Relato y parte de guerra contada por el Mayor General Carlos Alegría.
Al amanecer del memorable 14, me encontraba convaleciendo en una casa contigua a la hacienda; los gritos, las descargas, el correr de las bestias y el llegar de los heridos y muertos, me hizo levantarme de la grave postración, pero sólo llegué a San Jacinto a lamentar tanto estrago dentro de mis compañeros y amigos.
Después de una hora de terrible y mortal lucha, cuando ya habían caído muertos y heridos varios de nuestros principales oficiales, que no se podía atravesar el patio ni salir de la casa sin caer muerto por tener los filibusteros tomada la línea frente a los corrales, se juntaron en la puerta norte del mismo corral, los capitanes Liberato Cisne, Bartolomé Sandoval, teniente José Ciero, Manuel Marenco, Miguel Vélez, Sargento Estanislao Morales, Francisco López (segoviano) y el Cabo Rocha (Cabeza de Palo).
He aquí la discusión en la mortífera y terrible batalla, junto allí dijo Cisne:
“Piquemos la retaguardia”. “Carguemos, contestó Bartolo”.
Y no ha dilatado mi relato por la corta distancia que mediaba por tener los yankees la bayoneta de estos héroes sobre las espaldas. Semejante audacia causó espanto a aquellos bucaneros, y corrieron despavoridos sobre el abra donde pagaron con sus vidas semejante atrevimiento.
Nos atacaron con un rigor desmedido por el flanco izquierdo, sureste del corral de madera, en donde Managua el Mayor Francisco Sacasa y el teniente Salvador Bolaños y allí estaba yo, junto con mi grupo de granadinos, incluso Joaquín Castillo con managuas y masayas.
Se peleaba casi cuerpo a cuerpo, porque faltaba parque y entonces arrojábamos piedras pero el que hizo más estragos fue un managua de apellido Castro, osado y fuerte, quien le lanzó una piedra un poco más grande y pesada que una bola de billar y la arrojó con todas sus ganas, lleno de un coraje extraordinario, al yankee en el lado de la frente por la izquierda, de tal modo que el filibustero quedó un instante a ahorcajadas, inclinado hacia atrás, tambaleándose sobre la cerca de madera, cayendo inmediatamente después moribundo dentro de la trinchera.
No se imagina, decía don Cayetano, que el entusiasmo fue tan grande que reventó una gritería estrepitosa, pero como no había parque, peleamos cuerpo a cuerpo y con piedras, yo mismo y compañeros tiramos muchas como balas.
Sin embargo, los filibusteros avanzaban más y más porque tenían todo en abundancia y por eso los nuestros comenzaban a buscar refugio en la Casa Hacienda, siendo el 1ro. un oficial Zaragoza con los suyos, después de estar firmes como una 2da. muralla detrás de la trinchera.
Ese estado fue terrible, pues ya estaban algunos en los corredores de la Casa-Hacienda y entonces el General Estrada, con un coraje muy grande, gritó para sostener el punto a varios militares que ya estaban entre la casa y el corral, entre ellos los capitanes Vélez, Solís y otros para contener la embestida hasta morir como fue mandado.
Y así se hizo, dando nuevas órdenes inmediatas al mismo tiempo para contra atacar por retaguardia o flanqueo a los filbusteros, saliendo los nuestros por detrás de la Casa-Hacienda y dieron la vuelta como guerrillas por un lugar montañoso que nos los vieron hasta el momento de caerles encima a los atacantes, que sorprendidos y cayendo por el empuje de los nuestros, se retiraron corriendo, desgranándose como mazorcas, en momentos que ocurrió, como cosa inesperada, la irrupción de unos potros y de unas yeguas, que corrieron estrepitosamente sobre ellos.
Asustadas las bestias por tantos ruidos de tiros y de los gritos que oyeron, quebraron piernas y brazos e hicieron huir, en una sola estampida, a los demás que podían correr.
No había necesidad de este auxilio porque la victoria la teníamos en la mano, pero como siempre se agradece a la providencia de Dios, que quiso ahorrar sangre nicaragüense, tan sufrida.
Abandonaron sus lugares para exponerse siempre a los peligros, haciendo lujo de las intemperies, expusieron sus vidas en ofrendas a las libertades conculcadas y por salvar a su Patria que se hallaba enteramente en poder del filibustero. La hubieran dado cuantas veces se las hubieran pedido.
Son los únicos que pueden llevar en altos pedestales el nombre de héroes, porque también son los únicos que han luchado cuerpo a cuerpo con la mortífera arma de presión civilizada.
Son los primeros en América del Centro que como David han triunfado hasta con las piedras.
Mayor General — Carlos Alegría (14 de septiembre de 1886)
A treinta años de San Jacinto
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