Historia de la Parroquia de Santiago en Jinotepe, Carazo, Nicaragua
Por el Sr. Manuel Meza Fernandez.
La iglesia que el ilustrismo Señor Obispo de la Diócesis de Nicaragua, Fray Pedro Morel de Santa Cruz encontrará en Jinotepe ,durante su pastoral visita el país en 1751, es la primitiva, la que él pudo observar deteriorada como consecuencia del Bombacho, que en 1739 con truenos de sísmico relincho desbocado arruinará su cuerpo en parte y rompiéndose su cabeza, pero sin lograr terminar con ella.
En 1811, al año de ser promovido al Obispado de Nicaragua quien fuera el Prior del Convento de Cartagena, Fray Nicolás García Jerez, coexistente a la iniciación de las primigenias agitaciones insurreccionales contra España; ya manifestadas en León al desconocerse la autoridad del Intendente ,Brigadier Don José Salvador ,es cuando la amazona convalecida que ya se llamaba Ermita, torna a jinetear nuevo chúcaro de tierra , que la solventa y deja casi inservible ,allí mismo, donde se alzaba la casa Municipal que actualmente sirve de oficinas a la Administración de rentas de Carazo.
No obstante la decadencia de los días subsiguientes, cuando sostenía la ancianidad de sus adobes en altos y gruesos puntales, vecinos de la población reedificaron dejándola en tan buenas condiciones de oficiar que, al ir de los años aumentó el número de prelados.
Para el año 1820 el precitado Obispo de Nicaragua, Fray Nicolás garcía Jerez. Informaba como de costumbre, a las autoridades peninsulares, acerca de las Parroquias administradas por eclesiásticos seculares, ofreciendo significativos pormenores.
De acuerdo con tal información, el curato de Xilotepetl tenía la extensión superficial de cuatro leguas, dos pueblos de 5200 almas. Dos curas y una congrúa anual de 900 pesos y dos reales, provenientes de primicias. Medios, derechos y ración. Eran por aquel año Eclesiásticos residentes en Jinotepe el cura Don Pablo Bonilla y el preceptor de gramática Don Antonio Velasco; y los tonsurados Don Domingo Laguna, Don Dionisio Gutiérrez, Don Pedro Hurtado, Don Simón Román, Don Juan Ignacio Román, Don Juan Mauricio Tapia, Don Esteban Bendaña, Don Dionisio Matus y Don Laureando Pineda; de lo cual se infiere que la Ermita sirvió durante una quincuagena, pues el año 1860, los vecinos procuraban construir una buena Iglesia cuyo intento se hizo eco la Honorable Corporación Municipal y presidida por el Sr. Alcalde para discutir asuntos de tanta transcendencia, como el que abrazaba la sustitución de la Ermita, apretando ideas como si quisiera exprimir las resoluciones, dispuso crear una junta de Edificación, lo cual fue aprobado en el acto.
Al poco tiempo la Honorable Corporación Municipal, el Sr. Cura y el vecindario, designaron el sitio donde debiera levantarse el Templo que habría de ser en le parte oriental de la plaza, no dentro de las limitaciones de la ermita, que seguiría sirviendo para los oficios religiosos, mientras se levantaba ahí una casa consistorial superior, a la que por entonces designábase cabildo.
Siguiendo ese criterio se comisionó a Don Felipe Rodríguez Mora, para que contratara un arquitecto de la ciudad de León, que resultó ser Don Felipe Granera, quien llegó acompañado de sus respectivos albañiles. Este una vez que hubo terminado los planos, convino con las autoridades y vecinos que las más acomodadas familias de la localidad se alternarían en la manutención semanal de los oficiales.
Así pues, comenzó el trabajo, también, exactamente se fue cumpliendo el compromiso. Iniciábanse, por otra parte, la ponderada energía del alcalde indio, incitador tenaz, quien por aquellos días jugaba un papel preponderante, ya que iba requiriendo a los de su gremio, para que fueran a procesar cales en los hornos situados cerca del río llamado “Cabecera de Don Gaspar” previa promesa que para su alimentación, todos los adinerados, harían destazar ganado vacuno en el lugar.
El cura García y el maestro Granera, en capacidad decisiva y en sentido de responsabilidad, obsesionados por la culminación de su obra, hacian lo indecible, por que altitud cobraran las paredes.
La construcción avanzaba, no obstante la característica escasez de medios. Ya las paredes maestras se iban perfilando imponentes y se orientaban de la plaza hacia el poniente, que fue la directriz interpretada desde su iniciación. Nadie descansaba, había una resolución de meta suscitada de actividades incansables, pero seguía enflaqueciendo el acervo común del capital, tanto más cuando hubo de reunirse con urgencia la Honorable Corporación Municipal para escuchar al maestro Granera, en su exposición por la inaplazable necesidad de obtener la suma de quinientos pesos en prosecución de la obra; como en las deliberaciones se tropezaba con el inconveniente de atinar con los recursos que deberían conjurar presurosamente la crisis, el Sr. Pedro Jiménez, miembro constituido de la Corporación Municipal, y a su vez propietario de un trapiche ubicado en el Barrio del Aguacate, expuso que si encontraba una persona capaz de comprar cien cargas de azúcar que ofrecía por el mínimo valor de cinco pesos cada una, él las comprometía con el deliberado propósito de no inmovilizar los trabajos.
La respuesta no se hizo aguardar y del seno de aquella memorable asamblea, brotó el bálsamo dador de la esperanza del remedio: Don Cleto Asenjo igualmente munícipe, comerciante con actividad encarecida en la Industria del azúcar, especialmente, ofreció la suma requerida para írsela abonando al Sr. Jiménez, a medida que fuera éste depositando su producción, mientras el comprador, Don Cleto, se conformaría en recibir las pequeñas sumas recogidas de las contribuciones que voluntariamente fuesen dando los vecinos.
En tal forma se obviaron dificultades y siguió realizándose la obra, sin incluir las torres, es decir todo el cuerpo de la Iglesia hasta su final en compensación de lo perseguido.
Por fin agotados todos los arbitrios, la rutina del trabajo consumió sus fuerzas residuales y se desmayó la interrupción.
Días después la pequeña y amable tropa se sentía llamada a plasmar su perseverante anhelo y animada por inquebrantable resolución de darle cima, procedió a construir la torre norte, la cual, entre otros fue trabajada por los competentes oficiales leoneses, Don Manuel Peralta y Don Jacinto Valle.
Los gastos se tornaron cuantiosos, se gestionaba ya la elevación de los andamios para ofrecer los cuerpos superpuestos de la torre primera, pero al cabo se hizo imposible.
Meses mas tarde, o sea el 13 de Marzo de 1816, en documento firmado por el Obispo de nicaragua, Doctor Bernardo Piñol y Arcinena y autenticado por el presbítero Mateo Espinoza, en su carácter de secretario, se nombra Mayordomo ecónomo de la Iglesia de Jinotepe a Don Felipe Rodríguez Mora, para que se haga cargo de la construcción de las torres y frontispicio de dicha parroquia. Seguidamente se continuó el trabajo interrumpido, que dá comienzo en el frontis y afortunadamente se logra terminar con prontitud en el año de 1826.
Iníciase a fines de 1826 la torre sur, que al correr del año de 1863 queda al fín construida pero como la anterior llenada de repello.
Tomado del libro El Patrón Santiago, demanda mayor