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Envíe esta página de La carta testamento del Dr. y General Benjamín Zeledón a un amigo
-------------------------------------------------------------------------------- El destino cruel parece haber pactado con Chamorro y demás traidores para arrastrarme a un seguro desastre con los valientes que me quedan. Carecemos de todo: víveres, armas y municiones y rodeados de bocas de fuego como estamos, y 2,000 hombres listos al asalto, sería locura esperar otra cosa que la muerte, porque yo y los que me siguen, de corazón, no entendemos de pactos, y menos aún de rendiciones. Chamorro acaba de mandarme a tu papá para convencerme de que estoy perdido y de que mi única salvación está en que yo claudique, rindiéndome —que Chamorro lo haya hecho se comprende, porque estúpidamente me cree como él, y claro está, si él se viera en mi caso se correría como se ha corrido otras veces y vería que se le pagara bien en dinero y en hombres lo que es incapaz de conquistar de otro modo. Tu papá agotó los razonamientos que su cariño y su claro talento le sugirieron. Me habló del deber que tengo que (de) conservar mi vida para proteger la tuya y la de nuestros hijitos, esos pedazos de mi corazón para quienes quiero legar una Nicaragua libre y soberana. Pero no pudimos entendernos porque mientras que él pensaba en la familia, yo pensaba en la patria, es decir, la madre de todos los nicaragüenses. Y como él insistiera, le dije al despedirnos que, desde que lancé mi grito de rebelión contra los invasores y contra quienes los trajeron, no pensé más en mi familia, sólo pensé en mi causa y mi bandera, porque es deber de todos luchar hasta la muerte por la libertad y la soberanía de su país. Para los que tenemos la dicha de sentir arder en nuestros pechos la llama del verdadero patriotismo, para quienes sabemos que quien sabe morir, sabe ser libre, y, aunque veo por los preparativos que se hacen que yo y mis bravos y valientes compañeros vamos derecho a la muerte porque todos hemos jurado no rendirnos, no dejo de pensar en ti, mi noble y abnegada compañera, que con valor espartano me dejaste empuñar nuestra bandera de libres y patriotas, porque tú también has sentido el ultraje del invasor y la infamia y traición de quienes lo trajeron, para eterno baldón suyo y vergüenza de los nicaragüenses. No me hago ilusiones. Al rechazar las humillantes ofertas de oro y de honores que se me hicieron, firmé mi sentencia de muerte, pero si tal cosa sucede moriré tranquilo, porque cada gota de mi sangre derramada en defensa de mi patria y de su libertad, dará vida a cien nicaragüenses que, como yo, protesten a balazos del atropello y la traición de que es actualmente víctima nuestra hermosa pero infortunada Nicaragua, que ha procreado un Partido Conservador compuesto de traidores. Si el yankee a quien quiero arrojar de mi país me vence en la lucha que se aproxima y, milagrosamente, quedo con vida, te prometo que nos marcharemos fuera, porque jamás podría tolerar y menos acostumbrarme a la humillación y la vergüenza de un interventor. Si muero... moriré en mi lugar por mi patria, por su honor, por su soberanía mancillada y por el noble Partido Liberal en cuyas doctrinas me nutrí, por cuyos ideales he luchado siempre y en quien tengo la fe más ciega de que al caer yo, él te escudará y escudará a los pedazos de mi alma, que les dejo encomendados, seguro de que a ti te ayudarán y a mis angelitos los educarán en mis ideas para que a su tiempo continúen la obra que sólo dejaré iniciada.— Y digo que tengo la fe ciega en el Partido Liberal porque en él he militado siempre, porque en él he luchado con la palabra, con la pluma y con las armas, sacrificándole mis mejores esfuerzos y aun mi vida, y por último, porque tengo siempre mis amigos más sinceros y leales en quienes confío que hagan por ti y nuestros hijos lo que yo haría por los suyos, en un caso semejante. Repito: si vivo, nos iremos de Nicaragua mientras flamee en ella el pabellón norteamericano. Si muero... no llores, no te aflijas porque en espíritu te acompañaré siempre y porque mis buenos y leales amigos en lo particular, y el Partido Liberal, en general, quedan allí para ayudarlos y protegerlos como yo lo haría si pudiera. Si en estos momentos no tuviera esa consoladora esperanza, moriría desesperado, porque si la patria tiene derecho a mi vida, mi esposa y mis huérfanos hijitos tiene pleno derecho a la protección de ella. Y como, rechazada la oferta de Chamorro no queda otro camino que arreglar el asunto por medio de las armas, dejo al destino la terminación de esta carta que escribo con el alma mandándote con ella, para ti y nuestros angelitos, todo el amor de que es capaz quien, por amor a su patria, está dispuesto a sacrificarse y a sacrificarte a ti y a nuestros inocentes hijos. Adiós... o hasta la vista. Quién lo sabe? Benjamín |
Fuente: «Partes de Guerra del Gral Benjamín Francisco Zeledón Rodríguez». Pp. 20-24 |
Fragmentos de la carta al coronel Joseph Pendleton, del 3 de octubre de 1912, como respuesta a la invitación a rendirse. -------------------------------------------------------------------------------- Confieso a U. que he leído su nota a que aludo y me he resistido a creer que esté firmada por un militar instruido [...] y que sirve bajo la bandera de la gran Nación (norte) Americana que se precia de ser la maestra de las Repúblicas Democráticas del Continente Americano; y mi extrañeza sube de punto cuando considero que es imposible que el Gobierno de los Estados Unidos de Norte América y, sobre todo, el Senado de la patria de Washington y de Lincoln, haya autorizado a sus servidores para que vengan a intervenir con la fuerza armada en los asuntos interiores que los nicaragüenses discutimos en esta tierra que es nuestra, y que nos la legaron libre, soberana e independiente nuestros padres. [...] no veo ni remotamente la razón que pudiesen tener U. o sus superiores para exigirme la entrega de mis posiciones o el desarme de mi ejército; yo en consecuencia, me atrevo a pensar que U. retirará sus amenazas en vista de la justicia que me asiste. Pero si desgraciadamente para la honra de los Estados Unidos de Norte América, U. y sus jefes desoyesen las razones fundadas que aduzco y llevasen adelante sus pretensiones de ataque [...] yo haré con los míos la resistencia que el caso reclama y que demanda la dignidad de Nicaragua, que nosotros representamos, y después, caigan sobre U., sus Jefes y la fortísima Nación a que pertenecen, las tremendas responsabilidades que la Historia les aducirá y el eterno baldón, por haber empleado sus armas contra los débiles que han venido luchando por conquistar los fueros sagrados de la Patria. |
Niquinohomo Vida cotidiana en América Central: otra invasión Nicaragua paga a los Estados Unidos una colosal indemnización por daños morales. Esos daños han sido infligidos por el caído presidente Zelaya, quien ofendió gravemente a las empresas norteamericanas cuando pretendió cobrarles impuestos. Como Nicaragua carece de fondos, los banqueros de los Estados Unidos le prestan el dinero para pagar la indemnización. Y como además de carecer de fondos, Nicaragua carece de garantía, el Secretario de Estados de los Estados Unidos, Philander Knox, envía nuevamente a los marines, que se apoderan de las aduanas, los bancos nacionales y el ferrocarril. Benjamín Zeledón encabeza la resistencia. Tiene cara de nuevo y ojos de asombro el jefe de los patriotas. Los invasores no pueden derribarlo por soborno, porque Zeledón escupe sobre el dinero, pero lo derriban por traición. Augusto César Sandino, un peón cualquiera de un pueblito cualquiera, ve pasar el cadáver de Zeledón arrastrado por el polvo, atado de los pies y manos a la montura de un invasor borracho. |
4 de Octubre de 1998 | El Nuevo Diario Hoy, 4 de octubre, entra el pueblo nicaragüense al décimo octavo año de lucha anti-imperialista en Nicaragua. Mucho se ha escrito con relación al origen de la intervención norteamericana en mi patria, pero cuando más se escribe, más se hace necesario mencionar fechas históricas como la del 4 de octubre de 1912 en que se principió a bosquejar en los círculos políticos de Nicaragua el proyecto para la celebración del escandaloso Tratado Chamorro-Bryan. Los rumores acerca de ese proyecto produjeron en aquel pueblo fuertes conmociones de inconformidad y se desarrolló una sangrienta revolución contra el ya vende-patria Adolfo Díaz, instrumento reconocido de la piratería yanqui, que era también en aquel entonces Presidente de Nicaragua. La revolución que nos referimos dio principio en nuestra ciudad capital, Managua, el 28 de julio de 1912 y terminó el 4 de octubre del mismo año con la muerte de nuestro Héroe Máximo General BENJAMIN ZELEDON, quien con un puñado de valientes patriotas lanzó al mundo, al rugir del cañón y bajo la lluvia de metrallas, su energía protesta por la intromisión del Gobierno yanqui, en nuestros asuntos internos. BENJAMIN ZELEDON, gran patriota, soldado valiente, su heroico sacrificio en aras de nuestra Soberanía Nacional, no será olvidado y su recuerdo vive latente en el corazón de todo buen hijo de Nicaragua. Era yo, en aquel entonces muy joven y estaba encargado de las haciendas de mi padre, por el amor a mi patria, ayer como hoy, latía en mi corazón y seguí con el anhelo el desarrollo de los acontecimientos. Niquinohomo, mi pueblo natal, está situado en las colinas del Cerro de Pacaya a dos leguas de la ciudad de Masaya, estando esta última ciudad en los bajos del Cerro de Pacaya en una preciosa y extensa llanura, que desde mi pueblo ofrece a la vista un bellísimo paisaje. En esa ciudad de Masaya, a la que Rubén Darío llamó la Ciudad de las Flores, se encuentra la fortaleza de La Barranca, donde estaban atrincheradas las fuerzas del General Benjamín Zeledón contra los invasores norteamericanos y los vende-patria nicaragüenses encabezados por los esbirros Emiliano Chamorro y Adolfo Díaz. El 4 de octubre, en la madrugada, yendo yo en camino a una de las haciendas de mi padre, escuché descargas de fusilería y ráfagas de ametralladoras en las hondonadas del Cerro de Pacaya; consecutivamente se oía arreciar un formidable combate que se había entablado entre dos mil soldados de infantería de la Marina norteamericana unidos a quince mil vende-patria nicaragüenses contra quinientos hombres del General Zeledón, que se defendían heroicamente contra aquella oprobiosa avalancha humana, después de un prolongado sitio que habían sufrido los autonomistas nicaragüenses, en aquella ciudad, donde tuvieron que comer hasta sus cabalgaduras. Nuestros sentimientos patrióticos y nuestro corazón de hombre joven ese encontraban en desesperante inquietud, pero nada pude hacer en bien de aquella noble y grandiosa causa sostenida por el General Benjamín Zeledón y a las cinco de la tarde de ese mismo día, aquel Apóstol de la Libertad había muerto y en una carreta tirada por bueyes fue conducido su cadáver al pueblo de Catarina, convecino del mío, en donde hasta por hoy, bajo una lápida lamosa y semidestruida por la intemperie del tiempo se encuentran los restos de nuestro Máximo Héroe y GRAN PATRIOTA GENERAL BENJAMIN ZELEDON. Mérida, Yucatán, México, octubre 4 de 1929 PATRIA Y LIBERTAD A. C. SANDINO |
José Aníbal Gallegos Testigos que participaron en los acontecimientos bélicos del 4 de octubre de 1912, hace unos 90 años, me narraron parte de los hechos, así como datos obtenidos del libro "Nidos de Memoria", escrito por el periodista Hernán Robleto. Eran las 5 de la mañana del 4 de octubre de 1912, cuando arreció la artillería enemiga, las ametralladoras ladraban como perros rabiosos, el general Zeledón descansaba en una hamaca, dentro de la Iglesia La Asunción de Masaya. Masaya cayó ante la lucha combinada de los dos ejércitos sitiadores, conservadores y norteamericanos, ese día se desató un terrible enfrentamiento hasta que el coronel Isidoro Díaz Flores se hizo cargo de la colina de El Coyotepe, por órdenes precisas del general Zeledón, para detener desde esa importante posición un tren militar con refuerzos de infantería de marines que iba rumbo a la ciudad de Masaya. El coronel Díaz Flores atacó con artillería, desatándose el combate contra las tropas enemigas, hasta que el coronel Díaz se quedó sin un tiro en el fusil, por lo que el jefe norteamericano, coronel Boctle, lo increpó y le exigió que se rindiera, a lo que el coronel Díaz le respondió: "Mi deber es defender la soberanía y disparar hasta el último cartucho". Pero al encontrarse sin salida fue capturado y conducido a la cárcel de Masaya, de donde según la historia, logró escaparse cuando ya había pasado la contienda bélica de 1912. Ese mismo día a las 10 de la mañana, ya cortadas las líneas telefónicas, por el oriente una gran cantidad de enemigos se precipitó por las calles de Masaya, entonces el general Zeledón rompió línea de fuego al lado de su Estado Mayor, partiendo hacia Jinotepe, en donde había una fuerte columna militar al mando de los generales Horacio Portocarrero y Marcelo Castañeda, los que días antes habían sido derrotados. "Al observar la presencia de los yanquis posesionados de la fortaleza de El Coyotepe —dice Hernán Robleto—, le entregué los binoculares a Zeledón, y al constatar la realidad se los quité rápidamente abrumado, y fue entonces que pronunció esa frase que jamás yo olvidaría: 'Ellos no tienen la culpa, sino los que los llamaron'. Pero nosotros hemos salvado el honor de Nicaragua". Donde cayó abatido el general Zeledón fue en un lugar conocido como Las Esquinas, frente a la finca de Chu Rivas, jurisdicción del Diriá. Al salir derrotado de Masaya, en su viaje hacia Jinotepe, se dirigió hacia Nandasmo pasando por la comarca El Portillo, hoy La Curva. El baqueano era el famoso Chico Lelo Tapia, masatepino, pero éste perdió el camino y fue a dar a Las Esquinas, en la comarca El Arroyo, buscando Nandaime, fue allí cuando al pasar por la finca de Chu Rivas apareció una caballería de soldados conservadores, y éstos al ver a los soldados liberales les hicieron un alto, pero Zeledón les contestó con disparos y en esa ligera acción cayeron abatidos los generales Zeledón y Emilio Vega. Algunos testigos de este episodio, ya fallecidos, cuentan que al general Emilio Vega lo enterraron en terrenos de Chu Rivas. Zeledón fue trasladado en una carreta que prestó Chu Rivas, para llevarlo a Masaya, pero al llegar a Niquinohomo, propiamente en la esquina donde la profesora Hortensia Rayo Potosme, los acompañantes hicieron un alto, momento en que aparecieron Blanca y Salvadora Alvarado, hermanas del ilustre liberal zelayista, Dr. Carlos Alvarado Canelo, quienes arroparon con una sábana blanca el cuerpo de Zeledón. Al salir de Niquinohomo y llegar a tierra blanca, en Las Azucenas, notaron que el cadáver estaba entrando en estado de descomposición y optaron por dar parte a Masaya, donde les contestaron que le dieran santa sepultura en el cementerio más cercano, y como desconocían el cementerio de Niquinohomo lo trasladaron al de Catarina, donde fue recibido por el alcalde, quien dio permiso para que lo enterraran inmediatamente en una fosa común a la orilla del cementerio, en donde descansan los restos del valiente y héroe nacional, general Benjamín Zeledón. |
Carta testamento del Dr. y General Benjamín Zeledón, Copyright 1976-2016 Dr. Gloria M. Sánchez Zeledón, Yoyita. |
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