca y sabrosa. Gozan de
    buen apetitoy digieren en la paz de su completa satisfacci�n. Los
    favorece el sentido com�n, la tranquilidad y la feliz armon�a con los
    dem�s hombres . Raro, rar�simo ser� el gordo suicida. Si Bruto hubiera
    sido gordono hubiera asesinado a su bienhechor. No lo dice as�
    propiamente Shakespeare, pero recrdad ls versos de Julio C�sar.

    Los sue�os y las visiones que perturban el �nimo no frecuentan a los
    gordos. Ved el flaco Don Quijote, asaetado de penas y cuidados, y al
    gordo Sancho , que sabe aprovechar el paso de la hora y llena el
    bandullo. Todo flaco paraen l�vido y todo l�vido maligno, por causa del
    mal funcionamiento corporal: la sana y bienhechora risa huye de los
    flacos, gentes a quien meser Goster no es procicio y cuyo h�gado, �rgano
    ilustre para los orietales, les hace malas bilis y peligrosas c�leras.

    Rabelais sab�a bien todo esto, y en ello pudo extenderse M.Bergeret,
    maestro de conferencias, cuando su visita a Buenos Aires. El gordo del
    barco es ameno y afectuoso. Cuenta cuentos picantes; trata a los amigos
    ocasionales con regocijada confianza; juega a los juegos ingleses; como
    sandwichs, r�e con convicci�n y salud. Es un ser feliz. Y por su causa
    he escrito estas l�neas , recordando a los abades conventuales, al noble
    rey Gambrinus y a sir John Falstaff, todos ellos de opulenta y rozagante
    memoria.

    _LA PROSA EN RUB�N DAR�O_

    La grandeza de la poes�a de RUB�N DAR�O, contribuy� parcialmente
    a oscurecer la atenci�n prestada a su obra en prosa. Sin
    embargo, hay ocho CUENTOS FANT�STICOS -seleccionados y
    prologados por Jos� Olivio Jim�nez- que muestran cumplidamente
    el talento como fabulador del gran escritor nicarag�ense, que
    dio nueva forma est�tica a temas de diversas procedencias
    literarias. Los argumentos de las narraciones cubren un amplio
    espectro, en el que tienen cabida muy distintos matices de lo
    maravilloso y lo extra�o: milagros piadosos que desaf�an las
    leyes naturales ("Cuento de Noche Buena"); vampirismo de
    car�cter teos�fico ("Thanathopia"); sue�os de vasta proyecci�n
    universal ("La pesadilla de Honorio"); la detenci�n del tiempo
    ("El caso de la se�orita Amelia"); la presencia del diablo
    ("Ver�nica", "El Salom�n negro"); la reencarnaci�n y la
    metempsicosis ("D.Q."); materializaciones sepulcrales ("La
    larva"); pesadillas terror�ficas ("Cuento de pascuas"); rescate
    del misterio que a�n domina la vida cotidiana en las culturas
    primitivas ("Huitzilopoxtli"). Como muestra significativa de los
    ensayos que se emparentan tem�ticamente con la narrativa
    fant�stica, tambi�n encontramos un trabajo sobre "Edgar Poe y
    los sue�os".

    Vamos a ver dos de estos cuentos como un vivo ejemplo de la obra en
    prosa de

    Rub�n Dar�o:

    _Cuento de Noche Buena_

    El hermano Longinos de Santa Mar�a era la perla del convento. Perla es
    decir poco, para el caso; era un estuche, una riqueza, un algo
    incomparable e inencontrable: lo mismo ayudaba al docto fray Benito en
    sus copias, distingui�ndose en ornar de may�sculas los manuscritos, como
    en la cocina hac�a exhalar suaves olores a la fritanga permitida despu�s
    del tiempo de ayuno; as� serv�a de sacrist�n, como cultivaba las
    legumbres del huerto; y en maitines o v�speras, su hermosa voz de
    sochantre resonaba armoniosamente bajo la techumbre de la capilla. Mas
    su mayor m�rito consist�a en su maravilloso don musical; en sus manos,
    en sus ilustres manos de organista. Ninguno entre toda la comunidad
    conoc�a como �l aquel sonoro instrumento del cual hac�a brotar las notas
    como bandadas de aves melodiosas; ninguno como �l acompa�aba, como
    pose�do por un celestial esp�ritu, las prosas y los himnos, y las voces
    sagradas del canto llano. Su eminencia el cardenal -que hab�a visitado
    el convento en un d�a inolvidable- hab�a bendecido al hermano, primero,
    abraz�ndole enseguida, y por �ltimo d�chole una elogiosa frase latina,
    despu�s de o�rle tocar. Todo lo que en el hermano Longinos resaltaba,
    estaba iluminado por la m�s amable sencillez y por la m�s inocente
    alegr�a. Cuando estaba en alguna labor, ten�a siempre un himno en los
    labios, como sus hermanos los pajaritos de Dios. Y cuando volv�a, con su
    alforja llena de limosnas, taloneando a la borrica, sudoroso bajo el
    sol, en su cara se ve�a un tan dulce resplandor de jovialidad, que los
    campesinos sal�an a las puertas de sus casas, salud�ndole, llam�ndole
    hacia ellos: "!Eh! Venid ac�, hermano Longinos, y tomareis un buen
    vaso..." Su cara la pod�is ver en una tabla que se conserva en la
    abad�a; bajo una frente noble dos ojos humildes y oscuros, la nariz un
    tantico levantada, en una ingenua expresi�n de picard�a infantil, y en
    la boca entreabierta, la m�s bondadosa de las sonrisas.

    Avino, pues, que un d�a de Navidad, Longinos fuese a la pr�xima
    aldea...; pero �no os he dicho nada del convento? El cual estaba situado
    cerca de una aldea de labradores, no muy distante de una vasta floresta,
    en donde, antes de la fundaci�n del monasterio, hab�a cen�culos de
    hechiceros, reuniones de hadas, y de silfos, y otras tantas cosas que
    favorece el poder del Baj�simo, de quien Dios nos guarde. Los vientos
    del cielo llevaban desde el santo edificio monacal, en la quietud de las
    noches o en los serenos crep�sculos, ecos misteriosos, grandes temblores
    sonores..., era el �rgano de Longinos que acompa�ando la voz de sus
    hermanos en Cristo, lanzaba sus clamores benditos. Fue, pues, en un d�a
    de Navidad, y en la aldea, cuando el buen hermano se dio una palmada en
    la frente y exclam�, lleno de susto, impulsando a su caballer�a paciente
    y filos�fica:

    -!Desgraciado de mi! !Si merecer� triplicar los cilicios y ponerme por
    toda la vida a pan y agua! !C�mo estar�n aguard�ndome en el monasterio!

    Era ya entrada la noche, y el religioso, despu�s de santiguarse, se
    encamin� por la v�a de su convento. Las sombras invadieron la tierra. No
    se ve�a ya el villorrio; y la monta�a, negra en medio de la noche, se
    ve�a semejante a una tit�nica fortaleza en que habitasen gigantes y
    demonios.

    Y fue el caso que Longinos, anda que te anda, pater y ave tras pater y
    ave, advirti� con sorpresa que la senda que segu�a la pollina, no era la
    misma de siempre. Con l�grimas en los ojos alz� �stos al cielo,
    pidi�ndole misericordia al Todopoderoso, cuando percibi� en la oscuridad
    del firmamento una hermosa estrella, una hermosa estrella de color de
    oro, que caminaba junto con �l, enviando a la tierra un delicado chorro
    de luz que serv�a de gu�a y de antorcha. Diole gracias al Se�or por
    aquella maravilla, y a poco trecho, como en otro tiempo la del profeta
    Balaam, su cabalgadura se resisti� a seguir adelante, y le dijo con
    clara voz de hombre mortal: -Consid�rate feliz, hermano Longinos, pues
    por tus virtudes has sido se�alado para un premio portentoso. No bien
    hab�a acabado de o�r esto, cuando sinti� un ruido, y una oleada de
    exquisitas aromas. Y vio venir por el mismo camino que �l segu�a, y
    guiados por la estrella que �l acababa de admirar, a tres se�ores
    espl�ndidamente ataviados. Todos tres ten�an porte e insignias reales.
    El delantero era rubio como el �ngel Azrael; su cabellera larga se
    esparc�a sobre sus hombros, bajo una mitra de oro constelada de piedras
    preciosas; su barba entretejida con perlas e hilos de oro resplandec�a
    sobre su pecho; iba cubierto con un manto en donde estaban bordados, de
    riqu�sima manera, aves peregrinas y signos del zod�aco. Era el rey
    Gaspar, caballero en un bello caballo blanco. El otro, de cabellera
    negra, ojos tambi�n negros y profundamente brillantes, rostro semejante
    a los que se ven en los bajos relieves asirios, ce��a su frente con una
    magn�fica diadema, vest�a vestidos de incalculable precio, era un tanto
    viejo, y hubi�rase dicho de �l, con s�lo mirarle, ser el monarca de un
    pa�s misterioso y opulento, del centro de la tierra de Asia. Era el rey
    Baltasar y llevaba un collar de gemas cabal�stico que terminaba en un
    sol de fuegos de diamantes. Iba sobre un camello caparazonado y adornado
    al modo de Oriente. El tercero era de rostro negro y miraba con singular
    aire de majestad; form�banle un resplandor los rub�es y esmeraldas de su
    turbante. Como el m�s soberbio pr�ncipe de un cuento, iba en una labrada
    silla de marfil y oro sobre un elefante. Era el rey Melchor. Pasaron sus
    majestades y tras el elefante del rey Melchor, con un no usado
    trotecito, la borrica del hermano Longinos, quien, lleno de m�stica
    complacencia, desgranaba las cuentas de su largo rosario.

    Y sucedi� que -tal como en los d�as del cruel Herodes- los tres
    coronados magos, guiados por la estrella divina, llegaron a un pesebre,
    en donde, como lo pintan los pintores, estaba la reina Mar�a, el santo
    se�or Jos� y el Dios reci�n nacido. Y cerca, la mula y el buey, que
    entibian con el calor sano de su aliento el aire fr�o de la noche.
    Baltasar, postrado, descorri� junto al ni�o un saco de perlas y de
    piedras preciosas y de polvo de oro; Gaspar en jarras doradas ofreci�
    los m�s raros ung�entos; Melchor hizo su ofrenda de incienso, de
    marfiles y de diamantes...

    Entonces, desde el fondo de su coraz�n, Longinos, el buen hermano
    Longinos, dijo al ni�o que sonre�a:

    -Se�or, yo soy un pobre siervo tuyo que en su convento te sirve como
    puede. �Qu� te voy a ofrecer yo, triste de mi? �Qu� riquezas tengo, qu�
    perfumes, qu� perlas y qu� diamantes? Toma, se�or, mis l�grimas y mis
    oraciones, que es todo lo que puedo ofrendarte.

    Y he aqu� que los reyes de Oriente vieron brotar de los labios de
    Longinos las rosas de sus oraciones, cuyo olor superaba a todos los
    ung�entos y resinas; y caer de sus ojos copios�simas l�grimas que se
    convert�an en los m�s radiosos diamantes por obra de la superior magia
    del amor y de la fe; todo esto en tanto que se o�a el eco de un coro de
    pastores en la tierra y la melod�a de un coro de �ngeles sobre el techo
    del pesebre.

    Entre tanto, en el convento hab�a la mayor desolaci�n. Era llegada la
    hora del oficio. La nave de la capilla estaba iluminada por las llamas
    de los cirios. El abad estaba en su sitial, afligido, con su capa de
    ceremonia. Los frailes, la comunidad entera, se miraban con sorprendida
    tristeza. �Qu� desgracia habr� acontecido al buen hermano? �Por qu� no
    ha vuelto de la aldea? Y es ya la hora del oficio, y todos est�n en su
    puesto, menos quien es gloria de su monasterio, el sencillo y sublime
    organista... �Qui�n se atreve a ocupar su lugar? Nadie. Ninguno sabe los
    secretos del teclado, ninguno tiene el don armonioso de Longinos. Y como
    ordena el prior que se proceda a la ceremonia, sin m�sica, todos
    empiezan el canto dirigi�ndose a Dios llenos de una vaga tristeza... De
    repente, en los momentos del himno, en que el �rgano deb�a resonar...
    reson�, reson� como nunca; sus bajos eran sagrados truenos; sus
    trompetas excelsas voces; sus tubos todos estaban como animados por una
    vida incomprensible y celestial. Los monjes cantaron, cantaron, llenos
    del fuego del milagro; y aquella Noche Buena, los campesinos oyeron que
    el viento llevaba desconocidas armon�as del �rgano conventual, de aquel
    �rgano que parec�a tocado por manos ang�licas como las delicadas y puras
    de la gloriosa Cecilia...

    El hermano Longinos de Santa Mar�a entreg� su alma a Dios poco tiempo
    despu�s; muri� en olor de santidad. Su cuerpo se conserva a�n
    incorrupto, enterrado bajo el coro de la capilla, en una tumba especial,
    labrada en m�rmol.

    _Ver�nica_

    Fray Tom�s de la Pasi�n era un esp�ritu perturbado por el demonio de la
    ciencia. Flaco, anguloso, nervioso, p�lido, divid�a sus horas del
    convento entre la oraci�n, la disciplina y el laboratorio. Hab�a
    estudiado las ciencias ocultas antiguas, nombraba con cierto �nfasis, en
    las conversaciones del refectorio, a Paracelso y a Alberto el Grande, y
    admiraba a ese otro fraile Schwartz, que nos hizo el favor de mezclar el
    salitre con el azufre.

    Por la ciencia hab�a llegado hasta penetrar en ciertas iniciaciones
    astrol�gicas y quirom�nticas; ella le desviaba de la contemplaci�n y del
    esp�ritu de la Escritura; en su alma estaba el mal de la curiosidad, la
    oraci�n misma era olvidada con frecuencia, cuando alg�n experimento le
    manten�a caviloso y febril; lleg� hasta pretender probar sus facultades
    de zahor�, y los efectos de la magia blanca. No hab�a duda de que estaba
    en gran peligro su alma, a causa de su sed de saber y de su olvido de
    que la ciencia constituye sencillamente, en el principio, el arma de la
    Serpiente; en el fin, la esencial potencia del Anticristo.

    !Oh, ignorancia feliz, santa ignorancia! Fray Tom�s de la Pasi�n no
    comprend�a tu celeste virtud, que pone un especial nimbo a ciertos
    m�nimos siervos de Dios, entre los esplendores m�sticos y milagrosos de
    las hagiograf�as. Los doctores explican y comentan altamente, c�mo ante
    los ojos del Esp�ritu Santo, las almas de amor son de modo mayor
    glorificadas que las almas de entendimiento. Hello ha pintado, en los
    sublimes vitraux de sus Fisonom�as de santos, a esos benem�ritos de la
    Caridad, a esos favorecidos de la humildad, a esos seres columbinos,
    sencillos y blancos como los lirios, limpios de coraz�n, pobres de
    esp�ritu, bienaventurados hermanos de los pajaritos del Se�or, mirados
    con ojos cari�osos y sororales por las puras estrellas del firmamento.
    Huysmans en el maravilloso libro en que Durtal se convierte, viste de
    resplandores paradis�acos al lego guardapuercos que hace bajar a la
    pocilga la admiraci�n de los coros arcang�licos, el aplauso de las
    potestades de los cielos. Y fray Tom�s de la Pasi�n no comprend�a eso.
    �l cre�a, cre�a, con la fe de un verdadero creyente. Mas la curiosidad
    le azuzaba el esp�ritu, le lanzaba a la averiguaci�n de los secretos de
    la naturaleza y de la vida. A tal punto, que no comprend�a c�mo esa sed
    de saber, ese deseo indomable de penetrar en lo velado y en lo arcano
    del universo, era obra del pecado, y a�agaza del Baj�simo para impedirle
    de esa manera su consagraci�n absoluta a la adoraci�n del Eterno Padre.

    Lleg� a manos de fray Tom�s un peri�dico en que se hablaba
    detalladamente del descubrimiento del alem�n doctor Roentgen, quien
    hab�a encontrado la manera de fotografiar a trav�s de los cuerpos
    opacos; supo lo que era el tubo Crookes, la luz cat�dica, el rayo X. Vio
    el facs�mile de una mano cuya anatom�a se transparentaba claramente, y
    la figura patente de objetos retratados entre cajas bien cerradas.

    No pudo desde ese instante estar tranquilo. �C�mo podr�a �l encontrar un
    aparato como los aparatos de aquellos sabios? �C�mo podr�a realizar en
    su convento las mil cosas que se amontonaban en su enferma imaginaci�n?

    En las horas de los rezos y de los cantos, not�banle todos los otros
    miembros de la comunidad, ya meditabundo, ya agitado como por s�bitos
    sobresaltos, ya con la faz encendida por repentina llama de sangre, ya
    con los ojos como ext�ticos, fijos en el cielo o clavados en la tierra.
    Y era la obra del pecado que se afianzaba en el fondo de aquel combatido
    pecho: el pecado b�blico de la curiosidad, el pecado de Ad�n junto al
    �rbol de la ciencia del bien y del mal.

    M�ltiples ideas se agolpaban a la mente del religioso, que no encontraba
    la manera de adquirir los preciosos aparatos. !Cu�nto de su vida no
    dar�a �l por ver los peregrinos instrumentos de los sabios nuevos, en su
    pobre laboratorio de fraile aficionado, y sacar las anheladas pruebas,
    hacer los maravillosos ensayos que abr�an una nueva era a la sabidur�a
    humana! Si as� se caminaba, no ser�a imposible llegar a encontrar la
    clave del misterio de la vida... Si se fotografiaba ya lo interior de
    nuestro cuerpo, bien pod�a pronto el hombre llegar a descubrir
    visiblemente la naturaleza y origen del alma; y, aplicando a la ciencia
    las cosas divinas �por qu� no? Aprisionar en las visiones de los
    �xtasis, y en las manifestaciones de los esp�ritus celestiales, sus
    formas exactas y verdaderas... !Si en Lourdes hubiese habido una
    instant�nea, durante el tiempo de las visiones de Bernadette! Si en los
    momentos en que Jes�s o su Madre Santa favorecen con su presencia
    corporal a se�alados fieles, se aplicase la c�mara obscura... !oh, c�mo
    se convencer�an entonces los imp�os! !c�mo triunfar�a la religi�n!...

    As� cavilaba, as� se estrujaba los sesos el pobre fraile, tentado por
    uno de los m�s encarnizados pr�ncipes de las tinieblas.

    Y sucedi� que en uno de esos momentos, en uno de los instantes en que su
    deseo era m�s vivo, en hora en que deb�a estar entregado a la disciplina
    y a la oraci�n en la celda, se present� a su vista uno de los hermanos
    de la comunidad, llev�ndole un envoltorio bajo el h�bito.

    - Hermano - le dijo -, os he o�do decir que deseabais una m�quina como
    esas con que los sabios est�n maravillando el mundo. Os la he podido
    conseguir. Aqu� la ten�is.

    Y depositando el envoltorio en manos del asombrado Tom�s, desapareci�,
    sin que este tuviese tiempo de advertir que bajo el h�bito se hab�an
    mostrado, en el momento de la desaparici�n, dos patas de chivo. Fray
    Tom�s, desde el d�a del misterioso regalo, consagrose a sus
    experimentos. Faltaba a maitines, no asist�a a ala misa, excus�ndose
    como enfermo. El padre provincial sol�a amonestarle; y todos le ve�an
    pasar, extra�o y misterioso, y tem�an por la salud de su cuerpo y de su
    alma.

    Y �l �qu� hac�a?

    Fotografi� una mano suya, frutas, estampas dentro de libros, otras cosas
    m�s.

    Y una noche, el desgraciado, se atrevi� por fin a realizar su pensamiento...

    Dirigiose al templo, receloso, a pasos callados. Penetr� en la nave
    principal, y se dirigi� al altar en que, a la luz de una triste l�mpara
    de aceite, se hallaba expuesto el Sant�simo Sacramento. Abri� el
    tabern�culo. Sac� el cop�n. Tom� una sagrada forma. Sali� huyendo para
    su celda.

    Al d�a siguiente, en la celda de fray Tom�s de la Pasi�n, se hallaba el
    se�or arzobispo delante del padre provincial.

    - Ilustr�simo se�or - dec�a �ste -, a fray Tom�s le hemos encontrado
    muerto. No andaba muy bien de la cabeza. Esos sus estudios y aparatos
    creo que le hicieron da�o.

    - �Ha visto su reverencia esto? - dijo su se�or�a ilustr�sima,
    mostr�ndole una placa fotogr�fica que recogi� del suelo, y en la cual se
    hallaba, con los brazos desclavados y una terrible mirada en los divinos
    ojos, la imagen de Nuestro Se�or Jesucristo.

    ( Rub�n Dar�o: Cuentos Fant�sticos. Selecci�n y pr�logo de Jos� Olivio
    Jim�nez, Alianza editorial, Madrid 1982. )

    _RENOVADOR AMERICANO DE LA PROSA CASTELLANA_

    [...] A recientes estudios sobre la evoluci�n de la prosa a fines del
    siglo XIX, se deben importantes rectificaciones sobre criterios que se
    ven�an sosteniendo durante muchos a�os. As�, ahora, debemos considerar
    que Rub�n Dar�o no fue el iniciador del modernismo, pero s� el exponente
    m�s fecundante y decisivo influjo en Am�rica y Espa�a. Encontr� abiertos
    los caminos de la prosa para hallar su ascenso y culminaci�n, primero,
    en esa expresi�n, en seguimiento de los mismos americanos, y, luego, en
    el verso. Asimismo, que Jos� Mart� y Guti�rrez N�jera, no son
    precursores, sino aut�nticos modernistas que encabezaron,
    respectivamente, las dos corrientes en que se bifurca el empe�o
    renovador de la prosa art�stica en Am�rica, una, de ascendencia hispana,
    con ra�ces en los cl�sicos del Siglo de Oro y remozada por influjos de
    las m�s recientes literaturas europeas con primac�a de la francesa, y
    otra, de franca inclinaci�n francesa, seguida con preferencia por Dar�o,
    a la sombra de parnasianos y de simbolistas, aun cuando su amplia
    formaci�n castiza y la influencia ejercida sobre �l por Jos� Mart�, la
    matizan y enriquecen, en funci�n integradora. Los dos, el mexicano y el
    nicarag�ense, posteriormente se liberar�n del yugo franc�s.

    La revoluci�n est�tica de la prosa, en Am�rica, antecede a la del verso
    casi en diez a�os. Dar�o logra los momentos culminantes, de mayor
    irradiaci�n, de las dos, mediante los libros "Azul", en 1888, y "Prosas
    Profanas", en 1896. A partir de esas fechas, se empieza a manifestar en
    Espa�a el modernismo, ya con rasgos definidos en las vertientes de la
    prosa y el verso. [...]

    Dar�o luchaba no contra el pasado literario sino contra el presente,
    sobre todo contra la actual Espa�a "amurallada de tradici�n, cercada y
    erizada de espa�olismo".

    La prosa castellana de la segunda mitad del siglo XIX permanec�a en
    lamentable estancamiento, afectada por la influencia del ret�rico y
    grandilocuente romanticismo y por el esp�ritu burgu�s del realismo,
    carec�a de calidades est�ticas y se contentaba con tratar de reflejar
    fielmente la costumbre local y cotidiana. Dar�o, frente al descuido
    imperante de la forma, a la expresi�n fatigante, sin originalidad ni
    individualidad, manifiesta la necesidad de que se saquen a la luz los
    escondidos tesoros que se hallan en el idioma de los cl�sicos. [...]

    Es cierto, como se ha dicho, que lo verdaderamente revolucionario en
    "Azul" est� en la prosa, en los cuentos, y que junto a ella, el valor de
    novedad de los versos es nulo. [...]

    Sin negar la importancia de "Azul", consideramos que, no obstante el
    �xito y la influencia que ha llegado a tener tal libro, son numerosos
    los cuentos escritos posteriormente que revelan mayor dominio del g�nero
    y menos sujeci�n al gusto de su �poca. Ganan en madurez y en sobriedad
    lo que pierden en brillo y novedad.

    No se ha estudiado la unidad de conjunto de la obra narrativa del autor.
    Abundan los ex�menes parciales, en su mayor�a sobre los diez cuentos de
    "Azul", sin tener en cuenta que en total son aproximadamente ochenta los
    escritos a lo largo de los treinta a�os de su ejercicio literario. Es
    muy superior la importancia de Dar�o como poeta que como cuentista, pero
    cada d�a cobra mayor significaci�n su labor narrativa como incitaci�n y
    ejemplo en la evoluci�n general del cuento espa�ol e hispanoamericano. [...]

    Dar�o es un artista consciente y reflexivo. Busca sus propios caminos.
    Sabe d�nde va. Se sit�a donde le corresponde para realizar la tarea que
    se propone. Su arte crece en ciencia y experiencia con un ritmo
    acelerado dentro de las circunstancias y las orientaciones de su tiempo.
    Sabe que el signo predominante de su generaci�n es el culto preciosista
    de la forma, el anhelo de trabajar el lenguaje con arte. De ah� su
    caracter�stico af�n de una adjetivaci�n ornamental, densa y sugestiva. [...]

    Los estribillos que el poeta utiliza en prosa y cuentos de diversas
    �pocas acent�an el procedimiento para lograr un efecto determinado por
    medio de repeticiones. [...]

    Como novedad tambi�n emplea los par�ntesis en que un personaje habla, o
    en que se presentan descripciones y narraciones, con amplia libertad. [...]

    Para llegar a la culminaci�n de "Prosas Profanas", el proceso es
    minucioso y complejo. Las p�ginas en prosa publicadas en ese lapso
    intermedio explican algunas claves de la orientaci�n y del avance del
    autor. Su prosa, en general, no llega a la misma altura de su verso. No
    es una prosa pareja, ni atesora los mismos quilates de las mejores como
    aquellas de Fray Luis de Le�n o de Quevedo. La importancia de Dar�o
    prosista estriba en su labor de innovador y renovador del idioma
    castellano. Claro est� que es imposible desconocer sus p�ginas maestras,
    sus momentos felices, al lado de sus frecuentes ca�das. No es una prosa
    uniforme, pero logr� llevar adelante la renovaci�n de la pesada
    expresi�n literaria del idioma entonces imperante por fuerza de la
    tradici�n. [...]

    Dar�o fue producto y encarnaci�n de la raza, m�s a�n que la m�s
    destacada figura continental de su tiempo y, como tal, en la �rbita
    espiritual del arte, su mentor.

    Siguiendo huellas americanas fue uno de los precursores y quien llev�,
    luego, a un alto grado de avance y difusi�n la renovaci�n de la prosa
    castellana que, antes, iniciaran especialmente Mart� y Guti�rrez N�jera.
    Tal renovaci�n antecedi� a la efectuada en la Pen�nsula en m�s de una
    d�cada. [...]

    Los caminos para la renovaci�n de la poes�a los inici� y practic� Dar�o
    en sus p�ginas en prosa, especialmente en "Azul" y en "Los Raros".

    Al lado del aspecto franc�s, que no predomina en toda su obra y sobre el
    cual se ha exagerado con car�cter generalizador, es evidente el
    fundamento castizo, su amplio conocimiento de las letras peninsulares,
    especialmente de los siglos de oro.

    Los libros de Dar�o, escritos a partir de 1900, desmienten la enga�osa
    creencia de que siempre escribi� una prosa florida, suntuosa y sensual.
    Su expresi�n ya no es la de "Azul", sino m�s period�stica,
    autobiogr�fica y cr�tica. Subsiste la elegancia y el cuidado por una
    forma est�tica, pero de espaldas a la ret�rica amplificadora. Su estilo
    se torna directo, sencillo, de oraciones coordinadas, que anuncia la
    transparencia, la concisi�n y el orden, pregonados por Azor�n.

    No es posible separar al prosista del poeta. Aqu�l siempre est� alentado
    por el sentimiento, la riqueza imaginativa y el entusiasmo l�rico, a�n
    en los momentos en que se muestra m�s razonador.

    Sus semblanzas se distinguen por el acierto con el que supo elegir a sus
    personajes, entre los cuales se hallan escritores de Am�rica que han
    resistido a los vendavales del tiempo y de la cr�tica. [...]

    La influencia de Dar�o debe considerarse trascendental para la
    comprensi�n del proceso de surgimiento y maduraci�n del noventa y ocho
    espa�ol.

    La m�s notable influencia ejercida sobre la prosa de Rub�n Dar�o fue la
    de Jos� Mart�.

    ( Am�rica en Rub�n Dar�o. Aproximaci�n al concepto de la literatura
    hispanoamericana. Carlos Mart�n, Biblioteca Rom�nica Hisp�nica,
    Editorial Gredos, Madrid 1972. )

    SONATA

    �Pasad, pasad, albos sue�os! �Im�genes de dicha que se ha llevado el
    tiempo, doradas ilusiones, risue�as esperanzas, recuerdos perfumados!

    �Oh, pasad, pasad, besad mi frente y, luego, hasta ma�ana, volved a
    aparecer!...

    As�... �Oh, qu� delicia!

    �La m�sica que vibra en mis o�dos tiene aquellas notas de arpa, y es
    suave y melanc�lica, y es dulce y trae un recuerdo envuelto en su
    armon�a! �Si, es la misma! En su onda misteriosa rueda, confundiendo sus
    ecos, las dulces notas de aq8ella voz amorosa.

    Las luces que despiertan reflejos amarillentos como las de mil luceros y
    las carcajadas de gentiles parejas; el perfume embriagados de las flores
    que tiemblan voluptuosas en los azules jarrones de cristal de Bohemia y
    los lazos de blanca seda que se mueven con el viento... He ah� el cuadro.

    �Oh, s�! All� veo su figura, que se destaca, temblorosa y apasionada, en
    medio de ese marco del pasado.

    Y sus ojos son dulces. Y miran, profundos, miran el fondo de mi alma
    desmayada. Y sonr�en sus labios, y oigo sus palabras, que son de fuego y
    abrasan mi coraz�n.

    �Pasad, pasad, que os vea yo, im�genes de amor!

    �Pasad aun, una vez mas, aunque despu�s os volv�is a hundir en la sombra!

    Refrescando ese polvo vivificador del recuerdo y la visi�n-mi cabeza,
    que tiene fiebre---, aliviad mi coraz�n, que gime de dolor y de pena.

    �Ah! Que os vea yo brillar como veo ese lucero que de destaca p�lido
    entre los celajes de la tarde, mezclada de tinte, caricias de sol a las
    blancas nubes, beso de la noche en el espacio.

    Pasad, a trav�s del negro velo en que envuelve a mi alma la tristeza,
    como pasa sonriendo la luna, que ilumina y deja su estela brillante,
    como �tomos de s� misma, en la enlutada inmensidad.

    Y luego, �por qu� no?, C�mo tras la huida de la luna viene el alba
    rosada y tras el alba el sol, rojo seno que encarna el d�a, as�, tras la
    languidez de un recuerdo p�lido y dulce, de esos con que se duermen los
    �ngeles, venid, venid, venid y quemad mi coraz�n, quemad mi mente y
    hasta mis labios y si sonr�en, �oh!, vosotros, rayos de un sol de
    ardiente est�o, que brillo fugaz y que el tiempo y la distancia han
    desvanecido.

    Adormeced mi alma como esos genios de la noche que arrojan a al atierra
    pu�ados de adormideras para aletargar a la Humanidad.

    Dejad que duerma, que duerma siempre, hasta que el tiempo, que me llevo
    mis esperanzas, me venga a despertar a las puertas de mi felicidad que
    de nuevo encontrara y que he perdido al borde de la tumba.

    �Ah, no os vay�is aun! �Seguid, seguid desfilando, acariciadores y
    sonrientes recuerdos! Tomad la forma que encarnasteis un d�a.

    Volad en torno m�o; perfumad mi existencia como las flores al viento;
    dad a mi alma calor como el rayo de sol a la d�bil planta...

    As�, as�...

    LA CANCION DE LA LUNA DE MIEL

    Se�oras: la miel de esa luna la elaboran las abejas del jard�n azul, que
    liban entre los p�talos luminosos de las estrellas. Ellas van, en
    enjambres irisados, de los florecimientos de Aldebar�n a las margaritas
    de la Osa, al clavel tr�mulo y cambiante de Sirio. �Pero las m�s
    ligeras, las m�s amables, las m�s bellas y paradisiacas van a posarse en
    el c�liz atrayente, sagrado y misterioso de la rosa de oro de Venus!

    Se�ora: el pintor Spirid�n ha pintado el venturoso pa�s de la felicidad:
    un lago manso, una barca, ella, el y el amor como remero. �Buena brisa,
    buen tiempo, se�ora!

    Hay un lirio divino y delicado, que tiene toda la orgullosa candidez de
    los azahares del desposario, las palideces del cirio que alumbra el
    altar, la transparencia del velo de la novia, los perfumes y el supremo
    encanto de los ensue�os de la desposada. Ese lirio es la ilusi�n. Mil
    veces feliz la que puede llegar al fin de la vida llevando consigo la
    celeste flor intacta y fresca. �Es tan �spero a veces el viento! �Cae
    tanta escarcha! Y as� es como de pronto las pobres almas desoladas alzan
    la mirada al gran Dios: cuando ven el sacro lirio ideal marchito,
    muerto. �Oh! Que el poderoso, invencible amor os gu�e. �Buena brisa,
    buen tiempo, se�ora!

    * * *

    Adorados ensue�os nupciales que hac�is desfallecer a las prometidas
    virginales y pensativas;

    Lises castos que sois hechos del sutil polvo de nieve de la m�s alta
    cumbre de la monta�a sagrada;

    Palomas que anid�is bajo el verdor de los mirtos;

    �Serena estrella del amor! �No es verdad que pasa un soplo de la
    divinidad, regocijando el alma del mundo, cuando en una noche
    callada, en el bosque solemne, canta el ruise�or, con su voz de
    cristal, las estrofas melodiosamente adorables de la canci�n de la
    luna de mies?

    SANGUINEA

    Esta tarde ha sido toda de rosa. El cielo ha puesto, en la concha enorme
    de su gran paleta, todas las rosas posibles. Ha sido el rojo el rey
    sangriento; un rojo estallante y furioso que desde el foco agonizante
    del sol te��a el mar de sangre. Despu�s que se hubo hundido la rueda de
    fuego p�rpura, de fuego condensado y vibrante, de fuego �nico y
    occidental, cayo la fantas�a de los rojos, se alejaron las claridades de
    los candentes y ofensivos amarillos.

    Los cardenales poco a poco fueron fundi�ndose en una suave disoluci�n de
    carm�n, que gradualmente llegaba, en tonos desfallecientes y crom�ticos,
    al grano de granada, al ala de flamenco, al rosa de luna, al an�mico y
    dulce rosa de te.

    El mar reflejaba la gloria de poniente. En el horizonte la l�nea curva
    que marca a la vista �l limite, no se ve�a inundada en llamas. Una
    espesa nube oscura se parti� en dos rotondas, sustentadas por una
    arquitectura inaudita y visionaria. Hab�a una balaustrada gigantesca,
    sobre un pavimento manchado como por una luminosa y reciente degollaci�n.

    P�jaros de la hecatombe, una �guila anaranjada, cual si hubiese pasado
    por un iris, extend�a las alas, cuyos extremos parec�an aun h�medos de
    un agua de rub�. En un punto del cielo donde la decadencia del tinte
    llegaba al desmayo, el suave color trajo a mi memoria un lejano
    recuerdo. Fue el de una hoja de rosa, exang�e y olvidada, entre las
    hojas de un libro de horas. Era el libro impreso en Bruselas y de
    antigua factura.

    La p�gina en donde descasaba aquella reliquia, quiz� de un amor de
    romanza, tenia una may�scula roja, de una exquisita belleza arcaica, a
    la manera de las que ornan los misales y los antifonarios. De pronto el
    parpadeo r�pido y blanco de un foco el�ctrico me saco de mi vago
    pensamiento. Tras las colinas cercanas, brumas crepusculares anunciaban
    la noche.

    La ciudad encend�a sus luces. La ultima vibraci�n de la agon�a de la
    tarde fue de un rosa muriente y desolado.

    SUE�O DE MISTERIO

    Raras may�licas, misteriosas porcelanas, tapizan un fondo de fotograf�a.
    Todo eso en un ambiente inveros�mil. Un pavo real blanco pasa.

    * * *

    En mi estancia se presenta de pronto un chambel�n muy galoneado que me
    dice: "El general Grant viene a almorzar con usted." Yo no me asombre;
    le recibo y creo reconocer los rasgos reproducidos por el grabado y por
    la fotograf�a... No recuerdo m�s.

    * * *

    Hay un camino largo por donde va, inexplicablemente, una v�a. Pasamos
    por tierras y por aguas, y reconozco un paisaje que he visto en mi
    infancia. Hay otros, como ciudades de cart�n colocadas sobre la colina.

    * * *

    Un mariscal con tres colas y un abate que le mira de lejos.

    * * *

    Es un violento incendio en una ciudad cuyas construcciones recuerdan a
    Peroneso. Y sobre torres gigantescas, que se levantan en los cielos,
    resplandece un fulgor de incendio rojo. De pronto, el mar llega y es una
    inundaci�n.

    * * *

    En lo misterioso del ensue�o, una arquitectura como de creta o piedra
    p�mez, realizada por un lapidario infernal. Los escultores del ensue�o
    saben �nicamente realizar lo que el agua y el viento.

    * * *

    Una ciudad donde ha habido holocaustos y ceremonias publicas. Todas las
    gentes transitan sin hablar. De pronto, hay una amenaza universal que
    nadie comprende, pero que todos temen. La angustia fue horrible y yo me
    despert�...

    POEMITAS DE VERANO

    Frutos de verano, los tuyos, Amaranta. �Recuerdas? Era all� lejos, en la
    tierra de Am�rica, en que m�s quemante arde el sol.

    Y yo tuve en mis manos, como la mas margarita de las margaritas, tu
    coraz�n. El transcend�a a fruta de tr�pico, y al mismo tiempo a flor
    tropical, de modo que se dijera una flor viva y con olor al n�spero
    moreno, a la pi�a rubia, al "jocote" de sangre, al mel�n de miel y a la
    pulpa de sandia.

    * * *

    Y ya hab�a yo con mis besos probado otros frutos deliciosos, amados del
    sol que fecunda aquellas tierras fuertes: tus cabellos, que ten�an el
    perfume del oscuro alm�bar del "carao" y al cual acudir�an las abejas y
    las avispas; tus ojos, que eran como dos frutos misteriosos y de encanto
    del jard�n de tu alma; tus orejas, aromadas como las manzanas rosas, tu
    boca, suave, perfumada y dulce como el algod�n de la "guaba" en la que
    hubiesen dejado caer una gota de esencia de Oriente; tu cuello, que
    trascend�a a la pluma del p�jaro que anidara entre jazmines, y el az�car
    de la "pi�uela"; tus manos, que siendo como un manojo de azucenas ten�an
    como relentes de la granadilla.

    * * *

    Y t� eras as� para m�, a un tiempo, Flora y Pomona.

    * * *

    Pero, como la mas margarita de las margaritas, yo tuve entre mis manos
    tu coraz�n, que trascend�a a fruta del tr�pico al mismo tiempo que a
    flor tropical. Y en �l encontr� el sabor del n�spero moreno, de la pi�a
    rubia, del "jocote" de sangre, del mel�n de miel, de la pulpa de la
    sandia, del alm�bar del "carao", de los frutos misteriosos, de las
    manzanas rosas, del algod�n de la "guaba", del az�car de "pi�uela", de
    la granadilla. Y, sobre todo, el sabor tuyo, reveladora, encantadora
    Pomona y Flora, en tu aurora...

    LOS PESCADORES DE SIRENAS

    P�scame una, �oh egip�n pescador!, que tenga en sus escamas radiante la
    irisada riqueza met�lica que decora los admirables arenques. P�scame una
    cuya cola bifurcada pueda hacer so�ar en el pavo real marino, y cuyos
    costados finos y relucientes tengan aletas semejantes a orientales
    abanicos de pedrer�a. P�scame una que tenga verdes los cabellos, como
    debe tenerlos Lorelay, y cuyos ojos tengan gosgorescencias raras y
    m�gicas chispas; cuya boca salada bese y muerda cuando no cante las
    canciones que pudieran triunfar de la astucia de Ulises; cuyos senos
    marm�reos culminen florecidos de rosa, y cuyos brazos, como dos albos y
    divinos pitones, me aten para llevarme a un abismo de ardientes
    placeres, en el pa�s rec�ndito en donde los palacios son hechos de
    perlas, de coral y de concha de n�car. Mas esos dos s�tiros que se
    divierten en la costa de alguna ignorada Lesbos, Temple o Amatunte, son,
    ciertamente, a los pescadores. El uno, viejo y fornido, se apoya en un
    grueso palo nudosos, y mira con c�mica extra�eza la sirena asustada y
    poco apetecible que su compa�ero ha pescado. Este saca la red, y no
    parece satisfecho de su pesca. De los cabellos de la sirena chorrea el
    agua, formando en el mar c�rculos conc�ntricos. Sobre las testas
    bicornes y peludas se extiende, al beso del d�a, un fresco follaje,
    mientras reina en su fiesta de oro, sobre nubes, tierra y olas, la
    antorcha del sol.

    *CR�TICA LITERARIA*

    1

    EL MODERNISMO

    28 de noviembre

    Puede verse constantemente en la prensa de Madrid que se alude al
    modernismo, que se ataca a los modernistas, que se habla de decadentes,
    de estetas, de prerrafaelistas con "s" y todo. Es cosa que me ha llamado
    la atenci�n no encontrar desde luego el menor motivo para invectivas o
    elogios, o alusiones que a tales asuntos se refieran. No existe en
    Madrid, ni en el resto de Espa�a, con excepci�n de Catalu�a, ninguna
    agrupaci�n, brotherhood, en que el arte puro -o impuro, se�ores
    preceptistas- se cultive siguiendo el movimiento que en estos �ltimos
    tiempos ha sido tratado con tanta dureza por unos, con tanto entusiasmo
    por otros. El formalismo tradicional, por una parte; la concepci�n de
    una moral y de una est�tica especiales, por otra, han arraigado el
    espa�olismo, que, seg�n don Juan Valera, no puede arrancarse "ni
    veinticinco tirones". Esto impide la influencia de todo soplo
    cosmopolita, como asimismo la expansi�n individual, la libertad,
    dig�moslo con la palabra consagrada, el anarquismo en el arte base de lo
    que constituye la evoluci�n moderna o modernista.

    Ahora, en la juventud misma que tiende a todo lo nuevo, falta la virtud
    del deseo, o, mejor, del entusiasmo, una pasi�n en arte, y, sobre todo,
    el don de la voluntad. Adem�s, la poca difusi�n de los idiomas
    extranjeros, la ninguna atenci�n que, por lo general, dedica la Prensa a
    las manifestaciones de vida mental de otras naciones, como no sean
    aquellas que ata�en al gran p�blico; y despu�s de todo, el imperio de la
    pereza y de la burla, hacen que apenas existan se�aladas
    individualidades que tomen en el arte en todo su integral valor. En una
    visita que he hecho recientemente al nuevo acad�mico Jacinto Octavio
    Pic�n, me dec�a este merit�simo escritor: "Cr�ame usted, en Espa�a nos
    sobran talentos; lo que nos falta son voluntades y caracteres".

    El se�or Llanas Aguilaniedo, uno de los escasos esp�ritus que en la
    nueva generaci�n espa�ola tomas el estudio y la meditaci�n con la
    seriedad debida, dec�a no hace mucho tiempo: "existen, adem�s, en este
    pa�s, cretinizados por el abandono y la pereza, muy pocos esp�ritus
    activos; acostumbrados -la generalidad- a las comodidades de una vida
    f�cil, que no exige grandes esfuerzos intelectuales ni f�sicos, ni
    comprenden, en su mayor�a, c�mo puede haber individuos que encuentren en
    el trabajo de cualquier orden un reposo, y al propio tiempo un medio de
    tonificarse y de dar expansi�n al esp�ritu; los trabajadores, con ideas
    y con verdadera afici�n a la labor, est�n, puede decirse, confinados en
    la zona norte de la Pen�nsula; el resto de la naci�n, aunque en estas
    cuestiones no puede generalizarse absolutamente, trabaja cuando se ve
    obligado a ello, pero sin ilusi�n ni entusiasmo". En lo que no estoy de
    acuerdo con el se�or Llanas es en que aqu� se conozca todo, se analice y
    se estudie la producci�n extranjera y luego no se la siga. "Sin duda
    -dice-, no nos consideramos elevados a una altura superior, y desde ella
    nos damos por satisfechos con observar lo que en el mundo ocurre, sin
    que nos pase por la imaginaci�n secundar el movimiento".

    Yo anoto. Dif�cil es encontrar en ninguna librer�a obras de cierto
    g�nero, como no las encargue uno mismo. El Ateneo recibe unas cuantas
    revistas del car�cter independiente, y poqu�simos escritores y
    aficionados a las letras est�n al tanto de la producci�n extranjera. He
    observado, por ejemplo, en la redacci�n de la Revista Nueva, donde se
    reciben muchas buenas revistas italianas, francesas, inglesas, y libros
    de cierta aristocracia intelectual aqu� desconocida, que aun compa�eros
    m�os de mucho talento miran con indiferencia, con desd�n y sin siquiera
    curiosidad. De m�s decir que en todo c�rculo de j�venes que escriben
    todo se disuelve en chiste, ocurrencia de m�s o menos pimienta, o frase
    caricatural, que evita todo pensamiento grave. Los reflexivos o
    religiosos de arte no hay duda que padecen en tal promiscuidad.

    Los que son tachados de simbolistas no tienen una sola obra simbolista.
    A Valle-Incl�n le llaman decadente porque escribe en una prosa trabajada
    y pulida, de admirable m�rito formal. Y a Jacinto Benavente, modernista
    y esteta, porque si piensa, lo hace bajo el sol de Shakespeare, y si
    sonr�e y satiriza, lo hace como ciertos parisienses, que nada tienen de
    estetas ni de modernistas. Luego, todo se toma a guasa. Se habl� por
    primera vez de estetismo en Madrid, y dice el citado se�or Llanas
    Aguilaniedo: "Funcion� en calidad de or�culo la Cacharrer�a del Ateneo,
    donde se record� a Oscar Wilde... Salieron los peri�dicos y revistas de
    la corte jugando del vocablo y midiendo a todos los id�latras de la
    belleza por el patr�n del fundador de la escuela, abus�ndose del tema en
    tales t�rminos, que ya hasta los barberos de L�pez Silva consideraban
    ofensiva la denominaci�n, y se resent�an del ep�teto. Por este camino no
    se va a ninguna parte".

    En pintura, el modernismo tampoco tiene representantes, fuera de algunos
    catalanes, como no sean los dibujantes, que creen haberlo hecho todo con
    emplomar sus siluetas como en los vitraux, imitar los cabellos
    avirutados de las mujeres de Mucha, o calcar las decoraciones de
    revistas alemanas, inglesas o francesas. Los catalanes s� han hecho lo
    posible, con exceso quiz�, por dar su nota en el progreso art�stico
    moderno. Desde su literatura, que cuenta, entre otros, con Rusi�ol,
    Maragall, Utrillo, hasta su pintura y artes decorativas, que cuentan con
    el mismo Rusi�ol, Casas, de un ingenio digno de todo encomio y atenci�n;
    Pichot y otros que, como Nonell Monturiol, se hacen notar no solamente
    en Barcelona, sino en Par�s y otra ciudades de arte y de ideas.

    En Am�rica hemos tenido ese movimiento antes que en la Espa�a
    castellana, por razones clar�simas: desde luego, por nuestro inmediato
    comercio material y espiritual con las distintas naciones del mundo, y
    principalmente porque existe en la nueva generaci�n americana un inmenso
    deseo de progreso y un vivo entusiasmo, que constituye su potencialidad
    mayor, con lo cual poco a poco va triunfando de obst�culos
    tradicionales, murallas de indiferencia y oc�anos de mediocracia. Gran
    orgullo tengo aqu� de poder mostrar libros como los de Lugones o Jaimes
    Freire, entre los poetas; entre los prosistas, poemas, como esa vasta,
    rara y complicada trilog�a de Sicardi. Y digo: esto no ser� modernismo,
    pero es verdad, es realidad de una vida nueva, certificaci�n de la viva
    fuerza de un continente. Y otras demostraciones de nuestra actividad
    mental -no la profusas y raps�dica, la de cantidad, sino la de calidad,
    limitada, muy limitada, pero que bies se presenta y triunfa ante el
    criterio de Europa -: estudios de ciencias pol�ticas, sociales. Siento
    igual orgullo. Y recuerdo palabras de don Juan Valera a prop�sito de
    Olegario Andrade, en las cuales palabras hay una buena y probable visi�n
    de porvenir. Dec�a don Juan, refiri�ndose a la literatura brasile�a,
    sudamericana, espa�ola y norteamericana, que "las literaturas de estos
    pueblos seguir�n siendo tambi�n inglesa, portuguesa y espa�ola, lo cual
    no impide que con el tiempo, o tal vez ma�ana, o ya salgan autores
    yanquis que valgan m�s que cuanto ha habido hasta ahora en Inglaterra,
    ni impide tampoco que nazcan en R�o de Janeiro, en Pernambuco o en Bah�a
    escritores que valgan m�s que cuanto Portugal ha producido; o en Buenos
    Aires, en Lima, en M�xico, en Bogot� o en Valpara�so lleguen a florecer
    las ciencias, las letras y las artes con m�s lozan�a y hermosura que en
    Madrid, en Sevilla y en Barcelona".

    Nuestro modernismo, si es que as� puede llamarse, nos va dando un puesto
    aparte, independiente de la literatura castellana, como lo dice muy bien
    R�my de Gourmont en carta al director del Mercurio de Am�rica. �Qu�
    importa que haya gran n�mero de ingenios, de grotescos si gust�is, de
    dilettanti, de nadameimportistas? Los verdaderos consagrados saben que
    no se tratan ya de asuntos de escuelas, de f�rmulas, de clave.

    Los que en Francia, en Inglaterra, en Italia, en Rusia, en B�lgica, han
    triunfado, han sido escritores y poetas, y artistas de energ�a, de
    car�cter art�stico y de una cultura enorme. Los flojos se han hundido,
    se han esfumado. Si hay y ha habido en los cen�culos y capillas de Par�s
    algunos rid�culos, han sido, por cierto, "preciosos". A muchos les
    perdonar�a si les conociese nuestro caro profesor Calandrelli, pour
    l'amour du grec. Hoy no se hace modernismo -ni se ha hecho nunca- con
    simples juegos de palabras y de ritmos. Hoy los ritmos nuevos implican
    nuevas melod�as que cantan en lo �ntimo de cada poeta la palabra del
    m�gico Leonardo: Cosa bella mortal passa, e non d'arte. Por m�s que
    digan los juguetones ligeros o los ni�os envejecidos y amargos, fracasa
    solamente el que no entra con pie firme en la jaula de ese divino le�n:
    el Arte, que, como aquel que al gran rey Francisco fabricara el mismo
    Vinci, tiene el pecho lleno de lirios.

    No hay aqu�, pues, tal modernismo, sino en lo que de reflexi�n puede
    traer la vencidad de una moda que no se comprende. Ni el car�cter, ni la
    manera de vivir, ni el ambiente, ayudan a la consagraci�n de un ideal
    art�stico. Se ha hablado de un teatro, que yo cre� factible reci�n
    llegado, y hoy juzgo en absoluto imposible.

    La �nica brotherhood que advierto es la de los caricaturistas; y si de
    m�sicas po�ticas se trata, los �nicos innovadores son, ciertamente, los
    risue�os rimadores de los peri�dicos de caricaturas.

    Caso muy distinto sucede en la capital del principado catal�n. Desde
    L'Aven� hasta el P�l y Plom, que hoy sostiene Utrillo y Casas, se ha
    visto que existen elementos para publicaciones exclusivamente
    "modernas", de una �lite art�stica y literaria. P�l y Plom es una hoja
    semejante al Gil Blas Illustr�, de car�cter popular, mas sin perder lo
    arisco; y siempre en su primera plana hay un dibujo de Casas, que
    aplauden l�pices de Munich, Londres o Par�s. El mismo Pere Romeu, de
    quien os he hablado a prop�sito de su famoso cabaret de los Quatre Gats,
    ha estado publicando una hoja semejante, con ayuda de Casas, y de un
    valor art�stico notable.

    En esta capital no hay sino tentativas graciosas y elegantes del
    dibujante Mar�n -que logr� elogios del gran Puvis- y las de alg�n otro.
    En la literatura, repito, nada que justifique ataque, ni siquiera
    alusiones. La procesi�n fastuosa del combatido arte moderno ha tenido
    apenas algunas vagas parodias... �Record�is en Apuleyo la pintura de la
    proced�a la entrada de la primavera en las fiestas de Isis? (M�t., XI,
    8). Pues confrontad.

    /Espa�a contempor�nea (1901)/

    2

    EL PERIODISTA Y SU M�RITO LITERARIO

    Ya he dicho en otra ocasi�n mi pensar respecto a eso del periodismo.

    Hoy, y siempre, un periodista y un escritor se han de confundir. La
    mayor parte de los fragmentarios son periodistas. Montaigne y de Maistre
    son periodistas, en un amplio sentido de la palabra. Todos los
    observadores y comentadores de la vida han sido periodistas. Ahora, si
    os refer�s simplemente a la parte mec�nica del oficio moderno,
    quedar�amos en que tan solo merecer�an el nombre de periodistas los
    reporters comerciales, los de los sucesos diarios y hasta �stos pueden
    ser muy bien escritores que hagan sobre un asunto �rido una p�gina
    interesante, con su gracia de estilo y su buen porqu� de filosof�a. Hay
    editoriales pol�ticos escritos por hombres de reflexi�n y de vuelo, que
    son verdaderos cap�tulos de libros fundamentales, y eso pasa. Hay
    cr�nicas, descripciones de fiesta o ceremoniales escritas por reporters
    que son artistas, las cuales, aisladamente, tendr�an cabida en obras
    antol�gicas, y eso pasa. El periodista que escribe con amor lo que
    escribe, no es sino un escritor como otro cualquiera.

    Solamente merece la indiferencia y el olvido aquel que,
    premeditadamente, se propone escribir, para el instante, palabras sin
    lastre e ideas sin sangre.

    Muy hermosos, muy �tiles y muy valiosos vol�menes podr�an formarse con
    entresacar de las colecciones de los peri�dicos la producci�n, escogida
    y selecta, de muchos, considerados como simples periodistas.

    /Impresiones y sensaciones (1925)/



    *CR�NICAS DE VIAJES*

    3

    EL VIEJO PAR�S

    Viejo Par�s, 30 de abril de 1900

    Estoy en el viejo Par�s, la curiosa reconstrucci�n de Robida. Aunque,
    como todo, no est� todav�a completamente concluido, la impresi�n es
    agradable. Desde el r�o, la vista de los antiguos edificios se asemeja a
    una decoraci�n teatral. Casas, torrecillas, techos, barrios enteros
    evocados por el talento de un artista ingenioso y erudito halagan al
    contemplador con su pintoresca perspectiva.

    Al entrar ya se ve uno que otro travesti, desde el arcabucero o el
    lancero que se pasean ante los portales hasta las vendedoras de
    chucher�as que tras los mostradores y las mesitas erigen en las
    graciosas cabezas el alto forro picudo, cuyo nombre, en viejo franc�s,
    se me traspapela en la memoria. El sol se cuela por los armazones de
    madera, se quiebra en las joyas y dorados de las ventas y en las
    brigandinas de los soldados; y el aire de vida circula, el mismo que la
    primavera sopla sobre la exposici�n enorme y fastuosa, sobre el glorioso
    Par�s. Como la imaginaci�n contribuye con la generosidad de su poder, no
    puede uno menos que encontrar chocante en medio de tal escenario la
    aparici�n de una levita, de unos prosaicos pantalones modern�simos y del
    odioso sombrero de copa, justicieramente bautizado gakra, que llegan a
    causar un grave desperfecto a la p�gina de vieja vida que uno se haya en
    el deseo de animar as� sea por cortos instantes. Si las cosas actuales
    anduvieran de otro modo, all� se deber�a entrar con traje antiguo y
    hablando en franc�s arcaico. Entretanto, conform�monos.

    La puerta de Saint-Michel alza sus techos coronados de banderolas y abre
    la ancha ojiva de su entrada hacia el Sena. La calle Vielles-�coles
    presenta su barriada pintoresca, sus fachadas angulares, balcones y
    ventanales; por los pasajes anchos se oyen risas alegres de visitantes;
    en una calle de �mulo de Nostradamus, por unos cuantos c�ntimos dice el
    hor�scopo a quien lo solicita; y hay badauds que se hacen decir el
    hor�scopo y dan los c�ntimos.

    Creo que hace falta la figura de Sarrazin-el-de-las-aceitunas,
    circulando por estos lugares, repartiendo como en Montmartre sus
    anuncios rabelesianos y vendiendo su sabroso art�culo.

    Robida, el reconstructor, es, como sab�is, h�bil dibujante y escritor de
    chispa. Su erudici�n art�stica y arqueol�gica se demuestra en esta
    tentativa, como su talento picaresco y previsor ha podido, en amenos
    rasgos, imaginar costumbres, arquitecturas y adelantos cient�ficos de lo
    porvenir. En esta obra que ha visitado y que ser� de seguro uno de los
    principales atractivos de la exposici�n, quiso hacer algo variado,
    aunque reducido. Hay edificio que se compone de varias construcciones y
    que restituye as�, en una sola pieza, distintos motivos que recuerdan
    tales o cuales tipos a los arque�logos.

    Las diversiones del Viejo Par�s no est�n a�n abiertas, con excepci�n de
    un teatro en donde nos hemos llevado algunos un soberano chasco.
    �Imaginaos que no es poco venir a encontrar en el Viejo Par�s, en vez de
    recitaciones de trovadores o juegos de juglares, una zarzuela infantil
    que est� dando La viejecita, del maestro Caballero! Faltan a�n los
    lugares en donde se pueda comer platos antiguos en su correspondiente
    vajilla, y las tabernas con sus mozas hermosas que sirvan la cerveza.
    Falta el pasado Par�s de las Escuelas, que hiciese ver un poco de la
    vida que llevaban los cl�sicos escholiers, y que cuando vinieran sus
    colegas de Salamanca o de Oviedo con sus bandurrias y sus guitarras les
    saludasen en lat�n y renovasen en cada cual un Juan Frollo de Notre-Dame
    de Par�s. Falta que no se mezclen en los puestos de bisuter�a y bebidas
    los disfraces medievales con los tocados modernos; pues ahora se suelen
    ver unos pasos anacr�nicos que ponen involuntariamente la sonrisa en los
    labios. Falta asimismo presentar la secci�n de los oficios y resucitar
    los gritos de Par�s con se�alados vendedores ambulantes. La animaci�n
    falta al barrio de la Edad Media, al barrio de los Mercados, en que ha
    de revivir el siglo XVII; las instalaciones completas de la calle Foir
    Saint-Laurent, Ch�telet y Pontau-Change. Cuando todo est� abierto y
    dispuesto, el aspecto no podr� menos que ser un extremo atrayente. Lo
    que no juzgo propio es la concesi�n que se har� al progreso y a la
    comodidad, con sacrificio de la propiedad. Por la noche, en vez de
    multiplicar las linternas de la �poca, se ver�n brillar en los renovados
    barrios l�mparas el�ctricas.

    Se anuncian para dentro de poco festivales, justas y torneos, y no s� si
    cortes de amor. Es una l�stima que no se haya tenido todo lo preciso
    preparado para que no saliese el visitante algo descontento despu�s de
    una vuelta por esta obra inconclusa. Entre lo que llama la atenci�n
    ahora est�n las distintas ense�as de las tiendas y los puestos, copiados
    de viejas colecciones. Al pasar se evocan nombres que constituyen �poca:
    Villon, Flamel, Renaudot, Etienne Marcel. Quiz� dentro de pocos d�as se
    vean ya con un alma estas cosas; y al pasar por la casa de Moli�re
    creamos ver al gran c�mico, y en otro lugar sospechemos encontrarnos con
    el redactor de la Gazette, y al cruzar frente a la iglesia de
    Saint-Julien-des-M�n�triers oigamos sones de viola y gritos de
    saltimbanquis.

    No me perdonar�ais que pusiese c�tedra de arquitectura y comenzase en
    estas l�neas una explicaci�n y nomenclatura t�cnicas de edificios,
    calles y barrios. Mas permitidme que os env�e la impresi�n del golpe de
    vista, en una tarde apacible y dorada, en que he mirado deslizarse a mis
    ojos el ameno y arcaico panorama.

    Desde lejos, suavizados los colores de la vasta decoraci�n, la visi�n es
    deliciosa sobre el puente de l'Alma y el palacio de los Ej�rcitos de mar
    y tierra. Al paso que avanza el bateaumouche, se reconoce, en el oro del
    sol que se pone, la torre del Arzobispado y las dos naves de la Santa
    Capilla, la construcci�n pintoresca de Palais, con su Grande Salle; el
    Molino, el Gran Ch�telet, con su aguda torrecilla; la fonda Cour de
    Par�s y cerca del hotel de los Ursinos, el de Coligny; la gran Chambre
    del Comptes de Louis XII; la iglesia de Saint-Juilen-des-M�n�triers, y
    buena cantidad de edificios m�s que os hab�is acostumbrado a ver en los
    grabados y a distinguir en los planos, hasta la puerta de Saint-Michel y
    el portal de la Cartuja de Luxemburgo.

    Y como el esp�ritu tiende a la amable regresi�n a lo pasado, aparecen en
    la memoria las mil cosas de la historia y de la leyenda que se
    relacionan con todos esos nombres y esos lugares. Asuntos de amor, actos
    de guerra, belleza de tiempos en que la existencia no estaba a�n
    fatigada de prosa y de progreso pr�cticos cual hoy en d�a. Los layes y
    villanelas, los decires y rondeles y baladas que los poetas compon�an a
    las bellas y honestas damas que ten�an por el amor y la poes�a otra idea
    que la actual, no eran apagados por el ruido de las industrias y de los
    tr�ficos modernos.

    Por las noches ser� �se un refugio grato para los amantes del ensue�o.
    Ignoro si los paseantes caros a Baedeker, los ingleses angulares y los
    que de todas partes del globo vienen a divertirse en el sentido m�s
    swell de la palabra gozar�n con la renovaci�n imaginaria de tantas
    escenas y cuadros que el arte prefiere. En cuanto a los poetas, a los
    artistas, estoy seguro que hallar�n all� campo libre para m�s de un
    dulce r�verie. Tanto peor para los que, entre las agitaciones de la vida
    turbulenta y aplastante, no pueden tener alguna vez siquiera el consuelo
    de sacar de la propia mina el oro de una hermosa ilusi�n.

    /Peregrinaciones (1901) /

    *CUENTOS*

    4

    EL VUELO DE LA REINA MAB

    La reina Mab, en su carro hecho de una sola perla, tirado por cuatro
    cole�pteros de petos dorados y alas de pedrer�a, caminando sobre una
    rayo de sol, se coloc� por la ventana de una buhardilla donde estaban
    cuatro hombres flacos, barbudos e impertinentes, lament�ndose como unos
    desdichados.

    Por aquel tiempo las hadas hab�an repartido sus dones a los mortales. A
    unos hab�an dado las varitas misteriosas que llenan de oro las pesadas
    cajas del comercio; a otros, unas espigas maravillosas que al
    desgranarlas colmaban las trojes de riqueza; a otros, unos cristales que
    hac�an ver en el ri��n de la madre tierra, oro y piedras preciosas; a
    qui�nes, cabelleras espesas y m�sculos de Goliat y mazas enormes para
    machacar el hierro encendido, y a qui�nes, talones fuertes y piernas
    �giles para montar en las r�pidas caballer�as que se beben el viento y
    que tienden las crines en la carrera.

    Los cuatro hombres se quejaban. Al uno le hab�a tocado en suerte una
    cantera, al otro el iris, al otro el ritmo, al otro el cielo azul.

    La reina Mab oy� sus palabras. Dec�a el primero:

    -�Y bien! �Heme aqu� en la gran lucha de mis sue�os de m�rmol! Yo he
    arrancado el bloque y tengo el cincel. Todos ten�is, unos el oro, otros
    la armon�a, otros la luz; yo pienso en la blanca y divina Venus, que
    muestra su desnudez bajo el plaf�n color del cielo. Yo quiero dar a la
    masa la l�nea y la hermosura pl�stica, y que circule por las venas de
    las estatuas una sangre incolora como la de los dioses. Yo tengo el
    esp�ritu de Grecia en el cerebro, y amo los desnudos en que la ninfa
    huye y el fauno tiende los brazos. �Oh Fidias! T� eres para m� soberbio
    y augusto como un semidi�s, en el recinto de la eterna belleza, rey ante
    un ej�rcito de hermosuras que a tus ojos arrojan el magn�fico Klit�n,
    mostrando la esplendidez de la forma en sus cuerpos de rosa y de nieve.

    T� golpeas, hieres y domas el m�rmol, y suena el golpe arm�nico como un
    verso, y te adula la cigarra, amante del sol, oculta entre los p�mpanos
    de la vi�a virgen. Para ti son los Apolos rubios y luminosos, las
    Minervas severas y soberanas. T�, como un mago, conviertes la roca en
    simulacro y el colmillo del elefante en copa del fest�n. Y al ver tu
    grandeza siento el martirio de mi peque�ez. Porque pasaron los tiempos
    gloriosos. Porque tiemblo ante las miradas de hoy. Porque contemplo el
    ideal inmenso y las fuerzas exhaustas. Porque a medida que cincelo el
    bloque me ataraza el desaliento.

    Y dec�a el otro:

    -Lo que es hoy romper� mis pinceles. �Para qu� quiero el iris y esta
    gran paleta de campo florido, si a la postre mi cuadro no ser� admitido
    en el sal�n? �Qu� abordar�? He recorrido todas las escuelas, todas las
    inspiraciones art�sticas. He pedido a las campi�as sus colores, sus
    matices; he adulado a la luz como a una amada, y la he abrazado como a
    una querida. He sido adorador del desnudo con sus magnificiencias, con
    los tonos de sus carnaciones y con sus fugaces medias tintas. He trazado
    en mis lienzos los nimbos de los santos y las alas de los querubines.
    �Ah!, pero siempre el terrible desencanto. �El porvenir! �Vender una
    Cleopatra en dos pesetas para poder almorzar!

    Y yo, �que podr�a en el estremecimiento de mi inspiraci�n trazar el gran
    cuadro que tengo aqu� dentro!

    Y dec�a el otro:

    -Perdida mi alma en la gran ilusi�n de mis sinfon�as, temo todas las
    decepciones. Yo escucho todas las armon�as, desde la lira de Terpandro
    hasta las fantas�as orquestales de Wagner. Mis ideales brillan en medio
    de mis audacias de inspirado. Yo tengo la percepci�n del fil�sofo que
    oy� la m�sica de los astros. Todos los ruidos pueden aprisionarse, todos
    los ecos son susceptibles de combinaciones. Todo cabe en la l�nea de mis
    escalas crom�ticas.

    La luz vibrante se himno, y la melod�a de la selva halla un eco en mi
    coraz�n. Desde el ruido de la tempestad hasta el canto del p�jaro, todo
    se confunde y enlaza en la infinita cadencia.

    Entretanto, no diviso sino la muchedumbre que befa, y la celda del
    manicomio.

    Y el �ltimo:

    -Todos bebemos del agua clara de la fuente de Jonia. Pero el ideal flora
    en el azul; y para que los esp�ritus gocen de la luz suprema es preciso
    que asciendan. Yo tengo el verso que es de miel, y el que es de oro, y
    el que es de hierro candente.

    Yo soy el �nfora del celeste perfume; tengo el amor. Paloma, estrella,
    nido, lirio, vosotros conoc�is mi morada. Para los vuelos
    inconmensurables tengo alas de �guila que parten a golpes m�gicos el
    hurac�n. Y para hallar el beso, y escribo la estrofa, y entonces, si
    veis mi alma, conocer�is a mi musa. Amo las epopeyas, porque de ellas
    brota el soplo heroico que agita las banderas que ondean sobre las
    lanzas y los penachos que tiemblan sobre los cascos; los cantos l�ricos,
    porque hablan de las diosas y de los amores; y las �glogas, porque son
    olorosas a verbena y tomillo, y el santo aliento del buey coronado de
    rosas. Yo escribir�a algo inmortal; mas me abruma un porvenir de miseria
    y de hambre.

    Entonces, la reina Mab, del fondo de su carro hecho de una sola perla,
    tom� un velo azul, casi impalpable, como formado de suspiros, o de
    miradas de �ngeles rubios y pensativos. Y aquel velo era el velo de los
    sue�os, de los dulces sue�os, que hacen ver la vida del color de rosa. Y
    con �l envolvi� a los cuatro hombres flacos, barbudos e impertinentes.
    Los cuales cesaron de estar tristes, porque penetr� en su pecho la
    esperanza, y en su cabeza el sol alegre, con el diablillo de la vanidad,
    que consuela en sus profundas decepciones a los pobres artistas.

    Y desde entonces, en las buhardillas de los brillantes infelices, donde
    flota el sue�o azul, se piensa en el porvenir como en la aurora, y se
    oyen risas que quitan la tristeza, y se bailan extra�as far�ndulas
    alrededor de un blanco Apolo, de un lindo paisaje, de un viol�n viejo,
    de un amarillento manuscrito.

    /Azul... (1888)/

    5

    EL CASO DE LA SE�ORITA AMELIA

    Que el doctor Z es ilustre, elocuente, conquistador; que su voz es
    profunda y vibrante al mismo tiempo, y su gesto avasallador y
    misterioso, sobre todo despu�s de la publicaci�n de su obra sobre /La
    pl�stica de ensue�o/, quiz�s podr�ais neg�rmelo o acept�rmelo con
    restricci�n; pero que su calva es �nica, insigne, hermosa, solemne,
    l�rica si gust�is, �oh, eso nunca, estoy seguro! �C�mo negar�ais la luz
    del sol, el aroma de las rosas y las propiedades narc�ticas de ciertos
    versos? Pues bien; esta noche pasada, poco despu�s que saludamos el
    toque de las doce con una salva de doce taponazos del m�s leg�timo
    Roeder, en el precioso comedor rococ� de ese sibarita de jud�o que se
    llama Lowensteinger, la calva del doctor alzaba, aureolada de orgullo,
    su bru�ido orbe de marfil, sobre el cual, por un capricho de la luz, se
    ve�an sobre el cristal de un espejo las llamas de dos buj�as que
    formaban, no s� c�mo, algo as� como los cuernos luminosos de Mois�s. El
    doctor enderezaba hacia m� sus grandes gestos y sus sabias palabras. Yo
    hab�a soltado de mis labios, casi siempre silenciosos, una frase banal
    cualquiera. Por ejemplo, �sta:

    -�Oh, si el tiempo pudiera detenerse!

    La mirada que el doctor me dirigi� y la clase de sonrisa que decor� su
    boca despu�s de o�r mi exclamaci�n, confieso que hubiera turbado a
    cualquiera.

    -Caballero- me dijo saboreando su campa�a -; si yo no estuviese
    completamente desilusionado de la juventud; si no supiese que todos los
    que hoy empez�is a vivir est�is ya muertos, es decir, muertos del alma,
    sin fe, sin entusiasmo, sin ideales, canosos por dentro; que no sois
    sino m�scaras de vida, nada m�s. s�, si no supiese eso, si viese en vos
    algo m�s que un hombre de fin de siglo, os dir�a que esa frase que
    acab�is de pronunciar: "�Oh, si el tiempo pudiera detenerse!", tiene en
    m� la respuesta m�s satisfactoria.

    -�Doctor!

    -S�, os repito que vuestro escepticismo me impide hablar, como hubiera
    hecho en otra ocasi�n.

    -Creo -contest� con voz firme y serena- en Dios y su Iglesia. Creo en
    los milagros. Creo en lo sobrenatural.

    -En ese caso, voy a contaros algo que os har� sonre�r. Mi narraci�n
    espero que os har� pensar.

    En el comedor hab�amos quedado cuatro convidados, a m�s de Minna, la
    hija del due�o de casa; el periodista Riquet, el abate Pureau, reci�n
    enviado por Hirch, el doctor y yo. A lo lejos o�amos en la alegr�a de
    los salones la palabrer�a usual de la hora primera del a�o nuevo: Happy
    new year! Happy new year! �Feliz a�o nuevo!

    El doctor continu�:

    -�Qui�n es el sabio que se atreve a decir esto es as�? Nada se sabe.
    Ignoramus et ignorabimus. �Qui�n conoce a punto fijo la noci�n del
    tiempo? �Qui�n sabe con seguridad lo que es el espacio? Va la ciencia a
    tanteo, caminando como una ciega, y juzga a veces cuando logra advertir
    un vago reflejo de la luz verdadera. Nadie ha podido desprender de su
    c�rculo uniforme la culebra simb�lica. Desde el tres veces m�s grande,
    el Hermes, hasta nuestros d�as, la mano humana ha podido apenas alzar
    una l�nea del manto que cubre a la eterna Isis. Nada ha logrado saberse
    con absoluta seguridad en las tres grandes expresiones de la Naturaleza:
    hechos, leyes, principios. Yo he intentado profundizar en el inmenso
    campo del misterio, he perdido casi todas mis ilusiones.

    Yo he sido llamado sabio en Academias ilustres y libros voluminosos; yo
    que he consagrado toda mi vida al estudio de la humanidad, sus or�genes
    y sus fines; yo que he penetrado en la c�bala, en el ocultismo y en la
    teosof�a, que he pasado del plano material del sabio al plano astral del
    m�gico y al plano espiritual del mago, que s� c�mo obraba Apolonio el
    Thianense y Paracelso, y al ingl�s Crookes; yo que ahond� en el Karma
    b�dhico y en el misticismo cristiano, y s� al mismo tiempo la ciencia
    desconocida de los fakires y la teolog�a de los sacerdotes romanos, yo
    os digo que no hemos visto los sabios ni un solo rayo de la luz suprema,
    y que la inmensidad y la eternidad del misterio forman la �nica y
    pavorosa verdad.

    Y dirigi�ndose a m�:

    -�Sab�is cu�les son los principios del hombre? Grupa, jilba, linga,
    sahrira, kama, rupa, manas, buddhi, atma, es decir: el cuerpo, la fuerza
    vital y la esencia espiritual.

    Viendo a Minna poner una cara un tanto desolada, me atrev� a interrumpir
    al doctor:

    -Me parece que ibais a demostrarnos que el tiempo.

    -Y bien -dijo-, puesto que no os placen las disertaciones por pr�logo,
    vamos al cuento que debo contaros, y es el siguiente:

    Hace veintitr�s a�os, conoc� en Buenos Aires a la familia Revall, cuyo
    fundador, un excelente caballero franc�s, ejerci� un cargo consular en
    tiempo de Rosas. Nuestras casas eran vecinas, era yo joven y entusiasta,
    y las tres se�oritas Revall hubieran podido hacer competencia a las tres
    Gracias. De m�s est� decir que muy pocas chispas fueron necesarias para
    encender una hoguera de amor.

    Amooor, pronunciaba el sabio obeso, con el pulgar de la diestra metido
    en la bolsa del chaleco, y tamborileando sobre su potente abdomen con
    los dedos �giles y regordetes, y continu�:

    -Puedo confesar francamente que no ten�a predilecci�n por ninguna, y que
    Luz, Josefina y Amelia ocupaban en mi coraz�n el mismo lugar. El mismo,
    tal vez no; pues los dulces al par que ardientes ojos de Amelia, su
    alegre y roja risa, su picard�a infantil.dir� que era ella mi preferida.
    Era la menor; ten�a doce a�os apenas, y yo ya hab�a pasado de los
    treinta. Por tal motivo, y por ser la chicuela de car�cter travieso y
    jovial, trat�bala yo como ni�a que era, y entre las otras dos repart�a
    mis miradas incendiarias, mis suspiros, mis apretones de manos y hasta
    mis serias promesas de matrimonio, en una, os lo confieso, atroz y
    culpable bigamia de pasi�n. �Pero la chiquilla Amelia!. Suced�a que,
    cuando yo llegaba a casa, era ella quien primero corr�a a recibirme,
    llena de sonrisas y zalamer�as: "�Y mis bombones?" He aqu� la pregunta
    sacramental. Yo me sentaba regocijado, despu�s de mis correctos saludos,
    y colmaba las manos de la ni�a de ricos caramelos de rosas y de
    deliciosas grajeas de chocolate, los cuales, ella, a plena boca,
    saboreaba con una sonora m�sica palatinal, lingual y dental. El porqu�
    de mi apego a aquella muchachita de vestido a media pierna y de ojos
    lindos, no os lo podr� explicar; pero es el caso que, cuando por causa
    de mis estudios tuve que dejar Buenos Aires, fing� alguna emoci�n al
    despedirme de Luz, que me miraba con anchos ojos doloridos y
    sentimentales; di un falso apret�n de manos a Josefina, que ten�a entre
    los dientes, por no llorar, y en la frente de Amelia incrust� un beso,
    el m�s puro y el m�s encendido, el m�s casto y el m�s ardiente �qu� s�
    yo! de todos los que he dado en mi vida. Y sal� en barco para Calcuta,
    ni m�s ni menos que como vuestro querido y admirado general Mansilla
    cuando fue a Oriente, lleno de juventud y de sonoras flamantes
    esterlinas de oro. Iba yo, sediento ya de las ciencias ocultas, a
    estudiar entre los mahatmas de la India lo que la pobre ciencia
    occidental no puede ense�arnos todav�a. La amistad epistolar que
    manten�a con madame Blavatsky, hab�ame abierto ancho campo en el pa�s de
    los fakires, y m�s de un gur�, que conoc�a mi sed de saber, se
    encontraba dispuesto a conducirme por buen camino a la fuente sagrada de
    la verdad, y si es cierto que mis labios creyeron saciarse en sus
    frescas aguas diamantinas, mi sed no se pudo aplacar. Busqu�, busqu� con
    tes�n lo que mis ojos ansiaban contemplar, el Keherpas de Zoroastro, el
    Kalep persa, el Kovei-Khan de la filosof�a india, el archoeno de
    Paracelso, el limbuz de Swedenborg, o� la palabra de los monjes
    budhistas en medio de las florestas del Thibet; estudi� los diez
    sephiroth de la Kabala, desde el que simboliza el espacio sin l�mites
    hasta el que, llamado Malkuth, encierra el principio de la vida. Estudi�
    el esp�ritu, el aire, el agua, el fuego, la altura, la profundidad, el
    Oriente, el Occidente, el Norte y el Mediod�a; y llegue casi a
    comprender y aun a conocer �ntimamente a Sat�n, Lucifer, Astharot,
    Beelzebutt, Asmodeo, Belphegor, Mabema, Lilith, Adrameleh y Baal. En mis
    ansias de compresi�n; en mi insaciable deseo de sabidur�a; cuando
    juzgaba haber llegado al logro de mis ambiciones, encontraba los signos
    de mi debilidad y las manifestaciones de mi pobreza, y estas ideas,
    Dios, el espacio, el tiempo, formaban las m�s impenetrable bruma delante
    de mis pupilas. Viaj� por Asia, �frica, Europa y Am�rica. Ayud� al
    coronel Olcott a fundar la rama teos�fica de New York. Y a todo esto
    -recalc� de s�bito el doctor, mirando fijamente a la rubia Minna-
    �sab�is lo que es la ciencia y la inmortalidad de todo? �Un par de ojos
    azules. o negros!

    -�Y el fin del cuento?- gimi� dulcemente la se�orita.

    -Juro, se�ores, que lo que estoy refiriendo es de una absoluta verdad.
    �El fin del cuento? Hace apenas una semana he vuelto a la Argentina;
    despu�s de veintitr�s a�os de ausencia. He vuelto gordo, bastante gordo,
    y calvo como una rodilla; pero en mi coraz�n he mantenido ardiente el
    fuego del amor, la vestal de los solterones. Y como por tanto, lo
    primero que hice fue indagar el paradero de la familia Revall. "�Las
    Revall -me dijeron-, las del caso de Amelia Revall", y estas palabras
    acompa�adas con una especial sonrisa. Llegu� a sospechar que la pobre
    Amelia, la pobre chiquilla. Y buscando, buscando, di con la casa. Al
    entrar, fui recibido por un criado negro y viejo, que llev� mi tarjeta,
    y me hizo pasar a una sala donde todo ten�a un vago tinte de tristeza.
    El paredes, los espejos estaban cubiertos con velos de luto, y dos
    grandes retratos, en los cuales reconoc�a a las dos hermanas mayores, se
    miraban melanc�licos y oscuros sobre el piano. A poco, Luz y Josefina:

    -�Oh amigo m�o, o amigo m�o!

    Nada m�s. Luego, una conversaci�n llena de reticencias y de timideces,
    de palabras entrecortadas y de sonrisas de inteligencia tristes, muy
    tristes. Por todo lo que logr� entender, vine a quedar en que ambas no
    se hab�an casado. En cuanto a Amelia, no me atrev�a a preguntar nada.
    Quiz� mi pregunta llegar�a a aquellos pobres seres, como una amarga
    iron�a, a recordar tal vez una irremediable desgracia y una deshonra..
    En esto vi llegar saltando a una ni�a, cuyo cuerpo y rostro eran iguales
    en todo a los de mi pobre Amelia. Se dirigi� a m�, y con su misma voz
    exclam�:

    -�Y mis bombones?

    Yo no hall� qu� decir.

    Las dos hermanas se miraban p�lidas, p�lidas, y mov�an la cabeza
    desoladamente.

    Mascullando una despedida y haciendo una zurda genuflexi�n, sal�a a la
    calle, como perseguido por alg�n soplo extra�o. Luego lo he sabido todo.
    La ni�a que yo cre�a fruto de un amor culpable es Amelia, la misma que
    yo dej� hace veintitr�s a�os, la cual se ha quedado en la infancia, ha
    contenido su carrera vital. Se ha detenido para ella el reloj del
    Tiempo, en una hora se�alada �qui�n sabe con qu� designio del
    desconocido Dios!

    El doctor Z era en este momento todo calvo.

    /Publicado en La Naci�n (Buenos Aires), 1894/

    Idilio Marino Ruben Dario © Dra. Gloria M. Sánchez de Norris Yoyita
     

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